SEÑAL DE AJUSTE

Superchica Cenicienta

Roberto Maurer

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Felizmente, Telefé colocó a “Niní” en el lugar justo de su grilla (lunes a viernes, a las 18), ya que “Casi Ángeles” se había convertido en la única alternativa de la platea infantil, atrapada por las escenas de besos a pura succión y lengua, o sea, un aprendizaje demasiado prematuro para un público de pibes y pibas de cuarto grado. Los lomos de los muchachos de “Casi Ángeles” y sus chicas en prendas interiores en situaciones explícitas, se sabe, forman parte del plan maestro y panregional a largo plazo ejecutado por Cris Morena, cuyo objetivo consiste en apresurar la maduración sexual de la niñez.

En cambio, “Niní” es una tira en la cual no peligra la inocencia de los chicos, aun cuando no suceda lo mismo con su evolución intelectual. La presencia de la colorida y extravagante Florencia Bertotti constituye una garantía para la ingenuidad infantil y preadolescente, tal vez al precio de extender la edad del pavo más allá de lo conveniente, a través del alejamiento del mundo real. Luego de “Floricienta”, la desgarbada actriz repite la idea de la chica Cenicienta, una antiheroína que siguió rindiendo a través de los siglos.

El universo de Niní es una embajada donde su abuelo -un viejo entrañable y medio imbécil- se desempeña como jardinero, y es el ser al cual más quiere la protagonista, aún más que a su perro Otto. Niní habita una carpa instalada en los jardines de la embajada, ya que se siente libre como un pájaro. Es insegura y despistada, pero tiene a ese abuelo que le levanta la autoestima: “Sos una princesa, la más linda, buena y dulce”, suele consolarla.

Niní da sus primeros pasos

En el capítulo inicial, Niní fue a dar examen y es demorada con algunos mandados que le pidió el personal de la embajada para tener tiempo de preparar la sorpresa de una fiesta de cumpleaños.

Al alegre grupo de servidores ese momento de felicidad les será arrebatado por la llegada del nuevo embajador (Federico Amador), frío y distante, que no responde a la imagen de un diplomático, sino, más bien, a la de un vendedor de paco con traje. Es acompañado por la arpía de su secretaria y un cuarteto multirracial de hijos adoptivos, con una chica oriental y un pequeño afro, quienes servirán para enviar un mensaje de integración, a pesar de que no se incluyeron las minorías que suelen ser más discriminadas por el racismo local, como bolivianos y paraguayos. “Acá las reglas las vamos a poner nosotros”, anuncia la secretaria, apenas llegada, y como primera medida echa al perro Otto.

Al embajador le han prometido la Cancillería, si concreta una buena gestión, es decir que las torpezas de Niní serán el obstáculo principal en su carrera, aunque desde el punto de vista humano, él y los suyos recibirán lecciones de vida de la alborotada muchacha, siguiendo la vieja premisa de que los tontos son la máscara de una sabiduría esencial.

Niní se inculpa de un incendio, para salvar al hijo mayor del embajador, y es expulsada. En el siguiente capítulo, Niní ingresa a una agencia de modelos, que la convierte en un Papá Noel que ayuda a la hija menor del embajador cuando sufre un accidente, y se presenta al diplomático como Nicolás. Es el nudo de la tira: la doble personalidad de la protagonista, convertida en chofer de la embajada.

Los números han sido inmensamente generosos con “Niní”. Con su aspecto de dibujo animado, Florencia Bertotti ha recuperado al público de “Floricienta”, el de hace cuatro años, pero no a todos. Los más grandecitos, los que tenían doce años en tiempos de “Floricienta”, ahora fuman y se refocilan con la lujuria de “Casi Ángeles”, una hora después, a las 19.

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Florencia Bertotti ha recuperado al público de “Floricienta”, el de hace cuatro años.

Foto: Gentileza Telefé