Esperanza de país

La primer colonia agrícola del país celebró un nuevo aniversario de su gesta en el marco de la protesta del campo.

Federico Aguer

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No puedo ser imparcial cuando hablo de Esperanza. Mi propia historia está ligada a la ciudad como la de muchos otros hijos de la quimera de la inmigración, porque mi abuelo fue uno de esos tantos que se embarcó rumbo a este país a “hacer la América”.

Siendo un joven de 16 años, dejó su Atherey natal, en el corazón del país vasco francés, para radicarse en el Molino Angelita, entonces referente nacional en la elaboración de harina de trigo y manteca para exportación. Bajo el ala protectora de su padrino, fue aprendiendo el oficio del molino, descifrando los secretos de un idioma nuevo, enriqueciéndose con las sensaciones agridulces en el manejo del personal, y dejándose llevar por el amor.

Allí nacieron sus hijos: Luis, Ana María, y los mellizos Augusto y Ambrosio. A ellos, la vida - que pasa rápido- los llevó por distintos caminos, pero siempre llevaron grabado en el corazón el legado de Esperanza. Con nostalgia siguieron recordando los juegos en ese lugar mágico que era el molino; el que con sus canales, sus ramales de ferrocarril, sus cámaras, sus fiestas ambientadas con polkas suizas y alemanas, constituyeron el seno de una infancia feliz, base fundamental para una hombría de bien.

Igual que para estos niños, la ciudad albergó a miles de familias que, fundiéndose con la población local, lograron una amalgama única sustentada en el trabajo y el esfuerzo digno.

Algo que pocos destacan es la importancia que tuvo Esperanza como experiencia sociológica integradora. En esta ciudad convergieron a lo largo del tiempo colectividades de países enfrentados por años de odio y de guerra. Alemanes, suizos, franceses, españoles, italianos, judíos y árabes supieron eliminar las diferencias y unificar consensos en Esperanza para construir una realidad nueva.

Este 8 de septiembre los tractores volvieron a Esperanza, pero para hacer oír el reclamo del campo. Más de 150 años después de que el sueño de Aarón Castellanos se hiciera realidad, la ciudad volvió a reivindicar las bases fundadoras de nuestro campo: el respeto al trabajo digno como única herramienta para salir adelante. Y la necesidad de no bajar los brazos para que nuestros hijos también tengan la posibilidad de hacerlo. Sepan disculpar, pero en eso no se puede ser imparcial.