DOS MINUTOS INOLVIDABLES

El relato de la primera jornada de viaje pretende convertirse en síntesis de las vivencias que tuvieron a la pesca como el gran argumento para disfrutar de una experiencia única en el Amazonas. Crónica del primer encuentro con el Tucunaré.

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Por

Gustavo Recce

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Las caras lo decían todo, reflejaban en cada uno de ellos esa incontenible emoción que tienen los chicos al entrar en un parque de diversiones. Aún amaneciendo, bien temprano por la mañana, se percibía ese buen humor que caracteriza a todo ser humano que está a punto de concretar su sueño. Encontrarnos en el desayuno con caras de dormidos, pero con esa sonrisa que identifica una sola cosa… la enorme expectativa que genera una jornada de pesca en la “Disneylandia” de la pesca deportiva, el Amazonas.

El inicio de todo

Los días allí comienzan bien temprano. A las 5 de la mañana se escuchaba el grito exultante de algunos de los expedicionarios que, en dupla, se encontraban en algunos de los ocho camarotes que posee el barco; saltaba de mi cucheta con el frío de una noche de aire acondicionado a 18º, esperando abrir esa puerta y que el húmedo y caluroso aire amazónico aclimate un poco nuestros sentidos.

Las primeras imágenes son las que quedan. Caminando por la galería que me conduce por un costado del barco hacia el comedor, la claridad entra a través de las ventanas del corredor, está amaneciendo. La bruma matinal, al igual que los pescadores, no tarda en levantarse; la vista al exterior se torna casi increíble con una vegetación exuberante, arroyos angostos y aguas transparentes.

El desayuno está listo, Raimundo e Isaías -los mozos del Maruaga- ya alistaron una mesa completa, con todo lo que uno se pueda imaginar para el desayuno: café e infusiones; los más extravagantes jugos de frutas; sandía, ananá y melón cortados en trozos; jamón y queso, mermeladas, miel, cereales, leche, yoghurt, revuelto de huevos con panceta y queso, y una carlitera que no da abasto. Qué más podemos pedir en este viaje, que comienza a ser mágico.

A lo que vinimos

Ya con los equipos alistados, mi recorrido es corto hasta llegar al primer piso del barco, donde se encuentra la explanada que, saltito de por medio, me conduce a mi embarcación, una lancha de 5 metros de eslora y 2 de manga con motor de 25 hp. Nuestro guía nos recibe con todo listo para lo que será una tremenda jornada de pesca; mi compañero de aventuras es el Pitu Borge.

A las seis menos diez de la mañana, ponemos proa hacia algún remoto destino en el Amazonas. El viento nos pega en la cara, mientras vemos el sol levantarse en el horizonte; la humedad del ambiente se pega en nuestros cuerpos. Miro, observo, trato de memorizar todo lo que veo, intento robarle al Amazonas esos mágicos ambientes para que queden grabados en mí para siempre, pero sé que será inútil, solo algunos de todos estos maravillosos momentos quedarán retenidos en mi mente por el resto de mi vida; es demasiada belleza para recordarlos a todos.

Llegamos a nuestro destino. Le hago señas a Natal -nuestro guía- para que apague el motor casi doscientos metros antes del lugar donde arrojaríamos nuestros señuelos; habíamos estado la tarde anterior en este lugar pero llegamos tarde y se hacía de noche, teníamos todas las fichas puestas que allí capturaríamos muchos Tucunarés.

Pesca en el paraíso

Nos detenemos y se produce un silencio estremecedor, interrumpido por el sonido de algún pájaro que nos sobrevuela y la repentina salida de un boto o delfín amazónico para respirar fuera del agua. Nos miramos con el Pitu –él se muerde el labio inferior-, estamos en el paraíso. Prendo la cámara de fotos para grabar el momento, son las seis menos un minuto de la mañana. Mientras relato en voz baja, giro la cámara para mostrar el entorno; lo único que se me ocurre decir es la remanida frase “una imagen vale más que mil palabras”, en este maravilloso entorno realizaremos nuestra pesca el día de hoy, esperamos tener suerte.

Comenzamos nuestra pesca. El guía pone la embarcación en posición, veo el lugar donde quiero que caiga el señuelo, apunto, tiro, vuela, y en décimas de segundo alcanza el destino, pega en el agua a unos veinte metros de la lancha debajo de unas ramas, cierro el reel y comienzo a recoger.

Lucha sin cuartel

En cuestión de segundos, un borbollón aparece en la superficie, la línea se tenza, el corazón late, me afirmo y pego el cañazo, la vara se estremece… “tucunaré, tucunaré”, dice nuestro guía, “lo tengo, lo tengo”, le respondo, mientras el reel Okuma Tycir de 4 rulemanes trabaja a la perfección, cediendo unos metros de multifilamento por su sistema de freno. Libero un poco más la estrella y el pez sigue llevando línea -lo tengo controlado-, ajusto la estrella nuevamente y comienza el duelo: el pez ofrece una lucha franca con toda su energía para poder liberarse del señuelo, salta y se muestra a la distancia, es un inconfundible Tucunaré Azú que, a contraluz del sol que asoma por el horizonte, nos permite ver sus colores amarillo y negro contrastantes de su piel. Se vuelve a hundir, resisto con la caña tratando de evitar que se meta en la mata o se trabe en algún palo, levanto mi caña arqueada y trato de acercarlo, no se entrega. Sigo peleando, la lucha es tenaz, el pez transmite todo su salvajismo y voracidad a través de la línea, quiere liberarse pero ya sus fuerzas están al límite, le quedan pocos segundos de lucha, está a dos metros de la lancha. Como no queriendo entregar su territorio, vuelve a saltar y lo vemos ya nítidamente, es un pez hermoso, sus agallas se abren y cierran, está cansado, casi entregado, nos maravilla su belleza, lo acercamos a la lancha y lo levanto con sumo cuidado. “Tucunareeeee… tucunareeeee”, vocifero. Sus ojos son enormes para su tamaño. Pitu me toma un par de fotos y sin dudarlo lo acerco nuevamente al agua; se merecía la devolución por su lucha.

Complicidad ecológica

Yo elegí acercarme a la naturaleza, de ella aprendemos, y en lugares como estos donde no nos devora la rutina y velocidad del día a día, comienzo a entenderla. Este deporte se entiende así, sin matar; en esos dos minutos que pasaron desde el borbollón hasta que lo tuve en la mano, mi cuerpo se estremeció, mi corazón latió con más fuerza, hubo sonrisas cómplices, alegrías, emociones, en fin… la vida y la naturaleza en su máxima expresión en solo 120 segundos.

Lo suelto, está mareado. Flota, como no entendiendo lo que pasó, regalándonos su belleza unos segundos más, hasta que pega un coletazo fuerte y se despide con un salpicón de agua en mi cara, como haciéndome entender nuestra “complicidad”: él se prendió para darme un momento de felicidad a cambio de su liberación en el territorio que la naturaleza eligió para desarrollarse, el Amazonas.

 
DOS MINUTOS INOLVIDABLES

Y no es mentira! La imagen refleja como la caña se arquea ante la pelea que da el Tucunaré desde el agua.

Foto: GUSTAVO RECCE.

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EN NÚMEROS

500

kilómetros

La distancia que recorrió el barco en todo su trayecto buscando distintas canchas de pesca.

450

caipiriñas

Fue la cantidad que Isaías, el “bartender” preparó durante los 6 días de excursión a bordo del Maruaga.

14

personas

Conformaron la tripulación del barco hotel, a disposición permanente para el servicio a los pasajeros.

DOS MINUTOS INOLVIDABLES

El último saludo. Gustavo a punto de devolver el pez al agua. Después de una ardua lucha, el Tucunaré vuelve a su hábitat.

Foto: gustavo recce

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Los monos arriba de los árboles interrumpen la paz reinante.

Foto: gustavo recce