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El valor de los números

El juicio que se lleva a cabo por estos días en la ciudad fogoneó, aún más, la polémica acerca del número de desaparecidos en la dictadura.

Los años de plomo argentinos se niegan a ser pasado y eso se debe en gran medida a que la justicia, si bien se sabe lenta, en este caso lo fue mucho más. Mezclada con la política, la condición de los acusados por delitos de lesa humanidad varió de acuerdo con los diferentes gobiernos. Con la llegada de la democracia, no se pudo tener la posibilidad plena de encarcelar culpables. Quien evoque esos tiempos recordará que la ingeniería militar, aunque herida, no estaba aniquilada.

Pasaron más de treinta años y todavía se percibe, en algunas conductas, la misma carga de odio de entonces. ¿Es menos malo un asesinato que diez?, ¿cuánto sufre quién perdió a un padre?, ¿cuánto a quien le mataron un hijo?, ¿todo es medible en términos de números?; el dolor ¿cómo se calcula?

El asesinato de un estudiante capturado a la salida de la facultad, ¿es diferente a la muerte de un soldado de la misma edad, atacado mientras custodiaba un regimiento? ¿El dolor de Bonafini es más grande que el de los Lambruscchini?

¿Cómo juegan en este juego las muertes “colaterales”?, aquellas que fueron producto de errores de cálculo y terminaron llevándose vidas que no comulgaban con ninguna ideología. Ésas, ¿cómo se contabilizan? Como siempre pasa, como pasa ahora; el pueblo, ese que dicen es soberano, queda en medio de confrontaciones a las que no puede aportar ni su palabra ni su voluntad.

Esta discusión numérica es tan estéril como cuando los que están a favor y los que están en contra del aborto intentan convencerse mutuamente. Habrá que resignarse a que, en algunos casos, es imposible llegar a una mediación exitosa; como en un test de embarazo: o da positivo o da negativo.

En los setenta, la comunicación no estaba globalizada, toda la información era oficial y la mordaza estatal era tan efectiva que cientos de miles de argentinos, que no eran homicidas, se euforizaron con un mundial de fútbol e ignoraban lo que estaba pasando.

El pueblo, el soberano, la mayoría, no podemos traer el pasado para corregirlo ni tampoco hacer que vuelvan los que desaparecieron; apenas podemos pedir en silencio que disculpen la ausencia; iguales disculpas les debemos a los muertos en Malvinas.

Pero tenemos el deber de escapar de discusiones de este tipo que son inconducentes. Un crimen es igual de horrendo que diez asesinatos, porque cada vida es insustituible. Dejemos que la justicia -aunque lenta- actúe, y mientras, intentemos alejarnos de esa costumbre nacional de tomar hasta los temas más dramáticos, como una final Boca-River.