Un paso importante

Por distintas razones, las elecciones santafesinas concentraron en los últimos días la atención nacional. La primera, la más visible y que ganó espacio en las tapas de los matutinos porteños, seguramente es la menos atinada. Embebidos en la lógica de la disputa del poder central y en apresuradas proyecciones de la renovación de autoridades de 2011, el enfoque escogido por los principales medios de alcance nacional fue el de una suerte de “test” político en el que confrontaron Carlos Reutemann y Hermes Binner. De nada sirvió, naturalmente, que el primero se esforzara en desvincular ambos campos -remontándose a la favorable instancia del 28 de junio-, ni que el segundo se viera obligado a renovar votos de prescindencia, al menos momentánea.

Obviamente, este tipo de lectura es uno de los vectores que atraviesan el análisis de los resultados electorales del domingo. Sin embargo, por las características de la instancia, y como ya se ha remarcado desde estas líneas, de ninguna manera es el más importante, ni resulta demasiado confiable a los efectos de establecer proyecciones.

Pero las elecciones santafesinas también estuvieron bajo la atenta mirada del país por otras razones, acaso menos rendidoras en términos de impacto público, aunque indudablemente más trascendentes en el orden institucional. Y es que, en ese plano, significaron la confirmación del aceptable funcionamiento del sistema de primarias, que tantas resistencias y controversias -y también molestias- ha generado.

Con los muchos correctivos que sin duda es necesario producirle, sobre todo para controlar la proliferación indiscriminada de boletas en la primera etapa y para ajustar mejor los plazos formales a los tiempos políticos, el mecanismo permitió la más democrática y amplia participación de la ciudadanía, y no redundó en una avalancha de impugnaciones, en un embotellamiento de trámites, ni en un caos de cómputos. Tampoco registró, finalmente, un marcado ausentismo en las urnas, más allá del que es habitual en los comicios legislativos.

Por supuesto, la obligación de concurrir tres veces a votar con pocos meses de diferencia, en medio de cambios de cronogramas y reglas de juego -aunque, en este caso, no por deficiencias del sistema, sino como consecuencia de especulaciones del gobierno central- y con el agravante de una excesivamente extendida veda en la etapa de las internas, redundó en bastante fastidio y no poco desconcierto para la comunidad. Problemas que el asentamiento de la práctica, los correctivos apropiados y un contexto político más estable sin duda permitirán atenuar.

El éxito de la experiencia y los ajustes que saquen provecho de él deberán tener su correlato también en otros debates, como el referido a la representación de las minorías en los cuerpos deliberantes municipales -afectada por la reducción de la ley Borgonovo- o la viabilidad de variantes como el voto electrónico. Mientras tanto, se ha dado un paso importante en orden a la calidad electoral.