De domingo a domingo

Brasil lidera mientras la Argentina perdió el tren

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

El tradicional ombliguismo vernáculo se vio desbordado en la semana hasta el éxtasis cuando el Tango fue declarado patrimonio cultural de la humanidad.

Si hasta casi se escondió que el lauro fue compartido con el Uruguay, para que endulzara algo más desde lo mediático los graves temas de la política de entre casa: la ley de control de Medios, el caso Kraft y las derivaciones por los cortes de tránsito, el acercamiento al FMI y hasta la vuelta de un ministerio “de la dictadura”, el de Agricultura.

Pese a todo, y Gardel mediante, “el mundo sigue andando...”. Brasil es una prueba. La locomotora de Sudamérica consiguió el viernes para Río de Janeiro la posibilidad de ser la ciudad organizadora de los Juegos Olímpicos 2016 y, aparte de la confianza que se ha ganado y de su propia responsabilidad para encarar la empresa, el logro muestra muchas más cosas a los ojos del observador que las que surgen de la simple distinción deportiva: Brasil se ha puesto los pantalones largos y está convencido de su potencialidad y liderazgo, ya no regional sino mundial, mientras que la Argentina sigue metida en la cosa chica y continúa sin entender cómo funciona el mundo.

Continuidad política

Y en esta irrupción marketinera que le ha brindado el deporte -ya que Brasil también organizará el Mundial de Fútbol de 2014- no puede quedar de lado la figura que hoy lidera el proceso, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Él no ha sido el único responsable, desde ya, porque la continuidad de las políticas de Brasil, se llame como se llame el presidente, están generadas en la usina estratégica de Itamaraty, pero su personalidad y su temple para abandonar las ideologías lo han puesto en el centro de la escena, como factor clave de lo obtenido.

Cuando Lula asumió, poco y nada se daba por él como gobernante. La elite paulista lo ninguneaba con el apelativo de “tornero”, una forma bien peyorativa de recordarle que era un simple obrero comunista y nada más, y que nadie se hacía ilusiones con su gestión.

Hoy, a punto de concluir su segundo mandato, su viraje hacia el pragmatismo fue tan evidente que ya era antes de la nominación el mandatario con mejor imagen del continente (80 %), debido a su permanente acción y carisma, número que seguramente habrá superado este fin de semana, tras la emoción que derrochó en Copenhague.

¿Por qué privilegiar el caso Brasil para hacer un balance de la semana, en tiempos cuando se habla en la Argentina de derechos y libertades, temas para nada banales? No es que el liderazgo brasileño se descubra ahora por esta distinción del Comité Olímpico, sino que el hecho ha venido a ponerle la frutilla a un postre que ya se venía cocinando.

Lo que le ha ocurrido a los vecinos del norte es para aprender porque, pese a que aún conviven con amplios bolsones de pobreza y analfabetismo, el salto de calidad y el reconocimiento del mundo son una mera consecuencia del compromiso de los gobernantes y de la sociedad con el desarrollo que genera inclusión, pero también con la globalización sin prejuicios y por haber rendido y aprobado, además, muchos exámenes institucionales que generan mayor seguridad jurídica.

“Estaba cantado”

“Estaba cantado”, diría un amante del tango. Hay que considerar, además de todos estos aspectos, una serie bien positiva en materia de valores macroeconómicos, números que se traducen en inversión y empleo.

Además, Brasil no resigna nada en su avance imparable, ni siquiera las armas que le brinda su vocación indisimulada de grandeza y su orgullo nacional, a los que ha sabido sumar en los últimos años estrategias muy claras a mediano y largo plazo, respeto irrestricto a las iniciativas del sector privado, agresividad comercial y, debido a la confianza que ha sabido conquistar, la posibilidad de acceder a un amplio financiamiento interno y, sobre todo, externo.

Tanto, que ya piensa en ubicarse en pocos años más entre las cinco primeras potencias económicas del mundo. “Tres”, ha sentenciado Lula, brasileño al fin.

En las antípodas del vecino-gigante está la Argentina de hoy, aferrada a un modelo económico cerrado y lleno de controles, prebendario, discrecional y de estatismo a ultranza, que ya fracasó en los años ‘60 y ‘70, esquema que fue diseñado para unos pocos y que ha vuelto a fracasar, a juzgar por los índices de exclusión que no paran de crecer.

Pese a todo, el gobierno no está dispuesto a dar el brazo a torcer en algunos de los ejes que considera fundamentales, aunque en puntas de pie -y no se sabe bien si para no desdecirse ante la opinión pública o para que Néstor Kirchner no se dé cuenta- los ministros Amado Boudou, hoy en Estambul cocinando el arreglo, y Aníbal Fernández han comenzado a tender puentes de acercamiento con el FMI y el campo, respectivamente. En este último caso, se les concedió a los ruralistas la posibilidad de que lleven sus cuitas directamente a un ministro y se nombró a Julián Domínguez, ex intendente de Chacabuco, pero no experto en los problemas del sector, a cargo de la cartera de Agricultura, Ministerio que no existía desde los tiempos de Roberto Viola.

Pese a que el reclamo de las entidades por un ministerio venía de antaño, muchos recelan de la jugada, ya que no creen que una simple elevación de rango arreglará las cosas, sobre todo si la Oncca, desde ahora en manos de Juan Manuel Campillo, un kirchnerista de ley, conserva la potestad de trabar cuanto arreglo se convenga con las autoridades formales.

Ahora, cortes no

Otro tema de la semana fue el caso Kraft y la voluntad, expresada por la presidenta de la Nación de que no haya más cortes en rutas y calles, problemas que han sido impulsados, además, por organizaciones de izquierda, algunas con intereses en liderar la asignación de planes de trabajo.

La negociación de la empresa de origen estadounidense contó con el patrocinio de la embajada de ese país que, tal como lo anticipó esta columna la semana pasada, jugó bien fuerte y casi se lleva puesto al ministro de Trabajo, Carlos Tomada.

Desde el lado político, la dinámica que mostró el gobernador bonaerense, Daniel Scioli, en materia laboral y en cuanto a la disposición de las fuerzas de seguridad, fue notoria, sobre todo el viernes pasado, con el operativo policial que impidió el corte de la Panamericana. Así, Scioli, aunque finalmente renuncie en estos días a su banca de diputado, intentó volver a congraciarse con Néstor Kirchner, quien, según cuentan testigos, lo castigó muy duro el jueves en su reunión con intendentes, en Valentín Alsina.

Pero quizás el caso más emblemático del poder del Estado que crece y crece sin parar y estrangula la iniciativa privada e inhibe las inversiones en la Argentina se está dando con la llamada ley de Medios, una norma de núcleo altamente autoritario, que avanza hacia el cierre de su instancia legislativa el próximo viernes, si el Senado logra finalmente sancionarla “sin cambios”, tal cual lo pretende el kirchnerismo.

Hasta ahora, la ley pasaría en general, pero recibiría cuestionamientos muy duros en algunos artículos en particular, que deberían volver a Diputados.

Durante la última semana, el oficialismo en la Cámara Alta ejecutó una parodia de audiencia pública que hizo sentir a algunos de quienes llegaron a exponer frente al Plenario de las cuatro comisiones reunidas el efecto de que sus palabras caían en saco roto.

La situación se sinceró para mal el jueves, cuando el jefe del bloque del Frente para la Victoria, Miguel Ángel Pichetto, señaló que ya tenía las firmas para elevar el dictamen y que el mismo no contemplaba cambios con respecto a la media sanción de Diputados, con lo cual fue igual que decir que las siguientes intervenciones -entre ellas, la de varios periodistas y la del Grupo Clarín- carecían de sentido.

Por estos días, todas las empresas de medios que se sienten afectadas en sus derechos por la nueva norma ya están preparando una gran batería de recursos legales para frenarla en la Justicia, ya que existen por lo menos tres artículos de la Constitución que son lesionados por la norma.

El 14, en cuanto a la censura previa que se estaría aplicando si, para obtener una licencia de radio o TV, hay que declarar los contenidos; el 17, en lo que hace al derecho de propiedad y a la extrema velocidad que exige el artículo 161 de la ley para que los actuales concesionarios que no califiquen se desprendan de sus activos; y el 32, en lo que se refiere a la incompetencia federal para legislar en la materia, junto a que será el Poder Ejecutivo el que asignará directamente las frecuencias en las ciudades de más de 500 mil habitantes.

Elefante en bazar

A estos desvíos constitucionales, les siguen arbitrariedades manifiestas que atentan contra el negocio de las prestaciones audiovisuales, del calibre que quien tenga un canal de aire no puede ser dueño de un cable en la misma jurisdicción, o la imposibilidad que surge de la ley de armar cadenas de radio con más de 10 repetidoras, o el hecho de que los cables no puedan producir contenidos más que para un canal propio, o las regulaciones en cuanto a música nacional que tendrán las emisoras, o la cuota de pantalla que se les impondrá a los canales locales, muchos de ellos gratuitos, mientras que desde el exterior podrían llegar señales de todo tipo que no tendrán restricciones.

Pero lo más grave que propone esta verdadera ley de control de Medios no es que avanza como elefante en un bazar contra los monopolios privados, pese a que no se trata de una ley de defensa de la competencia sino de regulación del espectro radioeléctrico y que es capaz de instaurar el monopolio del Estado, sino que apunta lisa y llanamente contra la libertad de expresión, en la que el actor más vulnerable es el periodismo independiente, que quedará prisionero de la interpretación de quien deba aplicar la ley.

Hay también en la norma flagrantes omisiones, aunque el oficialismo entiende que deberán ser fruto de otras leyes. La más grave para la oposición es la falta de abordaje sobre el método de distribución de la publicidad oficial. En tanto, apenas se hace una pobre mención de las nuevas tecnologías de comunicación, lo que podría ser una puerta abierta para colar a nuevos actores en el futuro y no dice ni una sola palabra sobre el derecho del periodismo de acceso a la información pública. ¡Tiemble, Lula! Una ley así, en Brasil no se consigue.

No es que el liderazgo brasileño se descubra ahora por esta distinción del Comité Olímpico, sino que el hecho ha venido a ponerle la frutilla a un postre que ya se venía cocinando. Lo que les ha ocurrido a los vecinos del norte es para aprender.

En las antípodas del vecino-gigante está la Argentina de hoy, aferrada a un modelo económico cerrado y lleno de controles, prebendario, discrecional y de estatismo a ultranza que ya fracasó en los años ‘60 y ‘70.

lo más grave que propone esta verdadera ley de control de Medios no es que avanza contra los monopolios privados, sino que apunta contra la libertad de expresión, en la que el actor más vulnerable es el periodismo independiente.