EDITORIAL

Nuevo presidente en Honduras

 

Sería un error de apreciación suponer que las elecciones en Honduras han resuelto los graves problemas políticos de ese país, pero también sería un error creer que nada ha cambiado o todo sigue igual, como ha declarado Manuel Zelaya desde su refugio en la Embajada de Brasil. Palabras más palabras menos, las elecciones celebradas el pasado domingo en Honduras se han desarrollado con relativa normalidad. Los observadores internacionales admiten que los procedimientos legales se cumplieron al pie de la letra y que la presencia del ejército garantizó que no hubiera desórdenes como lo habían prometido los seguidores de Zelaya.

Porfirio Lobo es el nombre del nuevo presidente electo. Se trata de un político conservador mirado con cierto recelo por el establishment por su pasado izquierdista. Las encuestas habían adelantado su triunfo sobre el candidato liberal, muy comprometido con las rencillas políticas que concluyeron con la deposición de Zelaya. Con respecto a la participación de los votantes se supone que votó el mismo número de personas que en los comicios que le dieron la presidencia a Zelaya por lo que este requisito democrático está cumplido.

En el orden internacional, el tema por el momento está más complicado. Estados Unidos y los principales países de Europa aceptan el resultado y legitiman con su aval al nuevo presidente, pero los países latinoamericanos, entre los que se debe mencionar a Venezuela, Brasil y Argentina, han cuestionado el proceso electoral e insisten en que no habrá elecciones libres en Honduras hasta que no se permita la participación de Zelaya.

El debate está abierto, pero atendiendo la solidez que ha exhibido el régimen político hondureño, todo autoriza a pensar que Porfirio Lobo será el nuevo presidente de Honduras y que a Zelaya no le quedará otra alternativa que aceptar lo inevitable y prepararse en todo caso para las próximas elecciones dentro de cinco años.

La solución política tramada por Micheletti y la mayoría de la clase dirigente hondureña no fue perfecta, pero a la luz de los hechos debe admitirse que fue eficaz. Algo parecido pensó el presidente Obama, quien finalmente dio luz verde para que se avance en esa dirección.

Los llamados a la resistencia civil de Zelaya cayeron en el vacío o no alcanzaron a perturbar la convocatoria electoral. Al respecto, hay que señalar que desde el 28 de junio el ejército hondureño respondió sin fisuras al poder político.

Hacia el futuro, se abre un horizonte complejo porque a los problemas que pueda presentar Zelaya hay que añadirle los que se derivan de una realidad económica injusta. En ese punto, tanto Zelaya como sus ocasionales rivales son responsables de mantener una situación marcada por el atraso material y social de las grandes mayorías. La observación es pertinente porque mientras estos temas no empiecen a resolverse, Honduras siempre estará acechada por el oportunismo, los arrebatos demagógicos, la conspiración golpista y otras tragedias por el estilo.