La Sinfonía de la Divina Comedia

Por Nidya Mondino de Forni

 

Son innumerables las obras de la literatura universal que inspiran a grandes músicos. Entre ellos el prodigioso pianista y compositor húngaro Franz Liszt (1811-1886). Llevado por su pasión por las letras se propuso conciliar música y poesía. Si Goethe y su “Fausto” constituyen una de sus pasiones literarias, Dante y su “Divina Comedia” no fueron a la saga. Como ocurrió con Fausto, la “Divina Comedia” acabó por ser base de “Después de una lectura de Dante, fantasía quasi sonata” y “Sinfonía para la Divina Comedia” o simplemente “Sinfonía Dante”.

La primera (publicada en el segundo cuaderno de “Años de peregrinaje” bajo el número 7 y estrenada en Viena) es producto de la esplendorosa primera etapa de su vida, plenamente realizado como hombre y como artista, dando conciertos por toda Europa e impartiendo lecciones a alumnos que en tropel se le presentaban. También por entonces disfrutando de una apasionada luna de miel con su amante la Condesa María d”Agoult junto al lago de Como. Se trataba de la escritora que se dio a conocer bajo el seudónimo de Daniel Stern. No hay en la sonata ni sujeción rígida a moldes formales ni un plan concreto literario-descriptivo. La página se propone crear un clima sonoro-expresivo acorde con las sugerencias espirituales que en el autor despertaba la lectura dantesca. Temas contrastantes en continua transformación constituye la forma y en lo expresivo resulta un bello modelo de música pianística programática (*).

Dispuesto luego a abandonar sus “años de peregrinaje” y poco días antes de cumplir treinta y seis años, da su último concierto público en una pequeña ciudad de Rusia. Se despedía así de la vida sin residencia estable, de las caras, hoy conocidas, mañana olvidadas, “lo que no había hecho nunca lo hizo en ese concierto, cuando se levantó del taburete cerró la tapa sobre el teclado”. Un nuevo período de diez años se abre en su vida, cuando ya ocupa su corazón otra mujer: la Princesa Carolina de Sayn-Wittgenstein. Se instala en Weimar, en el Palacio de Altenburg, y al poco tiempo la transforma en la ciudad capital de la música europea. Fue también la época de los más duros golpes personales, que lo llevaron a profundos replanteos, y fue también cuando el libro de Dante se hallaba abierto sobre su piano. Las señales del lápiz y las páginas marcadas con rojo mostraban las huellas del trabajo. Su escritorio estaba lleno de partituras con anotaciones. Al terminar de pulir la Sinfonía, la conformó con sólo dos movimientos: Infierno y Purgatorio, careciendo significativamente un tercero que correspondería al Paraíso. Parece ser que Wagner, a quien se la dedicó, lo convenció de que tal sitio estaba fuera del alcance de las habilidades humanas de cualquier compositor. En su lugar la Sinfonía concluye con un Magnificad para coro de voces femeninas.

En cuanto al primer movimiento están anotadas sobre la partitura las propias palabras del poeta inscriptas sobre la puerta de entrada al infierno:

“Per me si va ne la cittá dolente,

per me si va ne l”etterno dolore,

per me si va tra la perduta gente...

Lasciate ogne speranza, voi ch”intrate”

(Infierno III, 1-3;9).

(Por mí se va a la ciudad del llanto;

por mí se va al eterno dolor,

por mí se va hacia la raza condenada...

Vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza).

Luego una melodía descendente representa el descenso al abismo infernal, y termina en un torbellino de temas contrastantes entrelazados a toda orquesta. Se trata del pasaje de los amantes Pablo y Francisca.

“La bufera infernale, che mai non resta,

mena li spirti con la sua rapina;

voltando e percotendo li molesta”.

(Infierno, V, 33-38).

(La tromba infernal que no se detiene

envuelve en su torbellino a los espíritus;

los hace dar vueltas continuamente y les agita y molesta).

La música sombría, oscura y por momentos agitadísima empuja la Sinfonía hacia el clima literario hasta llegar al suelo gélido de Satanás. Al final la maraña instrumental comienza a disiparse, volviendo al tiempo calmo del comienzo. Es que el viajero ha encontrado el camino oculto para volver al mundo luminoso del Purgatorio...

“Tanto ch”i”vidi de la cose belle

che porta “l ciel, per un pertugio tondo”.

(Infierno XXXIV, 137-138).

(Hasta que pude ver por una abertura redonda

las bellezas que contiene el Cielo).

La obra se estrenó en Dresde, mas no gustó. Al poco tiempo se ejecutó en Praga y allí gustó muchísimo. Aún más, se dice que buscando un desahogo para su entusiasmo, el público, cuando la orquesta llegó a la parte de los amantes, aplaudió con tanto calor que la ejecución debió suspenderse por unos minutos. Pasaron los años y en la inauguración de la “Sala Dante” en París se interpretó con tanto éxito que hasta “desaparecieron los guantes y el pañuelo del autor”. Actualmente las dos obras vuelven sin cesar a los programa.

(*) Música programática: la que tiene argumento, la informada por un plan literario o pictórico. Lo contrario a música abstracta o absoluta.

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“Paolo e Francesca da Rimini”, en la ilustración de Dyce.

Franz Liszt (1811-1886), llevado por su pasión por las letras se propuso conciliar música y poesía. Si Goethe y su “Fausto” constituyen una de sus pasiones literarias, Dante y su “Divina Comedia” no fueron a la saga.

Fue la época de los más duros golpes personales, que lo llevaron a profundos replanteos, y fue también cuando el libro de Dante se hallaba abierto sobre su piano. Las señales del lápiz mostraban las huellas del trabajo.