La vuelta al mundo

Bolivia: victoria previsible, futuro imprevisible

Bolivia: victoria previsible, futuro imprevisible

Cantar victoria. El reelecto mandatario Evo Morales y su compañero de fórmula, Álvaro García Linera, entonan las estrofas del Himno Nacional desde los balcones del palacio presidencial en La Paz ante una multitud que celebraba el triunfo en las urnas. Foto: Agencia EFE

Por Rogelio Alaniz

 

El resultado de las elecciones en Bolivia exime de mayores comentarios. Con el sesenta y dos por ciento de los votos, Evo Morales se transforma en el presidente más representativo de la historia moderna de ese país y en el político con más poder desde los tiempos de Paz Estenssoro. Se sabía que la victoria de Morales iba a ser categórico, pero no se conocía con certeza la calidad de esa contundencia. El líder indigenista no sólo obtuvo más del sesenta por ciento de los votos, sino que superó a su contrincante, Manfred Reyes Villa, por casi cuarenta puntos. Obtener estos resultados después de haber gobernado cinco años es algo que se parece a una hazaña política y no reconocerlo es caer en la ceguera o la necedad.

En su primer mensaje a los bolivianos, luego de conocidos los resultados, Morales prometió profundizar la revolución. Tiene con qué hacerlo. Controla el Congreso y moviliza a sus seguidores. El MAS es hoy la fuerza política hegemónica en Bolivia, el gran partido nacional extendido a lo largo y a lo ancho de la geografía de un país marcado por los contrastes sociales, los resentimientos y la presencia activa de una derecha salvaje y desprestigiada.

Manfred Villa intenta suavizar la catástrofe recordando que en los distritos de la Media Luna ganó la derecha. Lo que dice es cierto pero es una verdad a medias. Si bien Morales no pudo ganar en Santa Cruz, Pando y Beni, los tres grandes departamentos donde los impulsos autonomistas son más fuertes, los seguidores de Morales obtuvieron un promedio del cuarenta por ciento de los votos, un porcentaje que en cualquier parte del mundo merece ser respetado, máxime si se tiene en cuenta que se trata de un porcentaje en ascenso.

Mal que le pese a Manfred Villa, la representatividad de Morales está fuera de discusión. Su popularidad también. Lo que importa debatir de aquí en adelante son los desafíos que se abren hacia el futuro. El sesenta y dos por ciento de los votos es una cifra importante, pero que exista un cuarenta por ciento de bolivianos que no lo hayan votado es un dato que también merece tenerse en cuenta, sobre todo si se advierte que en ese porcentaje anidan los grupos económicos más poderosos y agresivos, grupos que no necesitan de los votos para actuar y que tampoco se dejan impresionar por ellos.

Históricamente la izquierda no ha resuelto el desafío de profundizar las conquistas sociales en el marco de la legalidad burguesa, capitalista o como la quieran llamar. En el caso de Bolivia, a este desafío se le suma el componente indígena que le otorga al proceso una singularidad histórica cuyo desenlace es, hasta el momento, una incógnita para todos, incluso para quienes simpatizan con la causa de los llamados pueblos originarios. Morales dispone de una inmensa cuota de poder para cumplir con sus metas, pero habrá que ver en primer lugar cuáles son esas metas y qué posibilidades hay en el mundo contemporáneo de realizarlas.

Si bien hoy se habla de la revolución de Morales como un hecho inédito, en honor a la verdad hay que decir que hace medio siglo Bolivia conoció otro proceso revolucionario que repartió la tierra entre los campesinos, movilizó a los mineros y organizó milicias populares. Se trataba de la revolución del mítico MNR liderado por el “Mono” Paz Estenssoro, un dirigente político que no era indio pero que a juzgar por las líneas de su rostro y el color de su piel tampoco podría decirse que era rubio, anglosajón y protestante. La revolución de Paz Estenssoro derivó en reformas burguesas cada vez más débiles en el marco de un sistema político que progresivamente se fue corrompiendo.

No hay motivos para pensar que con Morales vaya a pasar lo mismo, pero sí es importante reflexionar sobre los límites reales de los procesos sociales o sobre las resistencias que ofrece la realidad a las mejores intenciones. Paz Estenssoro o Lechín Oquendo no se sentían menos revolucionarios que lo que ahora se siente Morales, y sería una simplificación burda atribuir su fracaso a simples defecciones personales.

Bien mirado el poder de Morales es al mismo tiempo una oportunidad y un riesgo. Una oportunidad porque como ya se ha dicho le permite disponer de una amplia mayoría para avanzar con los cambios prometidos; un riesgo porque ahora se terminan las excusas relacionadas con las trabas levantadas por la oposición. Digamos que para el MAS ha llegado la hora de la verdad y sobre la naturaleza de esa cita siempre es imprudente hacer pronósticos felices.

Con respecto a la derecha boliviana, hay que decir que se merece lo que le está pasando. Han tenido muchísimas oportunidades para organizar un país más o menos civilizado y lo único que han hecho es profundizar las diferencias sociales y acentuar sus irritantes privilegios. Cuando las circunstancias se les presentaron desfavorables nunca dudaron en recurrir al crimen o el golpe de Estado. Sin ir más lejos, el candidato a vicepresidente de Manfred Villa, Leopoldo Fernández, está preso por haber ordenado la masacre de una veintena de campesinos. Como se dice en estos casos: “incorregibles”.

En un país mayoritariamente indígena, la única respuesta que fueron capaces de dar fue la de un anacrónico racismo. En materia económica no supieron programar una estrategia medianamente viable. Al país lo endeudaron y corrompieron. Justificaron sus actos en nombre de un liberalismo degradado que fue más una coartada para enriquecerse que un programa de libertades políticas y económicas. Como para que nada faltase a este collar de perlas, siempre se alinearon con las peores causas del continente.

La llegada de Morales, con sus virtudes y excesos, con sus afanes de justicia y sus resentimientos, con sus certezas y sus confusiones, históricamente está justificada. Habrá que preguntarse si los que siempre fueron explotados y humillados sabrán aprovechar la oportunidad que se les abre. Yo, honestamente, no creo que el indigenismo como ideología sea un programa válido para transformar en términos reales a una sociedad y a una economía, pero lo que yo piense en estos temas no importa demasiado. Entiendo los reclamos de justicia, pero no creo que la respuesta sea regresar a la tribu. No ignoro que el tema es complejo y que dentro del MAS hay un rico debate respecto de los caminos a recorrer, discurso que sin renunciar a la reivindicación étnica intenta pensar qué lugar le corresponde a Bolivia en el siglo XXI.

En homenaje a la moderación o a cierto escepticismo, quisiera creer que los arrebatos indigenistas no son más que la espuma inevitable de una causa que necesita de otros componentes políticos para triunfar. Los procesos históricos tienen recorridos sinuosos y una cosa son las consignas que se reivindican y otra, muy distinta, las medidas reales que se deben tomar para hacerlas realidad.

Sobre estos temas las comparaciones son inevitables por más que de antemano sepa que toda comparación es peligrosa e incompleta . El proceso del MAS me recuerda al proceso llevado adelante por la revolución mexicana y su conclusión en una propuesta orgánica que se llamó PRI. Fue un proceso largo, marcado por la guerra civil, los reclamos campesinos e indígenas y las maniobras de la contrarrevolución. Finalmente el resultado fue un régimen liberal y populista que, más allá de sus excesos y corruptelas, le otorgó a México su actual perfil histórico.

México no es Bolivia y entre una revolución y la otra han transcurrido cien años. Sin embargo, las diferencias inevitables y visibles no impiden avizorar las coincidencias. Detalles más, detalles menos, la revolución boliviana debe tener en el corto y mediano plazo una salida institucional. Es lo mejor que le podría pasar. Todas las sociedades, incluso las más movilizadas, en algún momento reclaman una instancia de orden. El problema o el desafío es quién impone ese orden. Morales tiene la oportunidad de hacerlo; transformar es el primer desafío, estabilizar es el segundo. Los riesgos que se presentan son grandes porque los intereses que se afectan son poderosos. A algunos de esos intereses habrá que reducirlos, con otros habrá que conciliar. Se trata de un itinerario histórico cargado de riesgos y acechanzas que no se resolverá invocando los milagros de la Pachamama.