AL MARGEN DE LA CRÓNICA

¿La polaridad invertida?

 

La “teoría del consenso” postula: la verdad es lo que se impone en la conciencia pública, siempre susceptible al mensaje de la corporación política y económica, e impermeable a la evidencia razonada. Ni hablar de la corporación religiosa, que añade en la fe un sustento resistente a toda evidencia (o ausencia de ella).

Cierta o no, la antropogenia del calentamiento se asumió como “verdad por consenso” en la agenda global. El rico hemisferio norte, dueño de la política y los medios, impuso el concepto y justificó el mercado de carbono. El sur “pobre pero bueno” vende su derecho a usar el aire, y sólo se podrá desarrollar si le compra al norte la nueva tecnología, que por cierto es más cara y sólo viene gestionada desde el propio norte (véase Botnia) y con prerrogativas fiscales.

Pero, ¿qué sucedería si el sur, por sí mismo, se decidiera a talar los árboles como lo hizo el norte desde el imperio romano a nuestros días? Es decir, ahora están el Amazonas, el pantanal y los bosques chaqueños; las reservas mineras andinas (Bolivia tiene el mineral para las pilas del futuro) o los grandes pozos petrolíferos del Atlántico sur, ya descubiertos en Brasil y “por descubrirse” en torno a Malvinas.

Los gobiernos corruptos por derecha o ineficientes por izquierda de América Latina no han aprovechado esos recursos. Incluso a despecho de muchos “emprendedores” que en estas latitudes deliran con invertir la polaridad de la tierra, no en términos magnéticos sino económicos.

Son -igualmente- depredadores dispuestos a explotar -sin contemplaciones- minerales, vegetales y animales para acumular fortunas. Ellos están felices con el “climagate” que prueba la mentira de Phil Jones, el “exégeta científico” del calentamiento global antropogénico, con el cual los poderosos se apropiaron -a las risas- del discurso más progresista de la tierra.