EDITORIAL

Más polémicas sobre el Premio Nobel de la Paz

El debate promete ser interminable: ¿La Academia Sueca hizo bien en otorgarle el Premio Nobel de la Paz al presidente de los Estados Unidos, Barack Obama? Muchos se han preguntado, con la mejor buena fe, por qué se entregaba un premio que tiene un gran valor simbólico a un mandatario que recién asumía el poder y, por lo tanto, se ignoraba si efectivamente sería un adalid de la paz o todo lo contrario.

La historia a veces se entretiene montando en escena situaciones paradójicas. El día en que Obama se hizo presente en Suecia para recibir el premio coincidió con la movilización de alrededor de 30.000 soldados norteamericanos a Afganistán. El contraste entre un acto y el otro es más que evidente. Mientras las autoridades le entregan el premio los soldados marchan a la guerra cumpliendo con una orden firmada por la persona que acaba de recibir el galardón.

La situación resultó tan incómoda para todos que el propio Obama tuvo que referirse a ella. Lo que dijo no desmereció a ese gran constructor de discursos que es el presidente estadounidense, pero tampoco escapó a lo previsible. En principio, sostener que esa acción era para asegurar la paz y terminar para siempre con la guerra no sólo que no es original sino que reitera palabra por palabra lo que diferentes mandatarios en el siglo veinte dijeron para justificar guerras.

La comparación con Hitler tampoco fue original. Justificar una guerra invocando el ejemplo del Führer puede ser un buen recurso retórico pero convengamos que en los últimos años se ha transformado en un lugar común. Fue la historia la que se encargó de demostrar que ante personajes que encarnan el mal absoluto las políticas pacifistas de apaciguamiento no dan resultado y que el objetivo de la paz sólo se puede lograr a través de la guerra. La disputa en el parlamento inglés entre Churchuill y Chamberlain en ese sentido fueron aleccionadoras.

De todos modos no seamos injustos con Obama. Mientras nadie pruebe lo contrario él no ha hecho nada para gestionar el Premio Nobel y, al mismo tiempo, admitamos que después de la gestión de George W. Bush, el perfil de Obama alentaba la tentación de otorgarle el Premio Nobel, un premio que en un pasado no muy lejano lo han recibido personajes mucho más controvertidos que él, como es el caso de Henry Kissinger o el terrorista palestino Yaser Arafat.

La guerra en Afganistán ya estaba lanzada antes de que Obama asuma el poder y habrá que ver si concluye antes de que termine su mandato.

El presidente pudo haber rechazado el galardón como en otro contexto lo hizo Sartre. Es probable que las consecuencias de su acto hubieran sido mucho más controvertidas que la aceptación. En todo caso, los que deberán discutir internamente acerca de los criterios para otorgar el Premio Nobel de la Paz serán los miembros del jurado sueco. En este punto Obama tiene poco y nada que decir o hacer.