al margen de la crónica

¿En tu casa o en la mía?

¡Tu hermana siempre es la misma la viva! Ésa o alguna otra frase semejante empieza a rondar con frecuencia apenas diciembre camina sus primeros pasos. Las fiestas de fin de año son, para la mayoría, días de verdadero festejo. Momentos -quizás los únicos- en los que la familia completa -o casi- aprovecha para reunirse. Durante el resto del año todos viven complicados en sus respectivos mundos y, por una u otra cuestión, las intenciones de encontrarse, muchas veces, quedan en expresiones de deseo. Sin embargo, la empresa no siempre es fácil y la previa, a veces, resulta poco amable. Existen los anfitriones natos; a ellos les encanta abrir las puertas de su casa, encargarse de la cena, ocuparse de llenar el arbolito de regalos, preparar la mesa y estar hasta en los últimos detalles y están los otros... Ésos a los que les cuesta prestar ayuda de cualquier tipo y mucho más la que implique un compromiso directo con la atención de invitados. Siempre tienen como un as en la manga y la excusa adecuada: la casa es chica, el jardín está tapado de yuyos; ¿y si llueve?, ¡el tiempo está tan loco! y no tienen adónde ubicar tanta gente; en el departamento los chicos no pueden jugar, ese día trabajan hasta tarde y así se reproducen los mil y un pretextos que verbalizan a manera de disculpa (o excusa).

¿Realidad o avivada? Quién pudiera saberlo; la cuestión es que los que tienen tantos problemas que se convierten en especies únicas en su género, siempre encuentran acomodo gracias a que otros deciden, en nombre del espíritu navideño, ponerle el hombro a la situación, tiempo a la organización y manos a la obra.

Los “este año no puedo” casi siempre llegan tarde, cuando la mesa está puesta y los platos servidos. Tocan el timbre y, antes de saludar, ponen en la cara del dueño de casa, el moño enorme del pan dulce recién comprado. “Disculpáme por la hora, pero fue difícil organizar a los chicos”. Los “chicos” miran hacia arriba sin comprender por qué fueron nombrados.

Levantar platos y copas usados y lavarlos es “derecho” de la señora de la casa que es la única que sabe dónde se guarda cada cosa. Apenas después del brindis de las doce, recuerdan que deben pasar a saludar a unos amigos con los que se comprometieron. Agradecen, piden mil disculpas, prometen que el año que viene van a estar más organizados -lo mismo dijeron el año pasado- para recibir a todos en su casa, diseminan besos a diestra y siniestra y parten.

Los pícaros siempre estuvieron y seguirán estando. Para llegar a soportarlos sin morir en el intento y, como todavía faltan algunos días para tenerlos cara a cara, no está de más ahuyentar la bronca y hacer catarsis apelando al clásico “Tu hermana es siempre la misma viva”.