Juegos: comunicación y aprendizaje

Svenja Pelzel - Cristina Papaleo

Deutsche Welle

En las familias de hoy, cada vez hay menos tiempo para jugar. Cuando ambos padres trabajan y llegan tarde a casa, luego de una dura jornada laboral, y no hay abuelos o tíos que cuiden a los niños, la costumbre de sentarse a jugar en familia va pasando al olvido.

Astrid Kling-Hornig vive en Berlín, y hoy se toma tiempo para sentarse a jugar en la gran mesa del comedor con sus dos hijos, Moritz y Paul, y un amigo de éstos. Ante ellos se despliegan figuras multicolores, tarjetas y dados. Si en Alemania se les pregunta a los niños qué esperan de sus padres, todos responden que quieren que les dediquen más tiempo. En la familia de Astrid, tanto ella como su esposo trabajan. Paul y Moritz van a una escuela de tiempo completo. Su amigo Jakob, que hoy está pasando la tarde con ellos, va por la tarde a clases de judo, arte y guitarra. Es el típico estrés semanal de un niño de once años. Cuando tiene más tiempo libre, Jakob prefiere jugar con la consola de videojuegos, los que, según él, “son más interesantes que los juegos de mesa”. Los videojuegos marcan récords de venta entre los niños y jóvenes a partir de los diez años.

También en el comportamiento de los consumidores se están produciendo cambios. Esto se puede comprobar en las ventas de los juegos Lego, que constan de piezas para construir. En sus orígenes, era el típico juego para armar, compuesto de ladrillos de encaje, con los que se podía construir todo lo que la imaginación quisiera. Actualmente está concebido para dar forma a naves espaciales, castillos vikingos o estaciones de policía. Ya no hay demasiado espacio para la creatividad,.

Vivian Reimann, pedagoga social de la escuela Thalia de Berlín, ve esta evolución del juego con ojos críticos. En el comportamiento de un niño, se ve a las claras si sus padres juegan con él en casa, o si pasa largas horas solo, delante del televisor o la videoconsola. A través del juego, los niños adquieren nuevas aptitudes sociales, ya que aprenden a atenerse a las reglas, a aceptar la derrota, y desarrollan virtudes como la paciencia y la concentración. “Además -subraya la especialista- tienen que prestarse mutuamente atención, y así, se perciben como parte de una comunidad”. Tanto los niños como las niñas descubren así sus propias capacidades y comprenden que pueden buscar ellos mismos soluciones a los problemas.