¿Qué fue de la “Dolce Vita”?

El sueño de Fellini, medio siglo después

Poco queda en la capital italiana del mundo glamoroso que mostró el maestro del neorrealismo. El famoso Café de París es hoy propiedad de la mafia calabresa. Y la discoteca Jackie O’, refugio de delincuentes y criminales.

1.jpg

El emblema. El baño de Anita Ekberg en la Fontana de Trevi, una escena emblemática de “La Dolce Vita”, de cuyo estreno se cumplen 50 años.

Foto: Archivo El Litoral

 

Mónica Faro

Agencia EFE

En febrero de 1960, las salas de cine italianas fueron testigo del sueño felliniano que marcaría un antes y un después en la historia del cine y que se convirtió en símbolo de un estilo de vida, de una “Dolce Vita” romana marcada por las exhibiciones mundanas, la decadencia y los excesos.

Las paradojas de “La Dolce Vita” encontraron ya su expresión desde la primera oleada de reacciones y críticas, con elogios, admiración, insultos y ataques que arremetían contra la supuesta “inmoralidad” de la película o su clima corrupto y que no fueron más que la confirmación del inicio de un mito.

El Centro Católico Cinematográfico colgó al film la etiqueta de escluso per tutti -“excluido para todos”- y algunos críticos que dieron opiniones favorables a la película fueron despedidos de los rotativos.

La huella imborrable que dejó el director de “Otto e mezzo” o “Amarcord” trazó un fresco lleno de símbolos, un mosaico de estereotipos y un universo onírico que muchos buscan aún al perderse por las calles de Roma.

La diva interpretada por Anita Ekberg, que repite hasta la saciedad su llegada al aeropuerto para posar ante los fotógrafos, el intelectual atormentado o el cazador de imágenes comprometidas, desde entonces bautizado paparazzo, desfilan por esa fantasía hecha realidad, fragmentada en escenas aparentemente inconexas y paradigma de una agridulce “noche romana”.

Poco queda ya de aquellas reuniones de los paparazzi en la Via Veneto de Roma, pero la magia con que el maestro de los sueños dotó a “La Dolce Vita”, con sus más sorprendentes contradicciones, conserva algunos rincones, como el famoso Café de París, que Fellini retrató y convirtió en uno de los centros del glamour de la cinematografía europea.

Ese histórico local, ícono de un mundo tan extravagante como vacío, corrupto y destinado al naufragio, pertenece hoy a la mafia de Calabria, la Ndrangheta, que lo adquirió hace un año por seis millones de euros.

Tampoco ha sido estelar el destino de discotecas como Jackie O’, símbolo de la vida nocturna romana, frecuentada por Grace Kelly, Jacqueline Bisset, Marcello Mastroianni o Vittorio Gassman y, en los años noventa, punto de encuentro de criminales y delincuentes.

Indicios

Pero, si uno se aleja de Via Veneto, encontrará uno de los lugares más vivos de esa “Belle Époque” italiana, que hizo de la Ciudad Eterna un centro de celebridades durante los rodajes de “Ben Hur” o “Quo Vadis”: la Taverna Flavia, un restaurante que el tiempo ha convertido en museo fotográfico, dirigido por Mimmo Cavicchia desde hace cuatro décadas.

Las paredes de este mágico establecimiento, entre los favoritos de las estrellas también en la actualidad, son un auténtico mural de autógrafos en el que lucen centenares de firmas y rostros conocidos, desde Sofia Loren y Audrey Hepburn hasta Woody Allen o Pedro Almodóvar.

Testigo de historias de cine como el romance entre Richard Burton y Elisabeth Taylor, máxima protagonista del local con una sala que lleva su nombre. Ahí están enmarcadas sus sandalias de “Cleopatra”, quizás la pieza más cotizada de este restaurante-museo, que “Liz” regaló a Cavicchia cuando rodó la película.

“Los protagonistas de la “Dolce Vita’ eran los actores, y los espectadores salieron a la calle para vivir y actuar como ellos. Todos se volvieron locos y querían imitar a los personajes del cine. Cada uno se sentía protagonista a su manera”, afirma Cavicchia en una entrevista con EFE.

Así nacieron las ganas de recuperar el tiempo perdido, de vivir una locura que Fellini inmortalizó con la mítica escena en la Fontana di Trevi, cuyas aguas tienen aún la huella de Anita Ekberg.

Ella convirtió en sueño de muchos un baño en esa fuente siempre abarrotada de turistas. Fantasía irrealizable también para la propia actriz, puesto que la escena se rodó en una copia recreada en el Estudio 5 de Cinecittà, donde se instaló la capilla ardiente del maestro en 1993.

Los estudios de cine romanos son hoy una fábrica de sueños que conserva el sello de los grandes del neorrealismo y de Martin Scorsesse o Francis Ford Coppola.

De algún modo, Roma es aquella ciudad imaginada por Fellini. Pero “la Dolce Vita se acabó”, sentencia Cavicchia. “Ya no existen esos grandes personajes, ahora los actores sólo están un día para presentar su película y están condicionados por sus agentes publicitarios. Además, la gente está invadida por la televisión. Si Gran Hermano bate récord de audiencia, ¿qué Dolce Vita es? ¡Es la amarga vida!”.

Por Via Veneto desfilan ejecutivos, se erigen sedes de grandes bancos y hoteles de cinco estrellas. Sólo placas conmemorativas, fotografías y algunos bares como el emblemático Harry’s Bar, que aún conserva su luz, son un reclamo para nostálgicos que quieran respirar los resquicios de aquella “Dolce Vita”.