llegan

cartas

Los pájaros, II

Rubén Elbio Battión

Ciudad.

La luz y la oscuridad marcan el momento de su trabajo y descanso. Nunca hay disensiones en la pareja, porque la pareja es eterna. Y si uno muere, la tristeza silencia para siempre el canto del otro. Es un luto callado. El cielo de los pájaros es su verdadera libertad. En las jaulas, cantan sus tristezas. Y el hombre se siente orgulloso de aprisionarlos. No les interesa la esclavitud ajena, porque es parte de su irradiante crueldad. Cuando los árboles mueren, muestran las silenciosas cunas de los pájaros: son sus adornos maternales. Ninguna pareja tiene un solo hijo, pues ellos sienten y viven el “creced y multiplicaos”.

También ellos tienen sus asesinos emplumados: no son sólo los niños con su hondas inquisidoras. Mueren lejos de sus nidos y los sepulcros no manchan sus cunas. Mueren lejos y solos, sin trabajos solidarios. Algunos hombres los crucifican en sus jaulas. Lloran en silencio. Las plumas son las naturales condecoraciones de la luz.

Saben avanzar contra el viento; viéndolos, ¿aprenden los hombres a enfrentar sus dificultades y contratiempos? Un pájaro en la mano tiene el susto de perder su vida; los hombres vivimos asustados. El aire limpio es su apoyo y su templo. Quizás no recen, pero cantan con luminoso amor, que siembran con alas incansables. Son amorosos aunque sin hostias ni pecados. Ellos exaltan la libertad; las cadenas están en la esclavitud humana. Tienen dos patas para aferrarse a las ramas, y dos manos para volar. Los hombres tienen dos pies para andar sin rumbo, y dos manos para escribir... o matar. La serenidad siempre amanece en sus miradas, porque no hay turbiedad en sus ojos y pueden ver a los lejos. La cortedad en los hombres les impide escudriñar las cercanías de sus almas.

¿Dónde están las banderas?

María Viviana Atienza.

DNI 14.402.280

Señores directores: Si bien vamos camino al Bicentenario pareciera que algo tan simple como izar nuestra insignia patria ya no le importa a nadie.

Salvo los organismos públicos y los gremios, en las plazas como la San Martín, Parque Alberdi, etcétera, brillan por su ausencia.

¿Tanto trabajo cuesta verla lucir en esos lugares tan transitados por la gente? Ni qué hablar de nuestros niños que deben aprender a amarla y respetarla desde la más tierna infancia.

Ya sé que camino al Mundial todo se vestirá de celeste y blanco, pero no debemos olvidarnos de ella todos y cada uno de nuestros días. Así lo hicieron nuestros próceres que nos legaron esta bendita patria.