Don Giovanni entre burbujas del champán

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Mozart, autor de la célebre ópera “Don Giovanni”.

 

 

Nidya Mondino de Forni

El barroco, época de divergencias, de claroscuros, de glorificación de todo lo que supusiese una consideración sobre la fugacidad de la vida y lo inestable de la fortuna y la salud humanas. Lógico resulta que una época así creara el mito de Don Juan, el libertino sin reposo, el conquistador sin freno, siempre tras un ideal inalcanzable, pues con la sola posesión se desvanece el atractivo de lo poseído. Todo su orgullo se cifra en conseguir y olvidar.

Es la época, además, en que Dom Perignon (contemporáneo de Luis XIV) inventa el champán. Ese vino sutil, fino, singular, poderoso, aromático, burbujeante, que permite la alegría, la fiesta, la dicha, las leves embriagueces. Sus burbujas acompañan lo que designa lo efímero, lo pasajero, lo fugaz que impone la muerte: “La existencia no dura más que las burbujas”. Toda la época es un fasto a ellas, reflejado también en la música y la pintura.

Como una forma musical -según Michel Onfray en “La razón del Gourmet”- el champán es una composición, una voluntad de armonía, un deseo de equilibrio, la producción de un estilo, donde se mezclan sabidurías ancestrales, sapiencias antiguas, trucos mágicos, recetas misteriosas y amor a un trabajo singular. Donde culminan las operaciones alquímicas se encuentra la obra de arte.

Es el único vino que canta, promesa de músicas felices, basta escuchar cómo revientan en la superficie de la copa las burbujas del brebaje que vive haciendo pequeñas explosiones, secas y finas, que restallan y chisporrotean regocijando al oído. Las efervescencias poco a poco son menores, más espaciadas. Modula su canto, el ritmo se modifica, cambia la cadencia yendo del forte al piano, del allegro al adagio, lo mismo que en la fantasía en música.

Para devolverle la cortesía la música cantó al champán. El elegido para ejemplificarlo sería Mozart y más precisamente su ópera “Don Giovanni”, al decir de Kierkegaard y Pierre Jean Jouve el aria Nº 12 del acto I: “Finch’han dal vino”. En esta aria, llamada el “aria del champán”, el conquistador empedernido ordena preparar una gran fiesta con muchachas hermosas, danza y vino. Encara el minué, la gallarda y la alemanda para poder así aumentar la lista con una buena decena de nuevas conquistas.

“Finch’Han Dal Vino: Calda la testa./ Una gran festa/ Fa preparar./ Se trovi in piazza/ Qualche ragazza,/ Teco ancor quella/ Cerca menar./ Senza alcun ordine/ La danza sia;/ Chi’il minuetto,/ Chi la follia/ Chi l’alemana/ Farai ballar./ Ed io frattanto/ Dall’altro canto/ Con questa e quella/ Vo’ amoreggiar./ Ah, la mia lista/ Doman mattina/ D’una decina/ Devi aumentar!”.

(“Haz preparar/ una gran fiesta/ mientras mantengan caliente/ la cabeza de vino./ Si ves en la plaza/ alguna muchacha,/ intenta también/ traértela contigo./ Sin ningún orden/ sea la danza;/ a unas el minuetto,/ a otras la folia,/ a otras la alemanda/ harás bailar./ Y yo, mientras tanto/ y por mi parte,/ con unas y otras/ galantearé./ ¡Ah, mi lista/ mañana temprano/ en una decena/ habrás de aumentar!”).

El tratamiento orquestal es chispeante, efervescente, su ritmo rápido y la cadencia infernal, desbordante. La voz es aumentada por flautas y violines que expresan el encanto y lo demoníaco. El eterno retorno del deseo es insinuado por el continuo retorno de las mismas células musicales en concordancia con el interminable movimiento de las burbujas que desean la superficie y la destrucción.

Chispeante como el champán es la vida del libertino que en ese momento experimenta la embriaguez del efímero gozo. “El hombre no es más que una burbuja, nada más que una burbuja”.