París Bohemio,  ayer, hoy y siempre

“El salón de Montparnasse”, de Marc Chagall, uno de los artistas que vivió y contribuyó a la bohemia parisina.

París Bohemio, ayer, hoy y siempre

Poetas, pintores, filósofos, músicos hicieron de Montmartre una de las atmósferas particulares más inolvidables de todos los espacios y todos los tiempos. Sin bien hoy esas calles parisinas no son lo que eran, la bohemia sigue ahí como impronta de una ciudad como no hay otra.

TEXTOS. NIDIA CATENA DE CARLI. FOTOS. EL LITORAL

Ir a París y no visitar la “butte” (1) de Montmartre es lo mismo que ir a Roma y no asomarse para ver el Trastevere o, aún más, ir a Jerusalén y no orar en el Santo Sepulcro o colocar un papelito -con un pedido muy especial- en el Muro de los Lamentos.

Montmartre está tan cargado de sugerencias vividas en distintas etapas de mi vida, que sería imposible no volver con mis recuerdos a momentos y lugares emblemáticos de ese París bohemio, como fueron -y son- “Le chat noire”, “Le lapin agile”,”Le cabaret des assassins” o “El moulin de la galarette”, todos verdaderos iconos frecuentados por artistas de la talla de Picasso, Braque, Juan Gris, Vlamick, Renoir, Dufy, Suzanne Valadon y su hijo Utrillo.

El poema los ha inmortalizado:

Je cherche fortune

Autour du Chat Noire

Au clair de la lune

A Montmartre le soir. (2)

Impreso en la fachada del numero 72 del viejo bodegón bailable de L’elisse-Montmartre.

El espectáculo urbano

A lo largo del siglo XIX , la Place Pigalle, próxima a la “butte” -lugar de la noche parisina- fue el reservorio de modelos (de grissettes - 3) al que acudían los pintores para inmortalizarlas en sus telas. Allí fueron aplaudidas en escenarios escandalosos Yvette Gilbert y la inigualable Jane Avril, modelo de Toulouse-Lautrec, todas ellas “demoiselles” -muchachitas de la noche- y frágiles mariposas de amores fáciles.

Aun hoy, Pigalle continúa siendo uno de los lugares “non santos” de París, atiborrado de espectáculos de striptease y pornografía, ofrecidas en las puertas y las veredas por activos animadores que invitan a entrar en todos los idiomas inimaginables.

Subiendo la cuesta por la laberíntica calle de Ravignan, se llega a la Place du Tertre, un espacio donde menudean una multitud de pintores, caricaturistas y artesanos, que ofrecen sus obras y su oficio a los turistas y visitantes, mientras algunos, sentados en los bares que la rodean, observan divertidos cómo un artista recorta el perfil a tijera de cierta dama o caballero extranjero.

En uno de sus costados se eleva la Iglesia de San Pedro, frente a la inmensa mole del Sacre Coeur desde donde, al final de la prolongada escalera de acceso, puede verse el hermoso espectáculo de París desde lo alto hasta una distancia de cincuenta kilómetros. También la explanada frontal del Sacre Coeur sirve para que una multitud de vendedores de telas y maderas hasta estampas y fotografías panorámicas de la ciudad luz, pasando por cerveza, helados y bebestibles. El espectáculo que allí se vive es siempre cambiante y sorprendente.

Bajando hasta la calle Coortot numero 12 y siguiendo un trecho por ella nos topamos con los famosos viñedos de Montmartre , que todavía dan frutos en la antigua casa donde vivió Renoir. Hoy convertida en museo, presenta ricos recuerdos de la bohemia de Montmartre, tanto como exposiciones temporarias de especial valor artístico.

Siguiendo los azarosos derroteros de sus calles que suben y bajan, nos encontramos de pronto frente al famoso cementerio de Montmartre, en donde, en medio de un trazado regular y geométrico, bien francés, se encuentran las tumbas de Berlioz, Gautier, Alejandro Dumas, Degas, Stendhal y de Plessis, el inmortal autor de la “Dama de las Camelias” , además de muchas personalidades más.

Por lo singular de este derrotero es una cita imperdible.

Montparnasse y sus personajes

Otro “quartier” o barrio bastión del arte, la literatura y la bohemia parisina fue, sin dudas, Montparnasse.

Alrededor de 1900, también como Montmartre, se instalaron en lo que en París se llama la Ribera izquierda -tomando en cuenta el curso del río Sena-, especialmente en Montparnasse, una multitud de artistas, poetas y escritores, que comenzaron a teñir ese apacible villorrio de extramuros con su particular visión y conducta bohemia propia de esos

personajes.

Allí recalaron Apollinaire, Max Jacob y allí fue donde Paul Fort, “el príncipe de los poetas” , realizaba cada martes brillantes noches poéticas a la luz de las estrellas.

Allí, ya por entonces vivía Jarry y el aduanero Rousseau, quien con el tiempo se repatriaría en Méjico, donde realizaría lo mejor de su obra.

Uno puede imaginarse la atmósfera que debe haber imperado en esas callejas de las afueras del París de entonces, frecuentadas por Modigliani, Chagall, Leger, mezclados con políticos como Lenin y Trotski, o músicos como Stravinski, Satie y el “ grupo de los seis” ; momentos de la historia en donde las vanguardias eran acompañadas por una excitante avance que conducía, finalmente, hacia la felicidad y solidaridad de la gente .

Hoy, a diferencia de Montmartre, del antiguo Montparnasse no queda casi nada. Inmensos rascacielos se elevan donde antes había cabaret, salas de baile o “caves”, en una de las más flagrantes contravenciones a las líneas conservacionistas que cuidan la imagen de París.

Naturalmente, esta situación dio pie a duras polémicas y enérgicos rechazos por parte de los habitantes de la ciudad. Es que en París, de tanto en tanto, se desatan furiosas confrontaciones con referencia a nuevas construcciones-edificios, torres y monumentos, entre los que aceptan y los que rechazan las nuevas instalaciones. Así sucedió con la Torre Eiffel, con el Centro Pompidou, con la Pirámide del Louvre, con la Defense, con la Porte de la Villette, todos acontecimientos urbanos que, como la Torre de Montparnasse, generaron arduas discusiones.

Sin embargo, la moda ha hecho de este rincón de bohemia internacional un lugar fundamentalmente parisien. A la noche, las terrazas de las grandes “brasseries” desbordan de una multitud cosmopolita y las “boites” figuran en programas de los alegres paseos hasta la madrugada.

París es una fiesta

Hace muchos años leí una inolvidable cita de un “grande entre los grandes”. Fue el entonces joven Ernest Hemingway quien en una mesa del café La Closserie de Lilas dejaría grabado: “Si tienes la suerte de haber vivido en París te acompañará, vayas donde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos persigue”.

Artistas y escritores, músicos y filósofos, sintieron esa dulce persecución sabiendo que solamente en París concretarían sus sueños de creación en plena libertad.

(1) Cerro /colina

(2) Yo busco fortuna/ alrededor del Gato Negro/ En el claro de la luna/ En Montmartre de noche.

(3) Obreras coquetas

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Los viñedos de Montmartre, otro de los atractivos de París.

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Poco de aquel Montparnasse de la bohemia queda hoy. A cambio, pueden verse grandes rascacielos similares a éste, proyectado para el año 2012 en el suroeste de la ciudad de París.

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El Moulin Rouge, el cabaret más famoso de París, que ofrecía impresionanteS espectáculos de lujo y belleza, frecuentados por los más prestigiosos artistas de la época.

La fiesta que vivió Hemingway

“París era una fiesta”, el primer escrito de Ernest Hemingway que vio la luz póstumamente, despliega el mítico panorama de la ciudad de París, la capital de la literatura americana hacia 1920. La obra es una mezcla fascinante de paisajes líricos y agudamente personales, con otros más contundentes y anecdóticos en torno a sus años de juventud en aquel encantado lugar en el que fue “muy pobre pero muy feliz”, en un tiempo de ilusión entre dos épocas de atrocidad.

Diario del hombre y del escritor, crónica de una época y una generación irrepetibles, este texto alinea en sus páginas a figuras como Gertrude Stein, Ezra Pound, Scott Fitzgerald o Ford Madox Ford. El París cruel y adorable, poblado por la extraordinaria fauna de la “generación perdida” y sus precursores, el ideal de juventud para Hemingway, protagoniza este vivaz testamento tan entremezclado de realidad, deseo y remembranza.

En un fragmento de la obra, el escritor cuenta cómo se reencontró con la palabra verídica: “De pie, miraba los tejados de París y pensaba: “No te preocupes. Hasta ahora has escrito y seguirás escribiendo. Lo único que tienes que hacer es escribir una frase verídica. Escribe una frase tan verídica como sepas”. De modo que al cabo escribía una frase verídica, y a partir de allí seguía adelante. Entonces se me daba fácil porque siempre había una frase verídica que yo sabía o había observado o había oído decir. En cuanto me ponía a escribir como un estilista, o como uno que presenta o exhibe, resultaba que aquella labor de filacterio y de voluta sobraba, y era mejor cortar y poner en cabeza la primera sencilla frase indicativa verídica que hubiera escrito. En aquel cuarto tomé la decisión de escribir un cuento sobre cada cosa que me fuera familiar”.