Crónica política

¿Las Malvinas, son argentinas?

Rogelio Alaniz

“El patriotismo no es un breve y frenético estallido de emoción, sino la imperturbable y constante dedicación de toda una vida”. Adlai Stevenson.

Cada vez que oigo hablar de Malvinas me llevo la mano al bolsillo. La frase creo que me pertenece y si bien no es demasiado original es, por lo menos, gráfica y representa muy bien lo que pienso. Al respecto no hace falta disponer de una excelente memoria para convenir que históricamente la reivindicación de las Malvinas fue tramposa, la bandera de lucha que en los años sesenta agitaban con particular entusiasmo los fascistas criollos.

El Operativo Cóndor organizado por Dardo Cabo y Alejandro Giovenco en 1966 fue la gran hazaña perpetrada por los ex militantes de Tacuara, militantes que con los años derivarían hacia Montoneros y el CNO. Cabo fue secuestrado y muerto por la dictadura militar y Giovenco se mató solo cuando le estalló la bomba que llevaba en un portafolio para colocarla en algún local de Montoneros. Cabo respondía a Firmenich; Giovenco a Brito Lima. Las adhesiones podrían haberse invertido y el resultado sería el mismo, porque en lo importante estos caballeros más o menos pensaban lo mismo.

Cada vez que un gobierno está en crisis resucita el tema de las Malvinas. Así lo hicieron los militares en 1982 y así lo intentan hacer los Kirchner en el 2010. Giovenco y Cabo por lo menos se jugaron el cuero; la señora Cristina en estas lides no se juega ni el cuero de los zapatos de marca que calza. De todos modos, en homenaje a la coherencia no estaría mal preguntarle a los Kirchner por qué les molesta tanto que una compañía inglesa intente buscar petróleo en las islas, cuando en los cientos de kilómetros de nuestra plataforma continental no hemos hecho nada, y lo poco que se ha hecho lo han realizado empresas extranjeras, entre otras cosas porque el petróleo en la Argentina ha sido entregado a estas empresas gracia a la iniciativa de Menem y el apoyo de los Kirchner.

Siempre me llamó la atención que los argentinos estemos tan preocupados por el destino de diez mil kilómetros cuadrados, cuando la misma preocupación no manifestamos por la suerte del millón y pico de kilómetros cuadrados que son nuestros. También me sorprende la agitación de banderas anticoloniales por la recuperación de un territorio donde sus habitantes no quieren saber nada con nosotros. A estos sedicentes luchadores antiimperialistas habría que recordarles que todo proceso de liberación colonial tiene como destinatario exclusivo un pueblo decidido a liberarse. Ese pueblo en las Malvinas no existe. En todo caso lo que existen son vecinos llamados kelpers que quieren seguir siendo ingleses.

A quienes ponen en duda mi afirmación, les recuerdo que los grandes movimientos revolucionarios anticoloniales eran trascendentes porque interpretaban las aspiración de libertad de los colonizados. En Argelia, Sudáfrica, Vietnam o la India, la mayoría de los habitantes querían liberarse de la opresión colonial y como no lo podían hacer pacíficamente porque les negaban todos los derechos civiles y políticos, recurrían a las armas con la certeza de que más temprano que tarde la liberación se impondría. Nada de esto ocurre en las Malvinas. No hay criollos oprimidos; no hay argentinos en definitiva y, por lo tanto, no hay anticolonialismo porque la categoría “colonial” no es geográfica, es política, e incluye necesariamente contingentes humanos oprimidos.

¿Pero las Malvinas, son o no son argentinas?, es la pregunta de fondo. Mi respuesta es: no sé. No digo que “no”, digo “ no sé”, lo cual en este caso no deja de ser una sabia posición filosófica. Por razones geográficas todo hace pensar que nos pertenecen, pero por razones históricas el tema es por lo menos controvertido. Las Malvinas fueron de la Corona española, después las ocupó un marinero francés, luego un comerciante alemán y en el poco tiempo que estuvo en nuestras manos, la Argentina recién empezaba a llamarse Argentina y más que un Estado nacional era un “protoestado”, un proyecto de Estado con destino incierto.

¡Pero eran de la Corona española! dicen quienes pretende legitimar la pertenencia invocando esa fuente. Claro que eran de la Corona española, como también pertenecían a los Reyes Católicos tierras que hoy se conocen con el nombre de Bolivia, Paraguay, Uruguay y tal vez Chile. Y que algún hispanista trasnochado en algún momento intentó reivindicar como territorios argentinos.

Los ingleses ocuparon las Malvinas en 1833. El poder real en el Río de la Plata estaba en manos de Juan Manuel de Rosas. El Restaurador en su momento se limitó a hacer una protesta diplomática porque no tenía un pelo de tonto y no estaba dispuesto a comprometer su estabilidad interna por un pedazo de territorio del cual la mayoría de los argentinos de entonces no tenía noticia.

Los ingleses ocuparon las Malvinas hace ciento ochenta años y si de discutir ocupaciones se trata, podría decirse que Roca hizo lo mismo con el desierto. A favor de los ingleses habría que decir que se limitaron a un territorio más pequeño y, además, no mataron a nadie. A favor de Roca habría que decir que gracias a su campaña se incorporó todo el sur al territorio nacional y se afirmó el principio de que la Patagonia es argentina y no chilena.

La experiencia histórica nos enseña que un territorio se reclama por las buenas o por las malas. En el caso de Malvinas hemos probado hacerlo por las malas y así nos fue. Si ahora probamos hacerlo por las buenas, moderemos el tono. Si de leones nos fue mal probemos con la estrategia del zorro. Los ingleses serán piratas, pérfidos, rubios amanerados y borrachos, pero a la hora de pelear han demostrado que no son de arrear fácil. También han demostrado que disponen de mejor armamento y mejores relaciones internacionales. Por último, sus políticos conservadores también recurren a la demagogia. Gracias a Malvinas, Margaret Thatcher aseguró su reelección. De todos modos, si alguien se quiere anotar para ir a otra guerra que lo haga. Una sola cosa les digo en lo personal: no cuenten conmigo.

La Argentina es uno de los países más grandes de América latina. Nos sobra territorio y nos sobran problemas sociales. En Medio Oriente los pueblos se matan por algunos kilómetros cuadrados y nosotros tenemos miles de kilómetros cuadrados sin poblar y sin miras de poblarlo en el futuro. Si persistimos en esa línea no sólo que nos vamos a quedar sin Malvinas, sino que en algún momento nos van a ocupar el territorio, porque nadie en este mundo y en el que viene puede darse el lujo de disponer de miles de kilómetros cuadrados sin ocupar. No fue así en el pasado y no lo será en el futuro. Conviene saberlo desde ahora para que después no nos quejemos de la maldad de los extranjeros o, como el célebre califa, no lloremos como mujer lo que no supimos defender como hombres.

Lo cierto es las Malvinas nos hacen perder el sueño, nos excitan, nos sensibilizan, alientan nuestro ánimo guerrero, pero la desocupación, la pobreza, la marginalidad de más de cinco millones de personas no nos mueven un pelo. Tal vez no haya sido casualidad que la dictadura militar que a través de Martínez de Hoz desnacionalizó la economía y a través de de sus grupos de tareas secuestró disidentes, violó mujeres y robó niños, haya reivindicado la causa de Malvinas con la esperanza de ganar el favor popular y la certeza de que los ingleses iban a dejar hacer.

Los dictadores concibieron al operativo Malvinas como una estafa. Los militares pretendían posar de guapos sabiendo que nadie les iba a aceptar el reto. No fue así. Y como dijera Rozichner, “el que a hierro mata adentro a hierro muere afuera”. En realidad la estafa fue completa, porque los que murieron fueron los soldaditos y un puñado de oficiales valientes, porque oficiales como Astiz, muy guapos para asesinar y secuestrar a madres indefensas o a adolescentes, lo primero que hicieron cuando llegó al hora de probar hasta dónde eran bravos, fue rendirse.

¿Las Malvinas, son argentinas?