EDITORIAL

Chile, el terremoto

y la dirigencia política

El terremoto en Chile ha despertado la solidaridad de todos los pueblos y muy en particular del pueblo argentino, tradicionalmente ligado por fuertes vínculos de afecto. Las cifras de los daños materiales son altísimas. No obstante, lo más grave y, al mismo tiempo, lo irreversible, es la muerte de cientos de personas, una cifra que aún no se ha logrado determinar con precisión pero que crece todos los días, a medida que se levantan escombros y se actualizan las informaciones oficiales.

La clase dirigente chilena ha respondido ejemplarmente, enfrentando unida a la tragedia. El terremoto se produce cuando Piñera ha ganado las elecciones, pero aún no ha asumido, y Bachelet de hecho ha concluido su mandato, pero aún no ha entregado los atributos del poder. Digamos que desde el punto de vista institucional no es el mejor momento para afrontar un problema de estas dimensiones; sin embargo, ya se sabe que hecatombes de esta naturaleza no piden permiso para producirse.

Lo importante en todo caso es que la clase dirigente chilena ha dejado de lado sus diferencias, aunque más no sea por un momento. A las excepcionales circunstancias que deben asumir se suma en este caso el inevitable y lamentable indisciplinamiento social, con sus secuelas de saqueos y violencia. Una respuesta adecuada por parte del gobierno ha sido sacar a los militares a la calle no sólo para asegurar el orden, sino para asistir a la sociedad, ya que las fuerzas armadas suelen estar muy bien preparadas para afrontar estas emergencias.

Sin pretender subestimar la gravedad de lo sucedido, queda claro que el terremoto en Chile no produjo los daños que provocó en Haití, porque en el primer caso se tomó un conjunto de medidas preventivas contra los sismos que logró atenuar en parte el desastre. Esto demuestra que, cuando los gobiernos se preparan para prevenir, los desbordes de la naturaleza no se impiden, porque es imposible hacerlo, pero se reducen significativamente sus efectos.

En ese sentido, la comparación entre Chile y Haití es pertinente y, más que una coartada para justificar incompetencias y errores de gestión, es un excelente pretexto para reflexionar acerca de lo que se hace o se deja de hacer en regiones donde los terremotos pueden producirse.

Lo sucedido en Chile tampoco nos debe resultar ajeno a los argentinos. Terremotos o inundaciones, en todos los casos, si bien nada se puede hacer ante el desenlace de fuerzas naturales inmanejables, sí es posible dar respuestas luego, pero para que ellas sean efectivas es importante prevenir en el sentido más amplio y estricto de la palabra. Para ello hacen falta recursos económicos, información científica actualizada y, sobre todo, una clase dirigente decidida a actuar. En todos estos temas, si bien en la Argentina algunas decisiones se han tomado, convengamos que aún hay demasiadas asignaturas pendientes, una cuestión que debería empezar a preocuparnos porque, cuando las tragedias se precipitan, los lamentos, particularmente los lamentos de los dirigentes, valen poco.