Al margen de la crónica

Tiempo de valientes

“Ayer empecé con la materia”, dice una voz a la vez excitada y temerosa, como levantando la bandera del orgullo, esperando aplausos de brindis, pero también poniendo una barrera de hielo, ante el inicio de un tiempo de incertidumbre, cuyo desenlace es una sombra sin contornos.

Ese comenzar está dado por la búsqueda de los apuntes propios, a los cuales luego se irá sumando, en forma desmesurada, el aporte de material ajeno, a veces de un valor arqueológico (¿¡cómo hizo aquél para conseguir ese libro!?), lo que derivará en las más osadas y calificadas artimañas para apoderarse del mismo; otras, de papeles sin mérito, que sólo elevarán el volumen descomunal de fotocopias (al costado de la cama, en cuanta silla haya dando vueltas, y quien se anima a visitar tu irascible carácter se pregunta cómo hacen en esa casa para comer en diez centímetros que tiene libre de hojas la mesa del comedor).

Así, se multiplicarán en espiral, como una cinta de Moebius, las solitarias trasnoches con mates (la sensibilidad al linaje del mismo ya no existe: la marca de la yerba es indistinta para un paladar verde flúor, y hasta el más frío y lavado tiene una fiesta de bienvenida en la boca), el almacenaje de colillas a granel para aquellos que fuman, el hacinamiento carcelario en el domicilio, sin renovación de reservas alimentarias ni el mínimo gesto de higiene general. Ni qué hablar de los malabares para encastrar en 24 horas la obligación del trabajo, la dedicación a la familia (“hola y chau”), las reuniones con amigos, la exigencia de la novia-pareja, en fin... la vida misma, que sigue pasando veloz, ausente de solidaridad con tu cada vez más cercano salto al abismo.

Está bien, no es lo mismo rendir Literatura Hispanoamericana (34 libros para aquel que no incursionó por Letras) que un simple seminario opcional, y se acepta que es un tanto exagerada toda la descripción anterior, pero siempre la inminencia del día lacrado en fuego en el calendario tiene un efecto perenne con el tiempo: mientras menos falta para someterse a la inquisición, los minutos aceleran su paso, los días se escapan sin beneficio aparente y el incipiente cosquilleo nervioso del principio se transforma en vorágine incontenible antes de cruzar, como un salto, a otra dimensión, la puerta del aula. Pero la explosión no sucede y la calma cae como un bálsamo en el ingreso al tribunal. Claro que la mecha mantiene una chispa obstinada, cuyo desenlace está atado al no siempre justo veredicto de la cruel pesquisa académica.