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“La Escuela de Fráncfort”

Una serie de lugares comunes nada arbitrarios recurren cuando se menciona a la Escuela de Fráncfort: una lista de nombres célebres -Benjamin, Adorno, Horkheimer, Marcuse, Habermas...-; un firme postulado y paradigma de las ciencias sociales; su aura sobrevolando los movimientos estudiantiles de los años ‘70 y ‘80; su asociación con el marxismo y el psicoanálisis; la crítica de la industria y del imperialismo cultural; las disputas con el positivismo...

La etiqueta Escuela de Fráncfort comenzó a usarse en la década del ‘60 y en un principio designaba la afirmación de una sociología crítica “que veía en la sociedad un todo con elementos antagónicos en su interior y no había eliminado de su pensamiento a Hegel ni a Marx, sino que se consideraba su heredera”, tal como nos recuerda Rolf Wiggershaus en su voluminoso y exhaustivo estudio “La Escuela de Fráncfort”, que acaba de editar el Fondo de Cultura Económica.

Dentro de esta “escuela” hay distintas tendencias, y es clara la distinción entre la primera y segunda generación de representantes de la teoría crítica. Lo que en principio unificó de una manera somera a sus integrantes fue que eran todos judíos. “Ya sea que provinieran de familias de la gran burguesía, o bien, como Fromm y Löwenthal, de familias no especialmente adineradas: incluso en el caso más favorable no pudieron ahorrarse la experiencia, también después de 1918 y ya desde antes de 1933, de seguir siendo marginados en el centro mismo de la sociedad”. El nacionalsocialismo intensificó esa marginación hasta el exilio y obligó a la vez a que estos filósofos retornaran a su pertenencia al judaísmo.

La adhesión a las teorías de Marx, sin embargo, no emparentó a los integrantes de movimiento ni con el marxismo ni con el movimiento obrero. “Para Erich Fromm y Herbert Marcuse, el descubrimiento del joven Marx se convirtió en la decisiva corrección de sus propios esfuerzos. Para Marcuse, Sein un Zeit (“Ser y tiempo”) fue lo que lo impulsó a buscar a Heidegger en Friburgo, porque ahí, pensaba él, se atacaba concretamente la cuestión de la existencia humana propiamente dicha. Cuando llegó a conocer los Manuscritos de París del joven Marx, éste se volvió realmente importante para él, e incluso más importante que Heidegger y Dilthey”.

Wiggershaus estudia el medio siglo de historia preliminar y la historia propiamente dicha de la Escuela de Fráncfort, los lugares en que se desarrolla -Fráncfort del Meno, Ginebra, Nueva York y Los Ángeles, regresando finalmente a Fráncfort-; el contexto histórico -la República de Weimar, el nazismo, el New Deal, la Segunda Guerra, la época de McCarthy en los Estados Unidos-, y las variantes y transformaciones de “la teoría” a lo largo del tiempo.

La dialéctica entre los distintos integrantes cubre distintos temas del campo de la política, la sociología, la filosofía y las comunicaciones. Así, en el campo del arte, mientras Benjamin y Adorno discutían en Europa “sobre la correcta evaluación de las formas y funciones del arte y la cultura modernos, el Círculo de Horkheimer en Nueva York no había dejado de trabajar también en el campo de la estética materialista”. Ya en 1937 Marcuse había escrito “Sobre el carácter afirmativo de la cultura”. En tanto, Adorno, “Sobre la situación social de la música” y Benjamin, “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”. En una presentación que el instituto hiciera de sí mismo se decía en 1938 que “la otra rama de los estudios sociológicos ha sido dedicada a varias esferas culturales. El instituto trabaja a partir de la hipótesis de que un análisis de una obra individual de ciencia o de arte, basado en una teoría social adecuada, frecuentemente puede aportar una visión tan profunda de la estructura real de la sociedad como lo harían varios estudios de campo, conducidos con un amplio personal y recursos complejos. Nuestro trabajo en la sociología del arte y la literatura se ha centrado en torno a los escritos y producciones artísticas que son particularmente característicos de la difusión de una Weltanschauung (visión del mundo) autoritaria en Europa”. Eso se escribía en una época en que todavía no habían surgido las distintas interpretaciones teórico-sociales sobre el arte, polémicas en el caso de Löwenthal y Adorno.

Se recuerdan también en el libro de Wiggershaus a los enemigos de la teoría crítica. Günther Roohrmoser repitió siempre que Marcuse, Adorno y Horkheimer “eran los padres intelectuales de los terroristas que estaban destruyendo con una revolución cultural la tradición del Occidente cristiano”. Ernst Topitsch sostenía que bajo los lemas de la “discusión racional “ y del “diálogo libre de dominación” se estaba estableciendo en las universidades “un marcado terrorismo sobre la forma de pensar, como no había existido, en esta forma directa, ni siquiera bajo la dominación nacionalsocialista”.

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Jürgen Habermas, uno de los últimos exponentes de la Escuela de Fráncfort.

Foto: I. Ohlbaum

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Walter Benjamin, considerado uno de los iniciadores de la “Escuela de Fráncfort”, en su juventud.

Foto: Archivo El Litoral