Violento asalto en la veterinaria Di Pangrazio

“Lo peor de todo viene después...”

“Lo peor de todo viene después...”

“Es el segundo robo que sufro en poco tiempo y eso deja consecuencias. Antes atendía con las puertas abiertas. Hoy desconfío de todos”, opinó Di Pangrazio.

Foto: Danilo Chiapello

 

Danilo Chiapello

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Fue solo un instante... pero resultó crucial.

Eran poco más de las 18 cuando el doctor Marcelo Di Pangrazio sintió que alguien llamaba a la puerta de su consultorio, ubicado en avenida Freyre 1798, esquina con Moreno.

Abocado a su rutina de trabajo, el profesional realizó una pausa para ver de qué se trataba. Y fue donde se produjo el momento clave.

“Apenas los vi, me di cuenta de que me venían a robar”, rememoró esta mañana el veterinario en diálogo con El Litoral.

Pero ya era demasiado tarde. La puerta había sido abierta. “Cuando la quise cerrar, uno de los sujetos me lo impidió cruzando su pierna por la abertura”. Ya estaban adentro del local.

De los cacos se supo que son dos muchachos, de entre 20 a 25 años. Vestían bermudas tipo “pescador” y cubrían sus rostros con gorras. Sobre avenida Freyre habían dejado estacionada una motocicleta.

Maniatados

A partir de entonces los rufianes gobernaron la situación.

Uno de los individuos tomó del cuello al veterinario y, bajo amenazas, lo obligó a ir hasta la parte donde se hacen los trabajos de peluquería canina. Allí sorprendieron al empleado del comercio, el que también fue reducido.

Echando mano a las correas que se utilizan con los perros, los sujetos maniataron a las víctimas. Luego les indicaron que se tiraran al piso boca abajo. A cada rato les recordaban que “no tenían que mirarlos a la cara”.

Los cacos se hicieron del dinero de la caja y de otra suma que estaba destinada el pago de proveedores; en total unos 1.500 pesos. También se llevaron los teléfonos celulares de las víctimas, para finalmente escapar a toda velocidad.

Sabor amargo

“Esto deja un sabor muy amargo”, reflexionó hoy Di Pangrazio en diálogo con El Litoral.

“En realidad lo peor de un robo viene después. Cuando uno se pone a pensar todo lo que pudo llegar a pasar. La cabeza no deja de trabajar. Es horrible esa sensación de saber que tu vida estuvo a merced de esos sujetos.

“Para colmo uno no encuentra ya más maneras para protegerse. Nada te alcanza. Ni con las rejas, ni con las alarmas. Ya hace 30 años que estoy en el barrio, y no sé qué pasó, pero todo cambió demasiado... para peor. Antes yo trabajaba con la puerta abierta. Hoy uno ya no sabe a quién le tiene que abrir...”, culminó resignado.