El riesgo de la inercia

El gobierno sigue provocando y el ruralismo reacciona prestándose a la disputa política. La ganadería necesitan dar un salto tecnológico.

Juan Manuel Fernández

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Sobran motivos para que los productores y sus dirigentes sostengan en el tiempo su antipatía con el actual gobierno nacional. Y los seguirá habiendo, puesto que parece poco probable un cambio de actitud del kirchnerismo. Pero seguirles el juego podría no ser la mejor estrategia si lo que se quiere es beneficiar al sector.

Distraer energías para tener siempre lista una réplica política o mediática ante cada acción oficial en lugar de pensar y actuar (sobre todo actuar) en pos del desarrollo del campo y los productores, pone al agro en punto muerto, en una peligrosa inercia paralizante.

El viernes de la semana pasada con el cierre “de facto” de las exportaciones de carne vacuna —es decir, sin promulgar instrumento legal alguno que avale la medida—, el gobierno nacional accionó nuevamente ese gatillo, cada vez más sensible, que dispara automáticamente una catarata de comunicados, declaraciones, amenazas de paro y demás manifestaciones de fastidio del ruralismo.

No cabe duda que la obligación de los dirigentes es alzar la voz ante el más mínimo atropello, pero también deben estar atentos a no caer en la trampa de agotar sus recursos en politizar todas las cuestiones. Desgraciadamente, en lugar de ser “el arte de lo posible”, la política en Argentina parece tener siempre el efecto contrario: empantanar cualquier intento de avance y estancar todo lo que toca.

Al contrario de lo que ocurrió con la agricultura, la ganadería avanzó poco y nada en las últimas décadas. Las estadísticas muestran que mientras las producción de granos se triplicó en los últimos 20 años, el stock vacuno y la producción de carne mantienen los niveles de mitad del siglo pasado. Por ejemplo, en 1968 las existencias fueron de 51.5 millones de cabezas y la faena de 12.8 millones con una producción anual de 2.6 millones de toneladas de carne. En tanto, en 2008 —antes de la sequía que diezmó el rodeo nacional— el stock era de 55.1 millones de cabezas (en 2009 cayeron a 51.9 millones), de las cuales se procesaron 14.5 millones con una producción total de 3.1 millones de toneladas de carne. Es decir, avatares políticos, económicos y climáticos aparte, en 4 décadas el sector creció poco y nada.

En este contexto, urge reservar recursos y diseñar estrategias para darle al ganadero la orientación que el Estado no brinda y apuntar, por caso, a mejorar la tasa de destete para que se logren más terneros por vaca.

Politizar al productor, en lugar de tecnificarlo para que gane eficiencia y así cuente con mejores herramientas de supervivencia, sería sin dudas el peor negocio para el sector.