Frente al inspector

Frente al inspector

Ahora, por razones de conciencia, prevención, recaudación, coima o por cierta “ondina” de supuesta mayor presencia estatal en determinados ámbitos, pululan y ululan los controles de tránsito. En la ruta, en la ciudad, en la cortada más recóndita, allí están. Todos los sufrimos en carné propio....

TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

La gente que va de viaje comprueba una especie de saturación en materia de control vehicular por parte de agentes de tránsito, policías o gendarmería u otras cosas por ahí cada municipio o provincia, como un magma originario generador de vida, crea sus propios cuerpos- en todas las rutas. Y algo similar sucede en la ciudad, donde hay controles generales o específicos: pueden ser sólo de papelería del vehículo, pero pueden ser de alcoholemia, de motos, de taxis, de conductores rubios, teñidos o morochos, de autos con patentes terminadas en 3 o 5 o de lo que se resuelva en el momento.

Para sentar posición en general los conductores dejamos sentada la posición: jodido manejar en cuclillas o parados-, aclaro desde el vamos que con el conductor promedio argentino, todo control es insuficiente. Los controles están bien, sobre todo teniendo en cuenta que somos un pueblo, una poblada, más bien descontrolada, sin conductas ciudadanas de cuidado del prójimo o del espacio público, unos energúmenos, en fin, egoístas, banales y abiertamente peligrosos de manera normal, imagínense con un volante en la mano. Así que si te paran en la ruta o en una calle, está bien.

Cuando ello sucede se establece una suerte de pulseada (puteada también, ya que suena parecido) tácita entre el servidor público y el inservible privado. Al bajar la ventanilla se establecen relaciones, muchas de ellas fantasiosas y pertenecientes al inconsciente colectivo (nada que ver con el inconsciente del colectivero), a la historia, al lugar; otras son estrictamente sensaciones personales y en ese sentido cada persona es un mundo.

Para decirlo con todas las letras, a veces se produce una colisión (ya que estamos en el tema) entre el uniformado y el conductor, pues pareciera que hay una puja secreta entre uno que quiere encontrar algo fuera de lugar o en infracción y otro que quiere zafar de cualquier manera, aunque tenga todo en regla.

Y hay relaciones de poder, claro. Hay una primera, del agente público que tiene el poder para pararte, para pedirte documentación, para que abras el baúl, entre otras. Ese poder, algunos lo ejercen con amable cortesía y otros, quizás, con cierto tono autoritario.

Pero en el saludo mismo, en la respuesta del conductor también, se establecen relaciones de poder, contratos, direcciones, deseos, tendencias, revelaciones...

Está por ejemplo el que ya desde el vamos te agarró haciendo algo mal (por ejemplo, muy común, no tener las luces bajas encendidas en ruta) y vos también desde el vamos debés apichonarte, y aplicar la misma suave obediencia que para con tu señora esposa: sólo se reemplaza el sí querida por el sí señor (o sí oficial, que suena siempre chupamedias, aunque se trate de un agente raso que empezó ayer a laburar) y acatás de inmediato todo lo que te dice, buscando que ese yerro inicial no conduzca a un endurecimiento de la posición, sino a demostrarle que, pese a todo, sos alguien confiable. Tarea difícil, pero la docilidad es un buen camino para seguir camino, valga la redundancia.

Tenés el chapeador, es decir, aquel conductor que por investidura real o ficticia, se cree en la necesidad existencial de revertir el sentido de circulación de poder establecido entre el agente y él, porque, ¿sabés quién soy yo? Nadie sabe, el agente tampoco, pero pronto se enterará que es un juez, un amigo de un juez, un vecino de un juez, o un alto policía, o el tío o cuñado de un policía que tenía a cargo la fuerza en 1963 justo a seiscientos kilómetros de este mismo lugar, así que bajando el tonito y las exigencias. Entre los chapeadores, están los que tienen chapa explícita (real o inventada), una suerte de bronce o papel en el vidrio que alude a alguna posición de supuesto privilegio y que suele surtir como suerte de llave maestra para pasar al más allá...

Están los seductores, los cancheros, los inocentes que preguntan dónde queda tal lugar con su mejor aire cándido y tratando de correr al agente del lugar de controlador, para ponerlo en el más amable de informante.

También tenés los confesos: ante un control, un amigo que venía de un casamiento “con todo”, cuando se enteró que lo que iban a hacerle era un control de alcoholemia (y tenía cómo satisfacer la curiosidad de todo el turno y todos los automóviles), simplemente se bajó del auto con la llave, se la entregó al señor inspector y se fue caminando para su casa. A confesión de parte...

Hay muchas otras relaciones posibles, desde el cana alargador que te tiene, te tiene y te encuentra algo y te tira centros para que vos por fin digas un argentino “cómo podemos arreglar ésto”, hasta el correcto servidor que te hace un control fitosanitario y te secuestra dos manzanas y desprecia otras especies- por la mosca de los cuernos, pues, hay una gama amplísima de posibilidades, y uno mismo puede pasar por todas ellas en controles sucesivos. Así que, por más palabras que diga, entrégueme su carné, la cédula verde, el matafuego y la fecha de la última carga del susodicho adminículo, recibo de patente, sábana blanca, carné de vacunación del perro y la cifra exacta del último gol de Laferrere. Si no, no podrá circular, no sé si le dije.