Un grito para recordar

Nidya Mondino de Forni

El tema del amor que halla su más alta expresión en la fraternidad y reconciliación humana, es abordado por Beethoven en su única ópera: “Fidelio”. Tratando de plasmar en la música esos sentimientos, recurre a nuevos elementos, tales como la relevante función del coro y la fuerza arrolladora de la orquestación e instrumentación, obligando también a los cantantes a elevar su voz por sobre los instrumentos. Circunstancias que hacen necesario abandonar las tradiciones bell cantistas, en aras de una mayor dramaticidad del personaje, lo que trae como consecuencia la súbita y casi inesperada importancia que en elle cobra la música. La música desborda al drama, lo invade en su integridad y se posesiona de él, relevando un legítimo esfuerzo para intentar aunar el elemento sinfónico con el dramático.

Coincide el reestreno de “Fidelio” (*) con la época en que se acentúan los síntomas de su irreparable sordera. Ya son esos los años en que la enfermedad es tal que le impide participar en cualquier conversación, debiendo recurrir, para comunicarse con sus interlocutores, a los “cuadernos de conversación”.

El director del teatro le había ofrecido a Beethoven la dirección de los ensayos. El día señalado para el ensayo general entró al teatro, ocupando luego su puesto en el atril. El maestro de Capilla, eligió un sitio conveniente en la orquesta para tratar, piadosamente, de evitar cualquier entorpecimiento probable, dada la dolencia del maestro.

“Desde el dúo del primer acto —dice Schindler— pudo comprobarse que Beethoven no oía nada de cuanto acontecía en escena. Retardaba considerablemente el compás, y mientras que la orquesta seguía la batuta, los cantantes, a su vez, aceleraban. Prodújose entonces una general confusión. El director de orquesta, Umlauf, propuso un momento de descanso, sin explicar el motivo de ello; y, después de cambiar varias palabras con los intérpretes, volvió a comenzar. Pero, de nuevo sobrevino el mismo desorden.

“Hubo necesidad de observar una segunda pausa. Era evidente que no podía continuar bajo la dirección de Beethoven; más, ¿cómo dárselo a entender? Nadie tenía el valor suficiente para decir: “¡Márchate, pobre desventurado no puedes dirigir!’... Beethoven inquieto, agitado, miraba a derecha e izquierda, esforzándose para leer en la expresión de los diversos rostros y advertir de dónde venía el obstáculo. El silencio era unánime. De repente, me llamó con acento imperativo. Cuando estuve a su lado, me presentó su cuadernito de notas, indicándome, con un gesto que escribiese.

“Tracé estas palabras: “Le suplico que no continúe usted dirigiendo, ya le diré por qué, cuando estemos en casa’. Beethoven de un brinco saltó al patio de butacas, gritándome: “¡Salgamos de prisa!’. Presuroso, sin detenerse, llegó hasta su vivienda, entró en ella y se dejó caer inerte sobre un sofá, cubriéndose el rostro con ambas manos...”.

A pesar de todo asistió a la representación “...como un intruso —dice la cantante Guillermina Scheder— se deslizó hasta el recinto de la orquesta, se colocó detrás del atril del director, se envolvió en su capa hasta los ojos que parecía que despedían llamas. Y sus ojos me daban miedo y cuando me cruzaba con sus miradas, me sentí como impulsada por una fuerza mágica, me sentí Leonor; vivía su vida y sufría su propio dolor (...). La angustia que poco a poco me iba invadiendo se traducía en los rasgos de mi rostro, en mis movimientos, en mis actitudes y por singular coincidencia, esos gestos y esos juegos de mi fisonomía eran precisamente los que convenían a la situación dramática que estaba representando. En la escena, cuando el tirano quiere matar a Leonor y Florestan, mis nervios se desataron, se me escapó el arma de la mano, sentí que flaqueaban mis rodillas y llevándome convulsivamente las manos en la frente, hice salir de mi pecho el grito mortal de angustia que luego todas las intérpretes de “Fidelio’ han tratado de imitar”.

Quizás fue ese grito mortal de angustia lo único que logró escuchar Beethoven, que seguía con ansiedad creciente, el juego apasionado de la artista, sintiéndose orgulloso de haber sido él, con los arrebatos leoninos de su fantasía orquestal profunda e inagotable, el artífice motivador que la llevó a alcanzar las últimas cimas de lo patético. Seguramente, cuando volviéndose luego al público, pudo verlo de pie y con delirante entusiasmo aplaudiendo, fue otro consuelo para su alma herida.

(*) “Fidelio”: la obra relata el intento de Leonor, disfrazada de muchacho (Fidelio), de entrar en la prisión para poder salvar a su marido (Florestan) o al menos llevarle consuelo. Finalmente encontrará a su amado y lo salvará.

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En “Fidelio”, su única ópera, Beethoven supera y desborda el drama, haciendo que la música se posesione de él. En la ilustración, un retrato del gran compositor, de Joseph Karl Stieler.