Crónica política

Violencia y fascismo

1.jpg

Escrache. Militantes de izquierda, que apoyan el gobierno de los Castro en Cuba, interrumpieron la presentación del trabajo testimonial de la médica disidente Hilda Molina, titulado “Mi verdad”. El hecho ocurrió ayer en una de las salas de la Feria del Libro que se desarrolla en Buenos Aires.

Foto: Agencia EFE

Rogelio Alaniz

La creciente crispación del clima político debería ser una preocupación de todos. Un mínimo de memoria histórica alcanzaría para saber que los procesos de violencia y desgarramiento social no se dan de la mañana a la noche; son progresivos y la imagen que mejor los representa es la del plano inclinado. Las tapas de los diarios cada vez dedican más espacios a los escraches. Son reales, no son inventos o maniobras de difamación de la prensa, los escraches se están constituyendo en la práctica habitual de un sector de la sociedad que supone que estas hazañas no tienen nada que ver con el fascismo.

Las responsabilidades de haber llegado a esta situación es probable que sean amplias, pero fundamentalmente son del oficialismo por el simple hecho de que las iniciativas las tiene quien ejerce el poder. El escrache es uno de los recursos de la intolerancia que alientan, consienten y estimulan los Kirchner, fieles a su concepción del ejercicio del poder concebido como un campo de batalla donde siempre hay enemigos a derrotar. La operatividad de esta concepción suele ser muy eficaz, pero su ideología es ambigua para dar lugar a un espectro de posiciones que van desde la izquierda, pasan por el más crudo populismo y llegan a las versiones conservadoras más rancias y codiciosas.

El gobierno supone, o por lo menos es lo que intenta hacerle creer a la sociedad y a sus propios seguidores, que es víctima de una conspiración derechista que se resiste a admitir las bondades de los cambios que ellos proponen. Según ellos, la conspiración es tan extendida y perversa que ha manipulado la conciencia de la gente, con lo que se demuestra que el principal enemigo de la sociedad son los medios de comunicación y los periodistas responsables de este proceso de alienación colectiva.

La mayoría de las intervenciones orales de la pareja gobernante giran alrededor de este tema. Como toda estrategia discursiva que pretende un mínimo de eficacia, sus enunciados alguna verdad contienen. Tocqueville advertía, hace casi doscientos años, sobre los inevitables excesos de la libertad de prensa, pero señalaba a continuación que esos peligros se compensaban por los beneficios que la prensa libre produce controlando el poder y contribuyendo con sus textos a enriquecer la opinión pública. Desde 1830 a la fecha ha pasado mucha agua debajo de los puentes, pero convengamos que los principios de la libertad de prensa siguen siendo los mismos: pluralismo, libertad de expresión y crítica al poder, al poder y a todos los poderes, pero en primer lugar al poder estatal por ser considerado simultáneamente indispensable y peligroso.

Esa crítica es la que los Kirchner no toleran. La única relación que ellos conciben con la prensa es la que forjaron en Santa Cruz con censura, chantaje, extorsión y negociados. La novedad que han incorporado es que aquello que en Santa Cruz era mordaza o corrupción brutal y grosera, en el orden nacional deviene en un discurso teñido con consignas izquierdistas. Los problemas de los Kirchner con la prensa no son sus vicios y fallas sino sus virtudes. Lo que les molesta de la prensa es que los controlen, que ventilen sus cuentas sospechosas o el alucinante crecimiento económico de sus colaboradores.

Mientras que para hacer negocios, los Kirchner y el oficialismo en general se valen de los conocimientos y las habilidades de su ala derecha, para combatir a la libertad de prensa recurren a su ala izquierda. A esas habilidades para afrontar el conflicto político los peronistas las denominan “conducción política”. Lo que hacen no es nuevo, pero hacía mucho que no se hacía con tanto desparpajo y movilizando a sectores que objetivamente operan como grupos de choque del poder, por más que ellos supongan que están realizando interesantes aportes a la liberación nacional, la justicia social y el hombre nuevo.

El problema de estas picardías es el desborde, la pérdida de control. El populismo juega con fuego y después no sabe qué hacer con los incendios que promueve. Empapelar las paredes de la ciudad con los rostros de periodistas considerados enemigos es un precedente gravísimo para la democracia. Promover juicios populares es la antesala de la violencia y la dictadura. Algunos dirán que no es para tanto. No estoy tan seguro. Admitamos que en ciertos temas no se puede jugar con fuego. Desde el poder no se puede ni se debe ser irresponsable con el lenguaje y mucho menos atizar la caldera social. Un gobernante serio es el que mide las consecuencias de sus actos. Lo que están promoviendo ciertos sectores del oficialismo es absolutamente irresponsable porque en la mayoría de los casos no han evaluado hasta dónde son capaces de llegar sus seguidores. En política no se juega con fuego, sobre todo cuando por razones sociales y políticas el peligro del incendio está siempre presente.

¿Cómo es posible que se peguen carteles en la calle con los rostros de los periodistas como si fueran delincuentes del Lejano Oeste? ¿Cómo es posible que se hable de juicios populares? ¿Cómo se explica que en la Feria del Libro, un ámbito de la libertad de expresión por excelencia, una disidente cubana sea escrachada? ¿Quién hubiera imaginado alguna vez que dos hijos adoptados iban a sacar una solicitada para exigirle a instituciones que dicen defender los derechos humanos que no se olviden que ellos también son personas? ¿Adónde hemos llegado? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?

Es verdad que algunos dirigentes del oficialismo se han opuesto a estos excesos. Es verdad y es bueno y tranquilizador que así sea. De todos modos, a nadie escapa que estas convocatorias a la justicia popular están alentadas desde la más alta usina del poder, por más que sus principales responsables miren para otro lado o se hagan los distraídos . Una orden de los Kirchner y este mamarracho autoritario que se está montando se desactiva en el acto. No lo hicieron y dudo de que lo vayan a hacer, salvo que consideren que los costos políticos a pagar sean mucho más elevados que los beneficios que pretenden obtener.

Mientras tanto la violencia cotidiana crece. Crece y adquiere un inquietante tono ideológico. Las acusaciones de derechista, fascista, zurdo, son lanzadas con arbitrariedad y desparpajo. A determinados ministros la palabra “traidor” no se le cae de la boca. El pasaje de los insultos a la violencia física se recorre con mucha facilidad. Los que tenemos algunos años lo sabemos porque lo hemos vivido y lo hemos sufrido. No hablo por hablar y disculpen que en este caso haga una autorreferencia pero como decía Unamuno, “no me queda otra alternativa, es el ser humano que tengo más a mano”.

La otra noche fui insultado en la calle por dos jóvenes que decían pertenecer al Partido Comunista. Intenté hablar con ellos. En vano. Más insultos y más agresiones. No querían hablar, querían insultarme...y algo más. Estos chicos no me conocían, jamás habían hablado conmigo. De más está decir que nunca les había hecho nada y sin embargo me odiaban, me odian. ¿El motivo? Escribo, escribo y hablo. Y como ellos no están de acuerdo con lo que digo, consideran que es legítimo insultarme y amenazarme en la calle. ¿Y mis derechos humanos? Ya se sabe que para los fanáticos los derechos humanos son para ellos, a los otros “ni justicia”.

Intenté explicarles que mucho más fascista que escribir un artículo en el diario es insultar a la gente en la calle. Todo inútil. No lo entendieron ni querían entenderlo. No eran barrabravas o delincuentes juveniles, pero se parecían. El lenguaje, la actitud, la expresión sórdida. Les recordé que militaban en un partido que alguna vez contó entre sus filas con hombres como Aníbal Ponce, Héctor Agosti o Ernesto Giúdice. Creo que no los conocían. Los miraba y no podía creer lo que estaba viviendo. ¿Quiénes los cargan con tanto odio? ¿De dónde nace tanto rencor conjugado con tanta ignorancia? Decían ser comunistas y defendían los fusilamientos en Cuba y los campos de concentración de Stalin. Hablaban de manera atropellada y confundían los razonamientos con los insultos. En sus ojos no había el brillo de la rebeldía sino el resplandor viscoso del resentimiento. Me retiré acompañado de sus insultos. Cuando volví a mirar en la esquina ya no estaban. Se habían perdido en la oscuridad y en la noche. No eran fascistas, eran comunistas. ¿Alguien me puede decir dónde está la diferencia?.

El gobierno le dice a sus seguidores y a la sociedad que es víctima de una conspiración derechista que se resiste a admitir las bondades de los cambios que ellos proponen.

La violencia cotidiana crece. Crece y adquiere un inquietante tono ideológico. Las acusaciones de derechista, fascista, zurdo, son lanzadas con arbitrariedad y desparpajo.