Llegan cartas

En el Día de la Tierra

 

Rubén Magnago.

Docente jubilado. L.E.: 6.354.485. Villa Guillermina.

Señores directores: Si tomamos en cuenta que “el hombre es tierra que camina y el cielo azul es el aire que respira”, en algo más de 500 años hemos perdido “el cielo azul de nuestros ancestros, llámense nativos, aborígenes o indios”.

“Los blancos o huincas” hemos teñido el cielo de gris contaminante y los dueños de la contaminación: “Son unos pocos que nos tienen de rehenes a toda la humanidad”. Nuestras vedettes y las mujeres de nuestros grandes empresarios millonarios han perdido los valores éticos y morales: “Entonces se exhiben con pieles de animales salvajes, para cubrir el vacío espiritual que llevan dentro”.

Hagamos descansar por un largo tiempo la negra sangre (humus) de la tierra, tan degradada por el Glifosato y los agroquímicos.

Los humanos nos volvimos sordos...

Somos sordos y permanecemos mudos frente al dolor y la agonía de nuestra tierra (Pacha Mama) degradada, transformada en pocos años, de un impenetrable monte a un desierto estéril, seco y árido. La tierra nos llama desde sus ultrajadas entrañas, derramando la negra sangre de humus milenario, herida de muerte por la motosierra y las topadoras que arrasan con los bosques nativos, dejando sin hábitat natural a cientos de especies de aves y animales salvajes que convivían en armonía y paz en la espesura de los bosques.

En algo más de cien años, el hecho de talar sin forestar hizo perder al monte nativo la capacidad de retener agua pluvial, incrementando la masa hídrica. Contribuyendo a que las vertientes aceleren el proceso de bajante hasta la primera napa freática, hoy todavía semicargada a pesar de haber caído desde noviembre hasta abril unos 1.700 mm de agua pluvial, posterior a la sequía.

Aclaración: para nada sirvió que entrara en vigencia la ley Nº 26.331, sobre montes nativos, todo sigue igual en nuestro departamento.

Sólo me resta decir: la gran expansión de la frontera agrícola incrementa los latifundios, derribando los bosques nativos, para dar paso a los pool de la expansión sojera, multiplicando por doquier el exterminio de los pequeños y medianos productores y sus familias, sembrando de hambreados e incrementando las villas miseria.

Hoy el campo irradia pobreza para muchos y riqueza para unos pocos privilegiados.