Imágenes desde la subasta

En un remate en Rafaela, como en cualquier otro lado, se toman impresiones, fotografías y recuerdos. Instantáneas de una película que duele.

Federico Aguer

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“Nos estamos quedando sin ganadería”, me dice el hombre, bien montado y “empilchado”. Mientras, con el caballo hace desfilar los animales para la venta en los corrales de la consignataria rafaelina.

Me lo dice desde adentro, con una urgencia que le duele. Sobre su experiencia de vida, merced a la cual supo transitar por épocas mejores. Me lo dice para que yo lo diga y que alguien haga algo. Para él, la resignación ya es parte de su vida gaucha.

“Años atrás, traíamos colectivos de Santa Fe a Rafaela con compradores a nuestros remates”, evoca don Celso Alessiato, quien confiesa estar preparándose para este momento aciago pero previsible. “Sabemos desde hace rato que esto va a pasar”, dice en referencia a la escasez de oferta ganadera, la que impulsó los precios de la hacienda en pie drásticamente en las últimas semanas.

Las entradas de hacienda comienzan a caer, justo cuando en esta época se hace un liquidación importante. La demanda sigue firme, la oferta moderada y los precios arriba.

“Ante la liquidación de tambos se valoriza la producción y el animal productor de leche se cotiza cada vez más”, me dice el rematador, mientras despacha de vuelta un excelente lote de terneros que no encontró compradores.

“La tendencia alcista se mantendrá, porque estas son actividades de largo aliento que implican -por lo menos- un par de años de trabajo para cada período”, agrega.

La subasta avanza a ritmo cansino. Los pocos compradores en la tribuna local le facilitan el trabajo al martillero. “En las razas de carne pasa lo mismo”, me confiesa el rematador. “A raíz de la sequía y las intervenciones del gobierno mucha gente salió del negocio”, explica. Además, el consumo “cayó enormemente, pero la oferta sigue sin alcanzar para abastecer la demanda”, agrega para demostrar que la “mesa de los argentinos” no tiene nada que ver con el problema. Más bien es una de las patas que más lo sufre.

Miguel Arcos “Arquitos”, confiesa 79 años de edad. 30 años a cargo del boliche de Santa Clara y 25 como comisionista de hacienda. “Ahora todo es distinto”, me dice convencido. Yo trabajé toda mi vida, pero ahora los chicos se preocupan más por el boliche, la “previa” y juntarse en la estación de servicio. Mientras se levanta los lentes oscuros, me saluda con un guiño de ojo y toma la oferta de su cliente. Atardece en Rafaela.