La LIJ santafesina y el Bicentenario

María Luisa Miretti

La abreviatura convencional (LIJ) alude a un público específico “infantil juvenil”, aún con las limitaciones y la problemática de su uso, según el contexto filosófico o sociocultural, dado que son construcciones sociales que evolucionan a través de los tiempos. En el Bicentenario de la patria, este concepto se complica frente a versiones que creíamos superadas, sobre vejaciones infrahumanas que tienen como objeto de deseo o de tráfico y consumo al niño o al joven, indefenso ante el ultraje y la acusación colectiva.

¿En qué se diferencian entonces los niños y jóvenes de hoy con los de 1810? ¿Qué LIJ circulaba en nuestra zona?

Santa Fe en virtud a su “puerto preciso”- era un lugar de paso hacia la gran urbe Buenos Aires- donde se dirimían conflictos comerciales, políticos y se discutía la logística del poder central en desmedro del interior siempre postergado.

Entre ese tránsito fluvial y la mixtura generada por los conquistadores y conquistados, más la mirada siempre fija en Europa como modelo a imitar, la LIJ se retroalimentaba en los patios y caseríos al amparo de fábulas y leyendas ancestrales que remitían a seres extraordinarios (los caníbales, El Dorado o las amazonas), mientras los wichis intentaban explicar el origen de la Luna, los onas le temían, los mapuches quedaban presos por el “encantamiento de las sirenas del mar”, o Panambí aparecía junto a Pyra-yara -el Dueño del río y de los peces- en su maravillosa versión guaranítica para explicar las Cataratas del Iguazú.

La LIJ escrita apareció tardíamente (fines del siglo XVIII), mientras tanto abrevó en la tradición oral, nutriéndose de hazañas y leyendas, coplas, ensalmos y conjuros, transportados y adaptados luego a nuestro territorio. Es probable entonces, observar grabados de la época con niños en medio de los fogones escuchando las hazañas de los baqueanos o de la milicia, en medio de payadas o bien, en la incipiente urbe santafesina repetir estribillos mientras jugaban a la “comba’ “una, dole, tele, catole,

quile, quileteà’, “retahílas’ de sorteo “una, dos, tres y cuatro,

Margarita tiene un gatoà’, versos en ronda “se me ha perdido una niña, cataplín cataplín catapleroà’ para amenizar el calor de la siesta santafesina, mientras una mujer susurraba un ensalmo “sana sana culito de rana’, ahuyentaba al “coco’ o se balanceaba cantando un “arroró mi niño’, mientras los adultos estaban pendientes de lo que sucedía en el Río de la Plata.

(*) Literatura para jóvenes y niños

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el rincón de la lij (*)