Entrevista a Olga Orozco

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Olga Orozco en Santa Fe, en 1996. Foto: M. Pardo

 

Por Enrique M. Butti

Nació en Toay, y de alguna manera siempre le fue fiel a ese paisaje de “médanos andariegos, de cardos errantes, de mendigas con collares de abalorios, de profetas viajeros y casas que desatan sus amarras y se dejan llevar, a la deriva, por el viento alucinado”. Ese lugar de La Pampa, del interior del interior, en el que “al atardecer, cualquier piedra, cualquier hueso, toma en las planicies un relieve insensato”. Un lugar de profundidades que la marcó para siempre. “Las estaciones son excesivas, y las sequías y las heladas también. Cuando llueve, la arena envuelve las gotas con una avidez de pordiosera y las sepulta sin exponerlas a ninguna curiosidad, a ninguna intemperie. Los arqueólogos encontrarán allí las huellas de esas viejas tormentas y un cementerio de pájaros que abandoné. Cualquier radiografía mía testimonia aún ahora esos depósitos irremediables y profundos”, escribía en 1984.

Esa tierra alucinada, desierta y excesiva a la vez sería finalmente el paisaje que mejor ilustraría la obra de Olga Orozco, destinada a una contemplación de otros paisajes más medulares y oscuros que las que computan con vacua paciencia costumbristas y objetivistas. Esa capacidad de ahondamiento le dio en vida fama de maga y esotérica, pero ella siempre confesaba que sus poderes eran “escasos”: “Mi heredad son algunas posesiones subterráneas que desembocan en las nubes”.

Dos recientes libros (*) recuperan esa voz insoslayable de la poesía argentina contemporánea. Ambos son antologías: “El jardín posible” ha sido seleccionada y prologada por Marisa Negri; la más amplia (incluye también textos de los libros “de cuentos” de Orozco), “Relámpagos de lo invisible”, cuenta con la selección y prólogo de Horacio Zabaljáuregui. Ambas son maravillosas y complementarias, y una nueva oportunidad para acercarnos a esta autora incomparable.

Recuperamos aquí fragmentos de la entrevista que se publicara en el Suplemento Cultural de este diario, el 26/9/1983 y fragmentos de “Alrededor de la creación poética”.

—En algún manual de rápido corte y confección usted es definida -despachada- como poeta “surrealista”. ¿Cuál fue en realidad la influencia que ejerció esta corriente artística en su obra?

—Creo que salgo bastante favorecida en el reparto. Un manual de rápido corte y confección podría hablar de “escaso vuelo” o de “añadidos al sesgo” o de “moldes establecidos”, lo cual me desagradaría profundamente. En cambio, aunque no sea estrictamente surrealista, pienso que hay elementos en común: el predominio de lo imaginario, las búsquedas subconscientes, el fluir de las imágenes, la inmersión en lo onírico, la exaltación del amor y lo maravilloso, el buceo en el fondo de sí mismo como cantera de sabiduría, la creencia en una realidad sin límites y la avidez de captar esa realidad en todos sus planos. Tal vez, las influencias que recibí no fueran las de los surrealistas ortodoxos, sino las de poetas que comparten también con ellos las características que acabo de mencionar y a muchos de los cuales se considera antecesores, especialmente por su actitud ante la vida.

—Su poesía tiene voz de oráculo, da la idea de una visión, de un éxtasis ininterrumpido que avanza como una marea -el verso largo y la imagen integrada a la sintaxis, sin solución de continuidad-. No se adivina un trabajo de corrección, de fría formalización. Al análisis, sin embargo, sorprende la racional perfección de la estructura. ¿Hay explicación para estos dos aspectos en aparente contradicción?

—Supongo que resulta descorazonador aceptar que existe un exhaustivo trabajo de corrección. Pero, ¿por qué no fijar las visiones o detener el sol tanto como sea necesario? Detesto los híbridos, los injertos, los acoplamientos antinaturales. Yo construyo mis poemas como un arquitecto, probando los materiales, la sección de las columnas, la resistencia de las bases, la armonía de las partes, aunque el plano sea totalmente fantástico. ¿Por qué no admitir que sobre los fogonazos de la subconciencia pueda existir el control de un haz luminoso que emana de la superconciencia?

—¿Qué significa, qué significó, en qué la influyó el hecho de vivir en la Argentina, construyendo -como Ud. construye- una poesía de profundidades, universalista, ilimitada?

—Influyó en mi expresión a través del lenguaje, que tiene en cada país latinoamericano matices muy especiales, y conformó una visión a través de un paisaje particular. Creo que aun cuando tendamos a lo universal y a lo eterno, no podemos sustraernos de una geografía y de una historia que están latentes, al igual que la herencia cultural y biológica, en cada aspecto de nuestra vida. Precisamente, si no hubiera nacido en la llanura, tal vez mi hambre de absoluto sería mucha más moderada, y otra mezcla de sangres habría infundido otro ritmo y otro alcance a mis poemas.

—Su obra hace constantes referencias al esoterismo, a la cartomancia. ¿Qué papel tienen estos “juegos peligrosos” en su vida y en su poesía?

—Son manifestaciones de un deseo de cambiar las imposiciones de la realidad, una manera de tratar de incidir sobre ella, transformándola, o de desentrañarla por otros caminos que tampoco son los de la lógica. Magia y poesía están profundamente unidas en sus raíces. Ambas tienden a eliminar las limitaciones y a través de ellas todo es posible, en virtud de una misteriosa alquimia. Cuando esos “juegos peligrosos” intervienen en mi obra no hacen más que reforzar los posibles poderes de la poesía.

—¿Por qué la mejor poesía contemporánea es una poesía que se nutre de la angustia, exploradora de la noche?

—Creo que es ésa la poesía que acompaña a cada uno en su desvalimiento, en las restricciones de su yo, en la fatalidad de la muerte, en el abismo del tiempo, en los vértigos de la soledad, en la rebeldía frente a la impotencia y en los tembladerales que preparan todos los monstruos de la razón y de la sinrazón. Supongo que en todas las épocas es en esos territorios, de amenazas extremas que prueban lo inacabado de nuestra condición, donde la poesía ha alcanzado su mayor intensidad. Su otra cara, la del canto de alegría, la del canto de alabanza o la casi plegaria, expresa estados más episódicos o indica una conformidad esencial inexplicable o es la manifestación de un éxtasis singular que no se puede compartir. En general, emana de momentos que encuentran su propia compensación en sí mismos y en los cuales sobra la palabra.

(*) “Relámpagos de lo invisible”, antología de textos de Olga Orozco. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2009.

“El jardín posible”, antología de poemas de Olga Orozco. Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2009.


Entrevista a Olga Orozco

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