al margen de la crónica

Hay que bajar un cambio

A partir de esta semana, los conductores de cualquier tipo de vehículos deberán estar atentos y cumplir con las normas de tránsito que marcan límites a la velocidad, o resignarse a pagar suculentas multas. Es que, a los cinemómetros fijos colocados en la Costanera y Aristóbulo del Valle, se sumará por ahora uno móvil. Sin más aviso que un cartel indicador del tope de kilómetros permitidos a unos pocos metros de la unidad de control, los automovilistas serán detectados por el equipo de moderna tecnología y multados casi al mismo tiempo que cometan la infracción.

Está muy bien que las autoridades municipales piensen en reducir drástica y rápidamente el número de accidentes que resultan del manejo imprudente. Se notan los resultados positivos producto de los controles de alcoholemia y los que se llevan a cabo sobre los ciclomotores. El equilibrio logrado a partir de las nuevas normas de estacionamiento en el macro y microcentro también es elogiable. Todo aporta al momento de preservar vidas y bienes y de simplificar la vida de los vecinos, pero hay asignaciones pendientes. Un parque automotor que incrementó su número en casi cuarenta mil unidades en los últimos cinco años necesita de respuestas acordes con el fenómeno. Quienes han cumplido con la RTO, por ejemplo, miran con decepción cómo junto con su vehículo circula otro que a simple vista carece de los requisitos mínimos exigidos para moverse en la vía pública; muchos de ellos son usados como remises “truchos” y están a la vista de todo el mundo.

Otra cuestión es la discusión que implica la seguridad de los conductores y que se ha generado con la prohibición de transitar con vidrios polarizados. Sin embargo y aunque es ilegal, se ven circular muchos autos con este aditamento y a veces llevan en su interior a personas públicas que deberían ser paradigmas. La circulación de carros tirados por animales, fuera de los horarios permitidos, es otro aplazo. Por las avenidas que circunvalan del casco urbano, camiones de notable porte se desplazan a altas velocidades, compartiendo el recorrido con carros y motos que circulan, aunque por allí les está prohibido.

Las calles de la ciudad son un espejo de la pérdida de calidad de vida de los santafesinos en los últimos años. Transitar por la mayoría de las arterias se convierte en una odisea y también eso atenta contra la integridad de las personas, ya que sortear la magnitud de los baches, implica maniobras peligrosas para quien maneja y para quienes circulan. A estas alturas, el municipio debería declarar una “emergencia asfáltica”, que permita afrontar este problema como una cuestión de Estado. Es innegable que se nota más orden y que las cifras de accidentes disminuyeron. Sin embargo, todavía falta un largo camino por recorrer. Es indispensable quitar de los contribuyentes la idea de que el fin perseguido es recaudar más; por eso cada sanción debe ser justamente valorada para que aplicarla sea aleccionador y no confiscatorio. Es necesario que se estudie la manera de combinar los distintos ingredientes que, en materia de seguridad vial, acerquen a la cotidianidad, la mejor receta posible.