Se funden los negros y los blancos en una misma pasión

El Mundial revoluciona al pueblo de Sudáfrica

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Suenan las vuvuzelas.
Los fanáticos sudafricanos llenaron las calles y soplaron bien fuerte las potentes trompetas para animar al conjunto local.

Foto: EFE

Nunca hubo un movimiento así en ese país. La Copa del Mundo parece ser una oportunidad para desterrar viejas diferencias.

Redacción de El Litoral

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EFE

La pasión por el Mundial y la Selección de Sudáfrica une estos días a dos comunidades que conviven en un país en el que todavía son marcadas las diferencias raciales y la falta de comunicación entre blancos y negros.

En una granja situada cerca de la localidad de Vlakfontaine, a unos 85 kilómetros al noroeste de Sudáfrica, un grupo de hombres negros se prepara para ver el partido. Sentados sobre unos sacos de grano, estos ocho trabajadores agrícolas y un niño esperan impacientes el inicio del partido inaugural de “su” Mundial, que enfrenta a Sudáfrica y México, pero la señal de televisión apenas permite ver y oír algo entre tantas rayas y ruido.

Ante este imprevisto, uno de ellos, el más habituado a tratar con las máquinas, se sube al tractor situado estratégicamente junto a la antena e intenta orientarla con las indicaciones de sus amigos que esperan en el interior del granero.

La vestimenta es la habitual de los trabajadores, un calzado tosco pero abrigado y un mono azul que necesita un buen lavado, aunque dos de ellos, padre e hijo, lucen con orgullo la camiseta de la Selección de Sudáfrica.

El primero de ellos, Serame Williams Diale, explicó que tiene un “buen presentimiento” sobre los “bafana bafana” y sueña con que Sudáfrica “gane el Mundial y el trofeo se quede en el continente africano.

“Si Sudáfrica gana algo, lo voy a celebrar con mi familia, los compañeros de trabajo y amigos”, aseguró Serame poco antes de que todos se pongan en pie para cantar el himno de Sudáfrica dentro de ese granero lleno de herramientas de trabajo y olor a pienso.

Lo tienen todo preparado, algo de bebida y una buena ración de chuletas de cordero en una parrillada improvisada para matar el hambre de goles y celebrar una posible victoria.

Unos pocos kilómetros más allá, el dueño de la granja en la que trabajan, Wessel Pistorius, de origen alemán, se congrega con otros propietarios de fincas y hoteles de la zona para una de las pocas cosas que los une hoy en día con la mayoría de la población: el gusto por las barbacoas y la Selección de su país.

El local, totalmente diferente, con dos camareros sirviendo tras una típica barra de un “pub” cervezas y otras bebidas alcohólicas de marca.

En el exterior, este grupo de hombres prepara, sobre brasas bien vivas, unas sabrosas salchichas y hermosos trozos de carne de ternera como las que se crían en los campos de los alrededores. Uno de ellos, Kobus Van Zyl, explica que suelen hacer este tipo de reuniones a menudo y que el inicio del Mundial es una buena ocasión para que los amigos se reúnan para comer una parrillada.

“Estamos preparando un fuego decente, mezclando madera y carbón, para lograr unas buenas brasas para empezar con la barbacoa”, indica mientras un compañero muestra orgulloso la carne que será servida cuando finalice el juego.

Mientras tanto, Sudáfrica y México iniciaron un Mundial de fútbol que, sin duda, puede contribuir a unir sentimientos de dos comunidades que viven separadas en un mismo país.

Locura “bafana”

El orgullo de albergar el primer Mundial africano, que se ha propalado por todo el continente, se mezcló con los bailes, los gigantescos atascos en Johannesburgo y millones de “labios abrasados”.

Las vuvuzelas, esgrimidas por millones en toda Sudáfrica durante la jornada inaugural, alimentan un ambiente estruendoso pero se cobran su precio en forma de grave deterioro labial, según han podido comprobar muchos de sus usuarios.

Los labios se resecan, se agrietan y abrasan de tanto tocar la vuvuzela, se quejan los aficionados, que relatan sus cuitas a los medios de comunicación locales, pero pagan con gusto el precio si con ello se animan los “bafana bafana”, que inauguraron el Mundial con un empate frente a México (1-1).

“Mira cómo tengo los labios, pero no puedo parar”, decía uno de los músicos. Por todos los rincones de Sudáfrica, cuya extensión se aproxima a la de España y Francia juntas, los aficionados, ricos, pobres y de mediano pasar, se congregaron para contemplar en pantallas gigantes el comienzo del Mundial en el majestuoso estadio Soccer City.

En lugar de al toque de diana, la ciudad se despertó al son de esporádicos toques de vuvuzela que fueron propagándose por todos los barrios y suburbios.

Revolución

Los habitantes de la capital financiera no hicieron el menor caso a las angustiosas llamadas del Comité Organizador para que dejaran el coche en casa y utilizaran el transporte público para acercarse al estadio. ¿Consecuencia? El tráfico colapsado y la pérdida de horas en la trampa de asfalto o de tierra.

Los autobuses de la organización tardaron en algunos casos hasta tres horas en alcanzar el área restringida y muchos de los aficionados con entradas tuvieron que recorrer a pie los dos últimos kilómetros.

El silencio precedió a la ceremonia inaugural, pero estalló en un estruendo cuando empezó el partido y, sobre todo, cuando Tshabalala inauguró la tabla de goleadores del Mundial en el minuto 55.


La unión.

Cabellos rubios, pieles pálidas, ojos celeste profundo y el corazón ovalado, pero también la camiseta amarilla de los “bafana bafana” bien pegada al pecho: en la profunda Kimberley, la gran comunidad del rugby de Sudáfrica se volcó con pasión y patriotismo al debut de su país en el Mundial de fútbol. El centro de reunión fue en uno de los bares habituales, el muy británico Halfway House, donde las innumerables cervezas suelen más bien acompañar los “tries” y “lines” del rugby que los goles y laterales del fútbol. Allí, mientras las calles quedaban desiertas, se congregaron desde temprano unos 300 nuevos futboleros, seducidos por la gracia de la Copa del Mundo como disparador del sentimiento y la unidad patria.