Preludio de tango

Alfredo Le Pera: “Es un soplo la vida”

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Manuel Adet

Alfredo Le Pera es considerado con justicia uno de los grandes poetas del tango. Sus letras poseen un sorprendente vuelo literario, sobre todo si se tiene en cuenta que muchas de ellas fueron escritas atendiendo las exigencias de las películas, para justificar el desarrollo de algún argumento o simplemente para permitir el lucimiento del cantor.

Hoy, la mayoría de los críticos admiten que el mejor momento de Gardel coincide con el de su relación profesional con Le Pera, una relación rica y contradictoria donde no escasearon las discusiones y pequeñas rencillas personales, algunas de las cuales -se dice- estuvieron presentes hasta el mismo día de la tragedia en Medellín.

Le Pera aparece en la vida de Gardel en el momento exacto. El “Morocho del Abasto” ya estaba lanzado a lo que hoy llamaríamos un mercado globalizado que incluía canciones y películas cuyos destinatarios ya no eran exclusivamente los argentinos. Es en ese contexto que reclama de un libretista y un poeta para escribir el guión y las canciones de las películas.

El encuentro entre Le Pera y Gardel se produjo en Francia, en el hipódromo de Longchamps, gracias a la presentación de ese otro gran amigo de Gardel que es Edmundo Guibourg. Le Pera estaba viviendo en Francia desde hacía unos meses y se ganaban la vida traduciendo al español los diálogos que se pegaban en los fotograma de las películas extranjeras.

Contratado por la Paramount, se había resignado a su rol de traductor por el que le pagaban un sueldo que le permitía vivir con cierta holgura en el París bohemio de los años treinta. Con Gardel, inicia una nueva etapa que durará apenas tres años e incluirá seis películas y un puñado de canciones interpretadas por alguien cuya voz ha adquirido esa singular madurez y tonalidad que apreciamos en sus últimos discos. Si bien se admite que el canto de Gardel está en su plenitud desde por lo menos 1928, una sorprendente conjunción de factores técnicos, divulgación comercial y repertorio adecuado permite que la producción artística que se da entre 1932 y 1935 sea de una notable calidad.

Le Pera contribuye con su talento literario a dar un singular brillo a esta etapa. “Volver”, “Cuesta abajo”, “Mi Buenos querido”, “Amargura” “Melodía de arrabal”, Amores de estudiantes” “ “Por una cabeza”, “Soledad”, “Golondrinas”, “El día que me quieras”, “Volvió una noche” -por mencionar algunas de las más conocidas- se identifican de tal manera con Gardel que cuando muere en 1935 ningún cantor se atreverá a interpretarlas durante casi treinta años. Recién en la década del sesenta, Julio Sosa y Edmundo Rivero se animarán a dar ese paso que, por supuesto, lo concretan con su reconocida maestría.

Tres años, le bastaron a Le Pera para revelar su calidad poética. Las exigencias comerciales de la Paramount en lugar de empobrecer su lírica le permitieron darle el tono exacto. El directorio de la empresa reclamaba un tipo de canciones que, sin dejar de tener en cuenta el paisaje del Río de la Plata, fuera al mismo tiempo universal. Esto exigía un lenguaje despojado del excesivo color local, de los giros lunfardos demasiado evidentes y del pintoresquismo.

Resolver el dilema entre un lenguaje universal que al mismo tiempo no reniegue de su origen fue el gran desafío que asumió Le Pera. Los resultados eximen de mayores comentarios. Estaba preparado para ello. No fue un poeta improvisado. Antes de relacionarse con Gardel había escrito obras de teatro y en una gira por Chile, acompañando a Discépolo y Tania, escribió ese extraño poema que se llama “Carrillón de la Merced”, tango que fue estrenado por Tania en Santiago y que gracias al suceso que provocó los viajeros pudieron pagar la cuenta del hotel.

Lo curioso de sus posteriores creaciones es la calidad de una poética escrita en el vértigo de las filmaciones y atendiendo las condiciones impuestas por empresarios literariamente analfabetos. Por esas extrañas evoluciones de la creación artística, estas limitaciones contribuyeron de manera inconsciente a forjar un lenguaje sobrio y preciso. En principio, Le Pera propuso inspirarse en algunos anécdotas personales de Gardel. Contra lo que se supone, la vida privada de Gardel no ofrecía ribetes interesantes por lo que decidió que la inspiración se nutra de su propia experiencia. Le Pera tiene para ese época algo más de treinta años y una intensa vida sentimental y viajera. Allí está la materia prima de los futuros tangos. Sus letras no tienen el color de las de Homero Manzi, ni recrean el universo reo de Celedonio Flores y mucho menos las obsesiones existenciales de Enrique Santos Discépolo. Son otra cosa, pero esa “otra cosa” es de una notable belleza.

El personaje de Le Pera es el viajero que añora con elegante nostalgia la tierra lejana, que recuerda amores perdidos, que llora la muerte de la mujer amada y promete volver, retorno que no se habrá de cumplir ni en la ficción ni en la realidad. Hay un gran amor en los años de estudiante. Se llama Vicenta Rodolico, la “China” Rodolico. Hay una traición, cometida por el hombre, no por la mujer. Y un amor trágico, la de Aída Martínez, la mujer con la que vivirá en un coqueto departamento de la calle Corrientes pero que atacada por la tuberculosis morirá en París en los brazos de Le Pera.

En el camino abundan amoríos con mujeres de la farándula porteña y parisina, incluso un extraño casamiento en Londres. En esta escabrosa biografía sentimental, desempeña un buen papel Carmen Lamas, con la que viajó a Chile. Finalmente, hay un retorno sentimental a la “China” Rodolico, su antiguo amor de estudiante, retorno que se insinúa a través de las cartas pero que la tragedia de Medellín impide confirmar.

En estos trazos de vida, está sintetizada la poética de Le Pera. Por supuesto que estos datos son apenas el punto de partida. Después está el trabajo con las palabras, el hallazgo de imágenes memorables. “Si arrastré por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”; “Hoy un juramento, mañana una traición, amores de estudiantes, flores de un día son”; “Bajo su inquieta lucecita yo la vi/ a mi pebeta luminosa como un sol”. El tango “Golondrinas” tiene giros hermosos, mientras que “Sus ojos se cerraron” parecen evocar las horas en las que compartió la agonía de Aída. “Por una cabeza” establece una singular relación entre el juego y el amor de una mujer. una relación donde el azar y el amor se confunden con la fatalidad y la derrota. La nostalgia de volver no sólo está en la letra del tango que lleva ese nombre, también está en “Mi Buenos Aires querido”, en “Lejana tierra mía” y, de alguna manera, en “Melodía de arrabal” y “Arrabal amargo”. El tango “Volvió una noche” -que luego Julio Sosa le dará su propia interpretación- tiene fragmentos de antología: “Se fue un silencio/ sin un reproche/ busqué un espejo y me quise mirar/, había en mi frente tantos inviernos/ que también ella tuvo piedad”.

Se sabe que siempre es riesgoso establecer conexiones lineales entre la biografía y el poema. Entre la experiencia personal y la experiencia poética se abre una instancia de creación con las palabras, pero aclarado este punto no es ilícito esforzarse por rastrear una relación sobre todo cuando esa relación está reconocida incluso por el propio autor. Esta carta a la “China” no deja de ser sugestiva: “A fuerza de andar y de ver, se acaba por desear lo que ayer nos parecía cotidiano y pueril: una vida con un solo puerto y con un solo amor. Y como los solitarios no tenemos confidentes, a veces, como consuelo, encierro el secreto de esa vieja amargura con una canción o una historia”. El texto es una confesión y un manifiesto poético.

Alfredo Le Pera nació en Brasil -en San Pablo- en 1900, pero a los dos meses ya estuvo en Buenos Aires. Estudió en el colegio secundario Bernardino Rivadavia, inició sus estudios en la facultad de Medicina, pero abandonó la universidad y se volcó de lleno al teatro y el periodismo. La gira que concluyó en Medellín fue organizada por Le Pera. Siempre le insistió a Gardel sobre la conveniencia de filmar en la Argentina y de mejorar la calidad estética de las próximas películas. Según se dice, concluida la gira estaba previsto un film en Buenos Aires sobre la vida de Evaristo Carriego. Francisco Canaro iba a contribuir con el financiamiento el emprendimiento. No pudo ser. “Es un soplo la vida”, había escrito Le Pera, sin sospechar que ese verso también iba a ser autobiográfico.