Mesa de café

Fútbol, pasión y técnica

 

Erdosain

José llega al bar con un birrete argentino que incluye el rostro de Maradona. Está chocho de la vida por la performance de la selección. Marcial lo mira y mueve la cabeza como dando a entender que el muchacho es incorregible.

—Maradona ha demostrado que es un genio de tiempo completo -dice José, mientras le hace señas a Quito que le sirva un liso negro.

—Debo admitir -digo- que se está portando mejor de lo que habíamos pensado. Anima, estimula, corrige, da seguridad. Realmente, estoy sorprendido.

—Yo creo que sigue siendo el patán de siempre -dice Marcial, mientras observa cómo Quito le sirve el té.

—En realidad -dice Abel-, lo que es bueno es el equipo. Con un equipo como el que tenemos hasta yo soy un buen director técnico.

—Alguien debe organizar, definir quiénes van a jugar, determinar los cambios adecuados -dice José-. Ese alguien es Maradona que sabe de fútbol no porque se lo contaron, sino porque fue el mejor jugador de la historia.

—Todos los directores técnicos han sido jugadores de fútbol -digo.

—Todos lo han sido -responde José-, pero Maradona es el único que tiene tres o cuatro mundiales en las costillas como jugador.

—A mí me parece -reflexiona Marcial- que el director técnico es el protagonista menos importante de un partido, por más que a la hora de cobrar es el que más factura. Yo creo que los jugadores son los que deciden el partido. Estamos hablando de jugadores profesionales que conocen el pizarrón, saben cómo se preparan las jugadas, pero que, a diferencia del técnico, deben resolverlas en el campo de juego.

—Como diría Panzeri -señalo-, el fútbol es la dinámica de lo impensado. Ahora bien, si esto es así, el director técnico apenas es una suerte de animador.

—Y menos que eso -dice Marcial-, porque el mejor motivador que tienen los jugadores es el dinero; cobran cifras colosales y, por la mitad o la décima parte de eso, yo también me hago jugador de fútbol.

—No te veo corriendo detrás de una pelota y mucho menos haciendo un gol.

—Por un millón de dólares soy capaz de hacerlo.

—El fútbol también es un arte -dice Abel.

—Tu concepto del arte es muy pobre- responde Marcial.

—Vos no podés desconocer que hay jugadores que transpiran la camiseta porque la sienten- insiste José.

—Transpiran la camiseta motivados por los premios en dólares y euros -digo-. Conozco jugadores de Boca que tenían hasta el piyama pintado con los colores de Boca y, cuando los vendieron a otro club, no tuvieron ningún problema en hacerle goles al cuadro de sus amores. Hace mucho años, los jugadores integraban la selección del país donde estaban jugando con independencia de su nacionalidad. Por ejemplo, Distéfano jugaba en el seleccionado de España y Sívori, en el de Italia. Y cuando jugaban contra nosotros, se cansaban de hacernos goles y no por eso dejaban de ser argentinos. Así que no me hablen de la bandera, porque la única bandera que funciona para jugadores profesionales es la que tiene el color verde del dólar.

—Yo quiero insistir -dice Marcial- en la función absolutamente prescindible del técnico. A los partidos los ganan y los pierden los jugadores. El técnico es apenas un soporte.

—Es un soporte importante -dice José.

—Lo que es importante es lo que cobran -reitera Marcial-; ganan más que los jugadores cuando, en realidad, son los que menos importancia tienen.

—No hay que ser exagerado -dice José-. Me extraña, Marcial, que una persona como usted, que ha hecho de la moderación un estilo de vida, piense al fútbol con tanta estrechez.

—Yo al fútbol no lo pienso, lo padezco -responde Marcial.

—Al fútbol no hay que padecerlo, hay que disfrutarlo -pontifica Abel.

—Yo lo vivo como el espectador de teatro -digo-, suspendo la credibilidad y me meto de lleno en el juego como si fuera cierto.

—No comparto -concluye Marcial.