Pura y mágica vida

“Dejar todo y largarse, volver al santo oficio de la veleta”. Como dice la canción, seguimos los pasos de nuestro andariego amigo por la bella e inesperada Centroamérica, quien tiene el hábito cada tanto de calzarse la mochila al hombro y salir a recorrer el mundo. Pasaportes, empanadas, surf y volcanes, Costa Rica depara sorpresas en cada rincón, a cada paso. Una bella tierra para descubrir.

La nota

 

Dorado atardecer, en la costa del Parque Nacional Las Baulas en el océano Pacífico. Foto: Ignácio Maciel.

 


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“Dejar todo y largarse, volver al santo oficio de la veleta”. Lo canta Silvio Rodríguez y hace honores a los que tienen el hábito cada tanto de calzarse una mochila al hombro y salir a recorrer el mundo.

Pero los viajes tienen la particularidad de sorprender, es por eso que mientras atravesábamos Centroamérica con un itinerario detallado de lugares, nos encontramos con el imprevisto de que nos bloqueaban el paso desde Costa Rica a Nicaragua por un error de sellado en un pasaporte. No es la primera vez que recorro el Caribe, y por mis antiguas experiencias había decidido que esta vez no pasaría tiempo en el país tico (así se llama a los habitantes de Costa Rica) por más que se diga que hasta el mismo Colón ponderó estas tierras al observar la riqueza de sus habitantes poniéndole el nombre que hoy lleva.

El punto es que los ticos, por un lado tiene el primer puesto entre los países más felices del mundo, pero por otro tiene la fama de no ser demasiado simpáticos, incluso me he encontrado con una chica argentina, embarazada de ocho mese y medio que decidió cruzar la frontera sólo para que su hijo no cargue con esta nacionalidad. Pero el destino es caprichoso y me exigía que le dé otra oportunidad a este lugar.

Así que la decisión fue parar en Playa Tamarindo en la costa norte del Pacifico en el distrito de Guanacaste, hasta haber solucionado los problemas. Tamarindo no es un paraje típico del centro de las Américas, esta playa tiene la característica que hace 30 años fue un paraje de 20 familias y tortugas que venían a desovar, pero en el llamado “segundo verano ingles” (english second summer o english summer two) fue comprada en grandes extensiones por un americano, que viendo la belleza del lugar decidió lotear sus hectáreas y viajar a su país natal para venderlas, lo que se transformó en uno de los boom´s inmobiliarios más importantes del país (que obviamente trajo edificios y desplazó a las tortugas).

Y de entre todos los recién llegados fueron los surfers los que lo popularizaron con un slogan, que al día de hoy se transformó en forma de saludos y de decir gracias entre todos los habitantes, el famoso: “Pura Vida”.

EMPANADAS Y ALGO MÁS

Cuento en mis haberes con ser instructor de buceo, así que para cubrir mis gastos en esta estadía fuera de plan, fui a la escuela local a ofrecer mis servicios, ellos me informaron que eran 6 horas de trabajo con una paga de 40 dólares diarios, pero al volver al Hostel y encontramos con una pareja de amigos argentinos, estos nos indicaron que todos los compatriotas que vivían en la playa (que no eran pocos) les decían que para pagar los gastos lo mejor y ya híper-probado era vender empanadas argentinas caseras. Es más, las dos inmobiliarias actuales más importantes del lugar eran de argentinos que habían empezado de esta manera y ahora se paseaban por el pueblo en sus Hummers.

Con probar poco se perdía, así que hicimos el intento. El resultado; 80 dólares diarios en poco más de dos horas de trabajo. La decisión no reparaba dudas y dos semanas fueron suficientes para cubrir el déficit. Y con el resto del tiempo vino el surf.

CORRIENDO OLAS

Pero surfear no es una tarea sencilla, más allá de buscar los horarios de las mejores olas y no desmoralizarse ante las mil quinientas caídas poco elegantes, uno tiene que aprender los códigos de los surf y yo los aprendí a fuerza de terquedad.

Pasados los días y luego de pararme y empezar a jugar tímidamente con las olas desde mi tabla, decidí que era momento de ir al pequeño arrecife, lugar donde por curiosidad –después sabría porque-, solo había surfeadores locales (por más que la playa estaba repleta de “gringos”).

Me aventuré entre las olas entusiasmado ya que el día era perfecto, pero al pasar la rompiente me encontré con miradas oscas, algunos insultos y tablas que golpeaban la mía dejándome en el agua o que me cerraban el paso de a dos o tres. Puse mi mejor cara de “aquí no pasa nada” y me quedé esperando las ola perfecta, pero cuando esta llegaba los locales me bloqueaban sin dejarme opción.

Aguanté la humillación estoico, supuse que el mejor lugar merecía pagar algún derecho de piso, incluso permanecí en el agua cuando en medio de unas 20 tablas pasó un tiburón de un poco más de un metro y se perdió justo debajo mío.

Me sorprendió ver que nadie le daba la menor importancia, incluso lo llamaban cariñosamente Charly, y si ellos no le daban importancia yo y mi terquedad tampoco, aunque confieso que desde entonces pasé más tiempo con mis pies y mis manos fuera del agua.

El ritual de los insultos locales y los roces se prolongó por dos días, sólo al tercero recibí algunos saludos reacios y me dejaron tomar mi primera ola, y luego llegarían muchas más hasta ser recibido tras la rompiente con un medianamente amistoso “pura vida”.

En este tiempo mucho he aprendido de este país, de su cultura tranquila y sus puertas abiertas a los estadounidenses que han hecho de estas tierras prácticamente el jardín trasero de su casa (muchos estadounidenses al jubilarse vienen a Costa Rica a vivir sus años de retiro, trayendo un estilo de vida muy característico y en algunos casos toda su familia).

También he aprendido a valorar sus riquezas naturales, ya que aquí existen más de 72 parques nacionales que protegen una biodiversidad extensa que todavía está en estudio (a alguna de estas especies las he conocido personalmente, como la banda de monos que saltan en mi techo por las mañanas – a veces demasiado temprano-, las ardillas que se pasean por los cables de luz, el escorpión que me vio como amenaza picándome en el talón y ni que decir del mosquito que nos dejo cuatro días de alta fiebre con dengue. Pero dicen que ese es el precio de la aventura.

VOLCANES Y TORTUGAS

Para las alturas que escribo esta nota, nuestros problemas de pasaporte (y salud) ya están resueltos y a diferencia de nuestro itinerario anterior, ahora pensamos dedicar más tiempo a este maravilloso país, ya que todavía nos queda escalar el famoso volcán activo Poás o el volcán Arenal, en actividad permanente desde el 29 de julio de 1968, dentro del Parque Nacional del mismo nombre, y por supuesto visitar Tortuguero. Esa espectacular playa del Caribe que en luna llena permite ver a las tortugas llegar a la playa y desovar en lo que se conoce como ‘arribada’, o a los pequeños abandonar sus cascarones para dirigirse al mar (es mejor en luna llena, ya que no se permiten fogatas, flashes de fotos, ni linternas potentes, porque estas desorientan a las tortugas).

Las hembras de las Tortugas Marinas llegan con la Luna llena y marea alta a anidar y poner sus huevos en las playas. Solo 1 de 5000 tortugas que nacen llegan a ser adultas, por lo cual es de suma importancia que no sean molestadas

Es un Parque Nacional, de unas 30.000 hs terrestres y 50.000 hs marinas, sobre la costa atlántica, con una de las mejores áreas representativas del bosque tropical húmedo, e infinidad de aves, mamíferos, reptiles e insectos.

Así que, con nuestros temas resueltos ahora es tiempo de seguir fascinándonos con este maravilloso país. Es tiempo de volver a “soltar todo y largarse, para volver al santo oficio de la veleta”.


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Playas tranquilas, el común denominador de las playas costarricenses. Foto: Ignácio Maciel.

La nota

Surfers, la imagen típica en la costa de Tamarindo.

Foto: Ignácio Maciel.

La nota

A la escuela, aplicados estudiantes en camino a la escuela de surf, las olas. Foto: Ignácio Maciel.