Para levantar el ánimo

Desde la eliminación de Argentina (que dicho así, suena tan terrible como suena), en el mundial de fútbol, hay gente que anda, dura o se arrastra por esas calles de dios sin ton ni son. Hay novísimas formas de levantar el ánimo, algunas incluso son legales.

TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

Antes, cuando uno estaba entre comillas “deprimido” (esas cosas no se aceptaban entonces) te decían que agarres una pala, que se te iba a pasar pronto. La brutalidad del sistema sólo podía ser matizada en secreto en la cocina de la nona, con algún tecito o algo con yuyos. Y, más cerca en el tiempo, con el consumo de una buena taza de café o un caldo de gallina espeso, que te daba octanos suficientes como para encarar el resto de la jornada y de la vida con un optimismo y una polenta (otra: una polenta, calduda, con bacalao, mah qué depresión, salías corriendo a vivir...) digna de mejores causas, aunque particularmente no creo que haya una mejor causa que encarar bien y con ganas cada jornada.

Pero después nos volvimos más lacanianos, más psicológicos, más maricones: tenemos un exceso de autoconocimiento y de referencialidad y entonces descubrimos que, ay, tenemos esto o lo otro (provocado por la negativa respuesta de la vendedora de tortitas negras de a la vuelta o por cierta vaga mirada del gato del vecino) que requiere ayudas extras.

No voy a referirme a cuestiones médicas. Sino a la enorme batería de elementos que hoy intentan darte la energía perdida o nunca tenida, recuperar el vigor y el optimismo, generarte complejos vitamínicos (de los cuales la polenta con bacalao era un precursor más barato y rico) que tapen otros complejos que padecemos.

Están en primer lugar todo el grupo de los brebajes medicinales o pseudo y las grageas de algo más o menos natural con propiedades supuestamente energéticas, desde tecitos chinos hasta ginseng, desde centella no sé qué hasta cartílago de mono antártico, desde placenta de mosquito hasta alguna fruta tropical de espantoso sabor. El guiso de mondongo de la tía Luisa generaba el mismo o mejor resultado sin tanto marketing.

Dentro del grupo de los energizantes aparece de pronto algo de moda que te recomienda la sobrina de la Lucrecia, que tiene una dietética, y que te vende una pastilla -por ende ya no es natural, de pedo que es dietética y sólo por su insignificante tamaño- que vale 48 mangos y que es milagrosa porque tiene un cóctel, ella jura, de plantas y de minerales y de potasios, manganesos, peloponesos, flores de algo y bulbos de otros algos y no preguntes más, pagá y tomalo y ardamos, y callemos, y campanas.

Yo creo que la parte energizante radica en el precio: si gastás eso tenés que sentirte bien o contar con la energía suficiente como para salir a laburar el doble, lo que cansa mucho, pero tomás pastillas de nuevo y así sucesivamente. Sos una cosa hipo o supra energética, una bola de nervios bipolar que rebota de un estado a otro según tengas o no cincuenta mangos disponibles.

Después tenés los energizantes líquidos y comerciales, para tomar solos pero perfilados desde el vamos para ser mezclado con otra cosa, tipo vodka (así cualquiera: con vodka un cosaco es capaz de encarar a caballo a un tanque o cruzar la tundra) o similares. Nosotros, que éramos unos giles de primera y no disponíamos de tantas opciones para ponerte up (teníamos seven, nomás; o naranjina; y una coca con una baya era el más sofisticado de nuestros energizantes. Y lo guardábamos para ocasiones especiales: por ejemplo, sacarla a bailar a la Martita previa autorización de su madre, una vaca taimada con aspecto de toro de lidia. Había que ser guapo.

En el medio de todo este mejunje no hay que olvidar determinados productos homeopáticos, flores de Bach, Rachmaninov o Mendelssohn o el músico que prefieran, que tanto pueden tranquilizarte y dejarte lisito como meterte un demonio adentro que te impulsa a hacer tropelías por esas calles...

Yo no sé qué sistema usan ustedes: yo tengo la bagna cauda de Humberto Primo la semana que viene, que me da energías hasta fin de año, por lo menos. Encima, una bagna cauda colectiva, cientos de personas energizándose con crema, ajo y anchoas en un solo salón: de ahí salimos y conquistamos el mundo, seguro. Todo con tal de levantar un poco el ánimo.

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