¿Te acordás, hermano...?

Jorge A. Fontanetto.

LE: 7.709.945. Ciudad.

Señores directores: No es precisamente para referirme al recordado tema interpretado por el recordado Julio Sosa que les escribo.

En calle 25 de Mayo funcionaba una de las salas cinematográficas más impresionantes y lujosas que alguna vez contó nuestra ciudad capital, el cine Ocean.

Para quienes ya pintamos algunas canas o no tenemos qué pintar, recordamos aquella época como la gloriosa en ese género, y la alta definición de esa sala era su fiel reflejo. Su belleza era impactante, su majestuosidad impresionante.

Hoy, como no podía ser de otra manera y dando paso al progreso y a la modernidad, está siendo demolido. Una pesada grúa desparrama martillazos a diestra y siniestra, empecinada en apagar definitivamente la luz de esa sala que seguirá presente en la retina de los memoriosos.

No pude evitarlo; sorteando escombros llegué hasta la misma sala. Hice volar mi imaginación, sentí la música de fondo, vi reflejado en la pantalla tantos estrenos de la época, me imaginé la sala llena, el acomodador, el caramelero, el olor a cine, eso, el olor a cine tan característico.

Al costado, tapado de polvo y preso del óxido, el grupo electrógeno, la única sala que por entonces contaba con ese elemento de avanzada.

Era evidente que la aparición de videos, primero, y los DVD y las salas agrupadas de cine después echarían por tierra la presencia de cines. Y así desaparecieron todos, pero aparecieron los empresarios/inversores, poderosos, para construir edificios, para que funcionen concesionarias de autos o simplemente transformarlos en garages para guardas de vehículos. Me preocupa que ningún medio periodístico haya captado las imágenes de ese gigante de calle 25 de Mayo, antes de su sepultura.

Señores empresarios/inversores: éxitos en sus negocios. A mí, se me piantó un lagrimón.