EDITORIAL

Obama, la tolerancia

y la feroz realidad

El presidente Obama ha dicho que el Islam es pacífico y humanista. Algo parecido dijo en su momento George W. Bush, quien no vaciló, pocos días después del atentado terrorista a las Torres Gemelas, en asistir a una ceremonia religiosa islámica en una mezquita de Nueva York como una muestra de buena voluntad hacia la religión de Mahoma. Así entendía probar que él no era un encarnizado enemigo abstracto de los musulmanes. Del mismo modo, Obama no es el amigo incondicional que algunos suponían.

Existe por lo tanto un amplio consenso en admitir que el fundamentalismo islámico es una minoría y que la mayoría de los musulmanes son pacíficos y laboriosos, y que sus defectos y virtudes no son muy diferentes de las de los seguidores de cualquier otra religión. Lo que observan los críticos es que en una población de mil millones de musulmanes, una minoría del cinco o el diez por ciento representa algo así como cien millones de personas decididas a inmolarse por su fe y, de ser posible, inmolar a los infieles.

Todo sociólogo sabe que una minoría activa, organizada y decidida a jugar su vida por sus ideas u obsesiones suele ser sumamente eficaz y, en más de un caso, logra arrastrar detrás de sus objetivos a una franja importante de seguidores, mientras el resto se neutraliza a través del miedo, la indiferencia o la dependencia económica.

Por lo pronto, después del atentado a las Torres Gemelas, la población de Estados Unidos empezó a prestar más atención a los islámicos considerados hasta ese momento como una religión más. La información acerca de atentados terroristas en otras partes del mundo, lapidaciones de mujeres y otras cuestiones por el estilo, fueron creando un clima no de hostilidad hacia el Islam pero si de recelo, sobre todo porque como contrapartida no se oía ni se oye desde el interior del Islam críticas importantes a estas prácticas.

La llegada de Obama a la Casa Blanca dejó abierta la expectativa de un cambio de política con relación a su predecesor. Sus antecedentes personales y los discursos públicos parecían augurar una nueva era, pero pronto se advirtió que los fundamentalistas no le creían o, lo que es más grave aún, que trataban de obtener algunos beneficios por la supuesta debilidad del mandatario de la primera potencia mundial.

Cuando Obama declaró públicamente que la construcción de una mezquita a poca distancia de donde se levantaban las Torres Gemelas estaba en sintonía con la mejor tradición norteamericana de tolerancia y pluralismo religioso, las voces que se levantaron en su contra fueron mayoritarias, motivo por el cual se vio obligado a desdecirse.

La moraleja de esta historia es muy clara. El mundo, en el siglo XXI, sigue siendo un lugar que ofrece muchas oportunidades pero también muchos riesgos. La paz y la tolerancia son banderas dignas de ser levantadas, pero su instrumentación práctica es compleja. Si a estas verdades elementales Obama no las aprendió en el llano, ahora las está aprendiendo en el poder. Es de desear que el aprendizaje no sea tardío.