Preludio de tango

Goyeneche: el arte del fraseo y el silencio

Manuel Adet

Ocurre algo extraño con Roberto Goyeneche. La gente joven, la que le gusta la música pero que por diferentes razones no se ha relacionado con el tango, disfruta de él, pero del cantor de los últimos tiempos, cuando objetivamente estaba en decadencia y era una caricatura dolorosa de sí mismo. Como Sosa, Goyeneche acercó el tango a la juventud, pero curiosamente ese acercamiento se produce no cuando está en su plenitud sino en su declive.

Quienes así piensan deberían escuchar “Alma de loca”, tema grabado con la orquesta de Horacio Salgán en 1952, para apreciar la textura de su voz, la calidez y la limpieza del fraseo, la afinación precisa. Para esa fecha Goyeneche tiene veinticinco años, está en la plenitud de sus condiciones vocales, y si bien todavía su estilo no está del todo definido, a nadie se le escapa que lo más importante y lo más distintivo ya está presente.

Es una lástima que no hayan quedado grabaciones de la época que cantó con la orquesta de Raúl Kaplún, a fines de los años cuarenta, porque seguramente allí ya podía distinguirse los fundamentos de su estilo. Goyeneche se inició con Kaplún, pero el espaldarazo profesional se lo dio Salgán. Cuando en 1952, el autor de “A fuego lento” necesite de un cantor que reemplace a Horacio Deval, un amigo le sugerirá el nombre de Goyeneche, entones un perfecto desconocido cuyo principal ingreso económico provenía de su trabajo como colectivero. Salgán accedió a hacerle una prueba y cuando concluyó le dijo que se vaya corriendo a su casa para ponerse un traje porque esa misma noche debían actuar en un club del centro.

Se dice que los maestros de Goyeneche en el canto fueron Roberto Rufino y Angel Díaz, el mismo que le puso el apodo de “Polaco”. Las influencias de estos dos grandes cantores son evidentes, siempre y cuando se aclare que no fueron más que influencias, que el Polaco logró crear su propio estilo, un estilo que ya estaba prefigurado en sus primeras grabaciones y se desarrolla con Troilo y luego se consolida con las orquestas de Pontier, Garello, Baffa y Stampone.

En una inolvidable entrevista que le hace Antonio Carrizo por la radio, le pregunta dónde aprendió a interpretar los tangos. Goyeneche le responde: “...de la vida, de la calle y de la noche... de todos esos lugares donde siempre fui punto, nunca banca”. Es una respuesta. Una respuesta vital que no da explicaciones técnicas, pero da cuenta de una percepción que de alguna manera influye en la sensibilidad y se hace presente a la hora de interpretar.

Goyeneche es el único cantor que logra hacer algo diferente a lo que ya había canonizado Carlos Gardel. Su estilo es único, irrepetible y perfecto en tanto agota sus posibilidades. El Polaco, al decir de Troilo, canta los puntos y las comas. O como le dijera un critico; es capaz de sensibilizar al público leyendo la Biblia o la guía de teléfonos.

Nélida Rouchetto dice de él: “Dentro del registro de su voz barítono mantiene una tesitura mediana, el equilibrio justo para ofrecer el timbre excelente de su voz, que es el resultado natural de su personalidad porque mantiene la sonoridad pura de su registro al conversar. Los “tempos” son para Roberto Goyeneche un juego de ingenio donde los fraseos se deslizan siempre adelantándose. Cortando o “ralentando” sin abandonar jamás el sentido del compás; nunca marca a destiempo, acentúa respetando el giro del tema”.

Yo lo escuché por primera vez en 1968. En ese long play cantaba acompañado por la Orquesta Típica Porteña con la que grabó alrededor de sesenta temas. Su versión de “Cafetín de Buenos Aires” y “Confesión” me parecieron magníficas. Lo mismo pensé acerca de “El cantor de Buenos Aires” “Fuimos” y “Mimí Pinsón”. Fue escucharlo y saber en el acto que había descubierto un cantor diferente. No me equivocaba, no hacía falta ser un genio musical para darse cuenta de lo que de alguna manera era obvio. Todas las grabaciones de Goyeneche son pequeñas obras de arte, creaciones estupendas, verdaderos obsequios que nos hace, pero si me obligan a elegir, un momento, una orquesta y unos tangos diría -aclarando que toda selección es injusta- que su mejor nivel es el que expresa con la orquesta de Atilio Stampone. Con el respeto que se merecen Salgán, Troilo, Pontier o Garello, creo que con Stampone hay una conjunción de factores que permiten producir un hecho creativo diferente. “Naranjo en flor”, “Maquillaje”,”Afiches”, “Chau no va más”, “Soy un arlequín”, “Cordón” constituyen un salto cualitativo en la interpretación del tango. La mayoría de estas letras ya habían sido cantadas por excelentes intérpretes, pero Goyeneche hace con ellas otra cosa, le otorga otro tono, otro fraseo y particularmente expresa una nueva sensibilidad, al punto que muy bien podría decirse que lo que hace es establecer un nuevo canon y una singular relación con un público que para esos años daría la impresión que recién estaba preparado para escuchar un tipo de interpretación como la que estaba haciendo Goyeneche.

En entrevistas y reportajes él siempre admitió que su maestro fue Troilo. En general siempre tuvo palabras generosas con todos los directores, pero Troilo fue su preferido. Siete años en su orquesta sin duda que dejaron su marca. Troilo fue el primero en permitirle jugar con el tempo, detenerse, balbucear, adelantarse o hacer sus notables silencios. Troilo dejaba hacer porque supo enseguida la valía del cantor que había incorporado a su orquesta. Se sabe que todo aprendizaje lleva su tiempo, pero también se sabe que no hay aprendizaje que valga si no existe talento, condiciones y, en el caso que nos ocupa, inspiración y creatividad.

Cuando murió en agosto de 1994, un diario señaló que se había ido el último gran cantor de tango. No exageraba. Podría haberse dicho que se iba el primer cantor de tango y muchos hubieran estado de acuerdo. Al respecto no se trata de sostener una polémica innecesaria, pero no son pocos los que consideran que el Polaco lo supera a Gardel. Discutir en estos términos no lleva a ninguna parte, porque acerca de las virtudes excepcionales de Gardel es el propio Polaco el que siempre le reconoció su primacía. De todos modos, lo que importa es que el hecho mismo de que alguien lo haya puesto a la altura de Gardel, da cuenta de su jerarquía como cantor.

Se dice que Goyeneche nació en la localidad entrerriana de Urdinarrain en enero de 1926, pero que vivió desde su más tierna infancia en el barrio de Saavedra. Su relación con el barrio fue muy porteña, muy tanguera. Como Troilo, muy bien podría haber dicho que nunca se fue, que siempre está volviendo. Basta caminar por Avenida del Tejar -hoy Balbín- conversar con los viejos vecinos, tomar un café o una cerveza en el viejo bar al que caía todas las madrugadas luego de su actuación en Caño 14, para percibir que efectivamente “nunca se fue, siempre está volviendo”.

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