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Erotismo en las violetas

 

Belkys Larcher de Tejeda

Aunque el relato erótico es transitorio, se vive y se siente sólo mientras se lee, es cierto también que sirve para estimular los impulsos de la fantasía, instrumento mental que permite “ventilar los instintos sexuales más recónditos y lúdicos”. El erotismo es el mejor ejemplo de una relación sexual alimentada por la fantasía, la imaginación sin límites del hombre, que, en definitiva, enriquece la vida conyugal, social y existencial.

El erotismo “con sus censuras habidas y por haber, es lo que diferencia a los humanos de los animales irracionales”, y es, con respecto a la literatura, “la metáfora del amor en toda su dimensión”.

Si rastreamos en “Violetas para mi luz nacidas”, el libro de Mirta Larcher de Molver que acaba de publicarse en Coronda, vemos que no todos los poemas se ubican dentro de esta temática. Lo encontramos en “Rotundidades”, ejemplo cabal de lo que decía Bataille en “La aprobación de la vida hasta la muerte”, cuando dice: “Búscame en lo parcial de las semillas./ Búscame en la brizna del sopor hiriente...”, y sigue con ese constante llamado a vivir la plenitud de los sentidos, la exhortación reiterada: “Enciéndeme... oríllame... excítame... mójame... alcánzame... vuelve”. Es el vivo deseo de la mujer enamorada que, sin falsas hipocresías, quiere disfrutar el presente, ese mágico momento de los dos para perdurar: “Vuelca tus soles de enero.../ (...) hagamos caminos/ desnudos de miedo/ por dentro/ arrebatando los mares al tiempo que es Nuestro”.

Algunos estudiosos expresan que el erotismo ha sido, es y será un arte. “El arte de sublimar la sensualidad amorosa, de añadir al tradicional romanticismo de enamorados un toque sensual suave, tierno, dulzón, acariciante, despertador de ánimos y sentidos, enervador de pasiones y sensaciones pero con sutileza, insinuando como quien no quiere la cosa” (J.E. Rico). En el poema “Los respaldos de la casa”, de esta autora, al ámbito de belleza natural —lluvia, naranjeros, río— se adiciona una metáfora de la culminación del amor carnal: “... nos hemos habitado y reposamos libres./ Próximos./ Carnales”. El último verso es un reflejo del cuerpo y del alma: “Cenaremos septiembre”. O sea, antes de septiembre, el dolor, con el renacer de la vida alrededor, se percibe el florecer de la piel. Ese juego de paralelos semánticos entre la estación de las flores y la del cuerpo —y más aun, la predisposición al amor que el clima despierta— se reitera en “Cúpula”. También aquí brota el tono exhortativo como invitación al amor. “Iniciemos un juego esta primavera/ ahora que llueve sobre las gardenias”. Una libre asociación con la actitud de espera de Delmira Agustini, cuando dice: “Juntemos follaje para el nido tibio/ del pubis sin límites en carne traviesa...”. A pesar de las lágrimas vertidas, latentes, está la vida esperando: síntesis del acto amatorio.

El tono erótico aparece además en “Desde el ático bipolar de mis arterias”, reiterando la noción del ardor de la piel después del túnel helado de las arterias de agosto “... Soy embrión de risa entre las hojas” y culmina así: “... hasta los jardines de tu seda nacida/ toda cántaro lluvia de abrazos y rocíos...”.

Como dije al comienzo, no todos los poemas de este libro tienen un trasfondo erótico, sólo los que he nombrado. Pero dejé para el final el titulado “Luz nacida” del que rescato algunos versos: “Tanto sangre como vino nos formamos/ en el cuero rojo-uva del camino.../ Y bebemos los llantos de amapolas/ con un sorbo de tinto/ y entre lluvias...”, y la alusión al origen, camino despojado del invierno, donde navegan los resecos veranos en busca de las renacidas lluvias para fertilizar las almas en hilachas, hacia el más allá último. Íntima trabazón en los hilos conductores de Eros y Tánatos, indisolublemente unidos en las rutas de la vida, erotismo subyacente, como eje motivador que empuja a vivir, aun sabiendo que es pasajero, y que su verdadero fin va mucho más lejos que la carne.

En general, es un poemario donde las ausencias dolorosas respiran en las palabras vestidas de metáforas, donde la ternura del jazmín se desampara en la nostalgia de la presencia materna, el desvelo creacional, la vigilia poética, el pasado, que sigue pensando tanto en el presente, la interna ansia de evitar sentir, de eludir la angustia, en un poema sedante: “Sueños en el espejo” (la luz del día la reanima, le contagia esperanzas), el grito de la bronca. Poesía descarnada, vertida como una única metáfora del inicio al fin, que emociona al lector.