De “Cuaderno acústico”
Por Santiago Espel
Instrucciones en el interior
Año tras año pasamos, ignorantes y exactos,
por el día y la hora en que habremos de morir.
Hacemos abuso del tiempo
sacamos la lengua, cortamos la manga,
y llegamos a convencernos, consagrados ilusos,
de que ese momento es apenas una superstición;
hasta que implacable
un día, ese mismo día, esa hora misma
abre la trampa por la que pasamos corderos,
prolija, desaprensivamente, año tras año,
sin saber ni sospechar
-amparados en el conjuro de soplar velitas,
procurando con los años no escupir la torta-
que lo que llamamos destino o desgracia a secas,
aunque a veces alivio y hasta bendición,
es nada menos que el resorte insidioso
que reinstala una y otra vez
la polémica bizantina entre creyentes y ateos.
Hombre de cierta fortuna
Entre los objetos de la descendencia encontró
dos corbatas, un título de propiedad de un terreno
en algún pueblo de la provincia, un reloj de oro,
una baraja española con mujeres desnudas
y una palangana de acero inoxidable.
Usó las corbatas durante veinte años;
por deudas inmobiliarias el Estado terminó
por expropiarle el terreno;
empeñó el reloj para hacerse una dentadura de porcelana;
jugando, apostó la baraja y las mujeres desnudas y perdió;
finalmente, una tarde de lluvia en el balcón,
descubrió la sabiduría en el agua quieta de la palangana.
Pathos
Como el pato de la kermesse o de la boda,
guste o no, llega un momento en que quedamos
en primera fila, a tiro de cualquier aficionado.
Muerto el padre y en el cielo,
y con el hijo empujando dulcemente,
pato feo, pato criollo, o pater nóster,
se nos va haciendo descarado el paso del tiempo.
Pato o gallareta, grita el acomodador,
agitando los brazos, mientras vende los boletos.