Mesa de café

La ciudad donde vivimos

 

Erdosain

Abel nos cuenta que el pasado fin de semana lo visitó su cuñado, un santafesino que desde hace diez años vive en Brasil, y le manifestó que encontró a la ciudad mucho mejor que antes.

—¿Es un aviso publicitario para Barletta? -pregunta José.

—Es un aviso publicitario para la ciudad -responde Abel-, a mí no me da lo mismo que los visitantes digan que la ciudad está mejor o está peor. Si la ciudad donde vivimos fracasa, fracasamos todos.

—Todo es según el cristal con que se mira -interviene Marcial, que acaba de llegar y, en lugar de su habitual taza de té, le ha pedido a Quito que le sirva un vaso de agua mineral-. Puede que la ciudad esté un poquito mejor, pero, según mi modesto criterio, debería estar mucho mejor.

—Sin ánimo de hacerle publicidad a nadie, convengamos que algunas cosas en la ciudad se están haciendo bien -digo-, la estación Belgrano, el Mercado Norte, el Parque Federal, la recuperación de los molinos, el mantenimiento de las plazas...

—¿Y de los pobres se acuerdan? -pregunta José- Porque ustedes son muy gauchitos con la clase media del centro, pero no se les mueve un pelo por lo que pasa más allá de los bulevares.

—A los que no se les movía un pelo era a tus amigos Balbarrey y Álvarez -contesta Abel-, nunca hubo tantos ranchos, nunca hubo tantos inundados...

—A mí me llaman la atención aquellos que, cuando se hace algo en el centro, se quejan porque no se acuerdan de los pobres -planteo-. Pero los que más me llaman la atención son quienes no hacen nada en el centro y nada en el barrio... Me rectifico... algo hacen, pero son negocios para ellos...

—No exageremos -tercia Marcial-, Obeid y Rosatti fueron buenos intendentes y eran peronistas. Creo que cuando hay plata se pueden hacer más cosas que cuando no la hay.

—Vos sos muy amplio -digo-, pero yo creo que lo que decide no es la plata, sino la voluntad política de hacer, incluso con recursos escasos. No es tan difícil administrar una ciudad como Santa Fe, pero para ello hay que tener buena voluntad y ser honesto. Además, Santa Fe fue una gran ciudad, es una pena que lo hayamos olvidado.

—Yo pienso que está fuera de discusión -puntualiza Abel- que la gestión de Barletta es buena.

—Para vos estará fuera de discusión -replica José.

—Los hechos así lo demuestran -insiste Abel-. Barletta se ha revelado como un intendente que hace, que realiza, que tiene autoridad e iniciativa, se lo nota en la calle, se lo ve. Incluso en los barrios, donde le entregaron tierra en propiedad a carecientes, una reivindicación que a los gobiernos peronistas jamás se les ocurrió hacer efectiva.

—A mí sobre lo que me interesa reflexionar -expreso- es sobre cómo se llegó a deteriorar esta ciudad. El otro día lo escuché a Barletta preguntarse lo mismo. ¿Cómo fue posible que los santafesinos, todos los santafesinos, hayamos admitido sin protestar que la ciudad se destruya, que todos los meses algo se cierre, algo se caiga, algo desaparezca?... Por ese camino -concluía Barletta- íbamos a llegar a la desintegración como ciudad.

—Las cosas hoy han cambiado, tienen que admitirlo -apunta Abel-. Hoy estamos hablando del puerto, de la autovía con San Francisco, de los puentes con Paraná y con Santo Tomé, la ciudad está recuperando una mentalidad positiva.

—Admitan que muchas de estas obras se iniciaron o fueron gestionadas por gobiernos anteriores -señala Marcial.

—Y admitan -agrega José- que mucho de lo que se está haciendo es porque hay un gobierno nacional que lo permite y que da plata.

—Más o menos, más o menos -acota Abel-; la plata que recibía Balbarrey del gobierno nacional sextuplicaba la que recibe Barletta y, sin embargo, las diferencias están a la vista.

—No comparto -dice José.