Crónica política

Los desafíos del Frente Progresista

Rogelio Alaniz

El Frente Progresista dispone de la oportunidad de abrir un interesante debate en la sociedad acerca de la selección de sus candidatos y los programas de gobierno. La política y la gente se lo merecen. También se lo merecen los militantes que trabajaron en nombre de la llegada de los “buenos tiempos”. Y, por supuesto, se lo merece esta provincia.

El Frente Progresista se presentó en su momento como una experiencia política ejemplar. Su objetivo fue constituir una coalición fundada en acuerdos trascendentes, es decir en principios que pretendían ir más allá de los habituales rigores de la coyuntura. En una provincia donde los acuerdos se parecían más a rejuntados para sumar votos o “cooperativas” donde hacer negocios, el Frente privilegió los principios y los entendimientos fundados en tradiciones políticas e ideológicas afines.

Las expectativas favorables que despertó en la sociedad y en el país se debió a ese aire renovador de la política. El Frente compatibilizaba la adhesión firme a los principios republicanos con una voluntad de reformas políticas y sociales. Estos objetivos no eran nuevos en la Argentina de los últimos años, pero lo que era nuevo era que estuvieran unidos, es decir, que el republicanismo democrático fuera de la mano del reformismo social.

Visto desde esta perspectiva, el Frente recuperaba las mejores tradiciones políticas en un país donde estas tradiciones se banalizaban o se corrompían. Curiosamente, la propuesta de cambio hundía sus raíces en la tradición clásica del republicanismo liberal y democrático, un dato absolutamente novedoso en una Argentina donde la tradición que pretende presentarse como exclusiva es la populista.

Visto desde esa perspectiva, el Frente Progresista confrontaba culturalmente con el Frente para la Victoria tramado por los Kirchner. La puja era política e ideológica, pero también sobre los modos de construcción del poder. Los santafesinos tuvimos la oportunidad de apreciar cómo la propia experiencia histórica hacía visibles las diferencias entre una coalición con voluntad para cooptar aliados sobre la base de un liderazgo supuestamente carismático o un caudillismo con pretensiones hegemónicas, y otra tradición donde la suma de fuerzas se constituía en igualdad de condiciones, y los liderazgos debían someterse a la lógica interna de los componentes de la coalición. Dicho con otras palabras, la contradicción se expresaba entre una coalición que privilegiaba la acción política desde el decisionismo y otra que reivindicaba la deliberación racional y democrática.

Así se presentó, por lo menos en los papeles. El Frente -además- se definía como progresista, democrático y social para insistir en su deseo de no reducir los cambios al área exclusiva del Estado. Sus modelos históricos eran el Frente Amplio uruguayo y la Concertación chilena, mientras que el modelo ideal del kirchnerismo siempre fue el chavismo.

En política, se sabe que una cosa es lo que se dice o se propone; y otra, diferente, es la que se puede hacer. No se trata de invocar un pragmatismo cínico y amoral como coartada, sino de hacerse cargo de que la política no se hace en escenarios ideales. En Santa Fe, el Frente se constituyó sobre la base de varios partidos políticos; algunos más grandes, otros más chicos; algunos más extendidos territorialmente, otros más localizados; algunos más tradicionales, otros de reciente constitución.

El acuerdo se hizo atendiendo liderazgos visibles y relaciones de fuerza concretas. La candidatura a gobernador de Hermes Binner nació en esas condiciones. Se trataba de un dirigente socialista que se había desempeñado como intendente en Rosario y que, gracias a esos antecedentes, había adquirido estatura provincial.

Por su lado, la UCR recién empezaba a recuperarse de una profunda crisis interna. Precisamente, la decisión de integrar el Frente fue el punto de partida para iniciar el camino de la recuperación partidaria. Partidos como el ARI, el PDP y el SI, se sumaron a esta estrategia que pretendía -conviene insistir- ganarle al peronismo, pero además dejar sentado el precedente de una experiencia política renovadora y reformista diferente a la del populismo.

La gestión de Binner a casi tres años de su llegada a la Casa Gris exhibe aciertos y, como no podía ser de otra manera, errores. Se trata de un gobierno que hizo el bien posible, pero lo que hay que reprocharle es no tanto lo que hizo como lo que dejó de hacer. Los motivos están relacionados con las inevitables dificultades de gestión, los azares de la coyuntura, cierta mirada mediocre o resignada de la realidad y, también, la designación de ministros y colaboradores que no han sabido estar a la altura de los desafíos de lo que se calificó como los “buenos tiempos”.

La honradez personal de Binner está fuera de discusión, pero para ser justos digamos también que la honradez personal de Obeid está fuera de discusión. Lo que importa, en todo caso, es que lo que se hizo bien se realizó desde una cultura que privilegió en todo momento el respeto por las instituciones. Y lo que se hizo mal, o se dejó de hacer, fue porque -como se dice en estos casos- no pudo, no supo o no quiso hacerlo.

Cuando me preguntan la opinión que me merece este gobierno -a quien voté y no estoy arrepentido de haberlo hecho- respondo tomando como referencia mi experiencia docente: cuando llegaron tenía el deseo de calificarlo con un sobresaliente; hoy me doy por satisfecho poniéndole un aprobado. No es poco, pero alguien tiene el derecho a decir que tampoco es mucho. Como se dice en estos casos: es cuestión de perspectiva.

¿La responsabilidad de lo bueno y lo malo es de Binner o del Frente? Creo que es del Frente en principio, pero convengamos que las decisiones más importantes se tomaron en el interior del Partido Socialista y -para ser más preciso- en el interior del cerrado grupo interno que responde a Binner. Más no sé, porque -entre otras cosas- nunca tuve oportunidad de acceder a información de primera mano. No la tuve ni la busqué, porque nunca me gustó ser cortesano del poder por más democrático y progresista que sea.

Cumplida más de la mitad del mandato, el Frente tiene el derecho a pretender reclamarle a la ciudadanía el voto para un período más. Ese derecho se lo ha ganado, pero para perfeccionarlo debe hacerlo manteniéndose fiel a sus principios fundadores. En política siempre importa saber cómo se construye el poder. La experiencia enseña que esto se puede hacer desde el Estado o desde la sociedad; desde liderazgos decisionistas o liderazgos democráticos, privilegiando la participación de los partidos o la de los movimientos sociales. Son opciones cuyos efectos prácticos se hacen visibles en poco tiempo.

El Frente Progresista si quiere ser coherente debe privilegiar el debate interno y la alternancia. Lo debe empezar a hacer en serio porque hasta la fecha no lo ha hecho. Y si bien se presentó ante la sociedad como una alternativa superadora al Frente para la Victoria, muchas de las iniciativas que se tomaron, se hicieron atendiendo a métodos propios del hegemonismo populista. No exageraba un dirigente del Frente cuando decía que de muchas de las medidas anunciadas por el gobierno de Binner se enteraba por los diarios.

En política, siempre hay argumentos para justificar lo que no se hizo, se dejó de hacer o se hizo mal. Binner también los tiene y algunos, inclusive, son aceptables. Como se dice en estos casos, lo hecho hecho está, pero ha llegado el momento de saber si el Frente va a ser leal a sus principios fundacionales. Esa lealtad no se prueba con palabras sino con hechos. Y en el tema que nos ocupa el criterio de verdad lo da el modo de construcción política y que en este caso se expresa de la siguiente manera: O el Frente elige sus candidatos a dedo o a través del debate interno.

El 2011, presenta un escenario diferente a 2007. Hay una gestión aceptable del gobierno y hay una pretensión de seguir gobernando para hacer bien lo que se hizo mal o completar lo que no tuvo tiempo de completarse. Las relaciones de fuerzas internas no son las mismas que en 2007 y la alternancia merece una oportunidad. El Frente ha ganado respeto y votos porque se presentó como una opción diferente a la que gobernó la provincia durante un cuarto de siglo. Se trata de ser coherente con esos principios. La ética republicana y el reformismo democrático son valores que la sociedad aprecia, pero que también exige que se cumplan. No es un tema menor. Seleccionar candidatos y definir cómo hacerlo es algo más que repartir puestos públicos. En todos los casos, compromete una manera de concebir la autoridad y de ejercerla.

Los desafíos del Frente Progresista

El gobernador y el Delfín. Hermes Binner comparte una conferencia con su ministro coordinador Antonio Bonfatti, compañero de ruta, hombre de confianza y su candidato a reemplazarlo. Foto: archivo el litoral