Sobre el lavado de manos

Pero ni un tema tan serio como el del lavado de manos tiene a todos unificados. Porque hay una interna en el lavado de manos: algunos proponen el 5 de mayo como el día mundial, otros promueven el 15 de octubre. A lo mejor, como tenemos dos manos, los muchachos después acuerdan que tal día conmemora y promueve el lavado de la izquierda (sin connotaciones políticas) y tal otro el lavado de la derecha (sin connotaciones políticas).

El tema del agua de por sí es de tal trascendencia que parece irreverente siquiera tratarle en clave de humor. Pero como contamos en esta columna con el guiño constitutivo del lector y la volanta redentora de su liviandad levantisca (toco y me voy: nada serio), pues, nos mojamos igual.

El lavado de manos cambió con el correr de los años. Antes, el lavado de manos estaba relacionado con la comida: el almuerzo o la cena venían a cortar la jornada de trabajo y entonces todos desfilaban por el baño ante esos lavabos gigantes y profundos de entonces, o ante la palangana enlozada finamente sostenida con un soporte de hierro labrado o un mueblecito de noble madera. Jabón del blanco, de lavar la ropa, cero quejas y vayan pasando. Y para aquellos que tuvieron tareas manuales, de campo o traficaron con hierros y grasa, un polvo específico áspero y abrasivo. Yo no sé cómo quedaba la piel después de eso, pero podemos jurar que gérmenes no había...

Después fue el reinado del jabón “de tocador”, una fina y redondeada forma fragante mucho más delicada y que no sólo te permitía la higiene, sino que te cuidaba la piel y te la dejaba con lindo aroma.

Ahora, tenés también esos jabones líquidos, especies de champúes para limpiar las manos. Y tenés también la línea “médica” que tiende a meterte miedo respecto de la pervivencia de los gérmenes y medicaliza directamente la cuestión invitándote a lavarte bien para que esos monstruos horrorosos, babosos y verdes no anden de joda en la mano de tu tierno hijito. No saben que tu tierno hijito en sí mismo es a veces un monstruo horroroso, baboso y verde y los gérmenes más bien deberían cuidarse de él y no a la inversa. Bueno, que más allá de la responsabilidad evidente que tenemos todos en el sentido de cumplir con un lavado de manos eficiente y a conciencia, no me gusta mucho que me metan miedo o que me toquen el lado sensible del verdadero cuidado de los hijos. Suelo no comprar esos productos, sólo por el mensaje jodido que involucran.

Desde luego, más allá del lavado de manos en general, hay profesiones que la cultivan constitutivamente y que requieren de turnos extra de lavado sistemático. Por ejemplo médicos y políticos se lavan mucho las manos. Y no diré más.

Yo recuerdo, como todos, a mi vieja clamando por un “andá a lavarte esas manos”, porque uno venía de jugar y embarrarse (campea por ahí el cruel “no sirve ni para jugar con tierra”) y entonces debía pasar por el baño o la canilla para tomar después decentemente la leche.

Y nos vamos, limpitos. El día del lavado de manos me lo recordó curiosamente una empresa que vende productos para el baño, que es como que una fábrica de armas promueva el día mundial del asesinato. El tema del lavado de manos en baños públicos merece un capítulo aparte.

Y el consumo y derroche que hacemos del agua, varios capítulos, aunque en este caso el dibujo es bastante explícito. No quiero andar con enjuagues, ni lavarme las manos en un tema tan importante, pero esta vez la parte editorial, la del mensaje, la hizo el dibujante y entonces yo no me meto con el Dlugo, que es amigo y es del barrio. Y además, una mano lava a la otra.

Coincide todo el mundo en la importancia de lavarse las manos como una forma eficaz y barata de desechar unas cuantas enfermedades. Así, un tema que parecía insulso, ahora es incoloro e inodoro. Y obliga a repensar el insulto respecto de qué cosa “andá a lavarte”.

TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

Sobre el lavado de manos