La muerte de Kirchner, luto e interrogantes

La muerte de Kirchner sorprendió a la ciudadanía en un día donde todos estaban dedicados a cumplir con las exigencias civiles del Censo nacional. La muerte de toda persona, y en el caso que nos ocupa, la muerte de quien fuera presidente de la Nación en el período 2003-2007 y luego incidiera de manera singular en el poder hasta la actualidad, merece el respeto de la ciudadanía y las correspondientes condolencias a sus familiares, colaboradores y adherentes.

La mayoría de los dirigentes opositores han expresado su pesar a la presidenta y su voluntad de colaborar con la gobernabilidad de la república. Toda muerte provoca congoja e invita a la reflexión, mucho más cuando se trata de la muerte de un dirigente político importante. Hay un amplio consenso en admitir que Néstor Kirchner fue el responsable de haber recuperado la autoridad presidencial erosionada luego de la crisis de 2001. La negociación de la deuda y su afán por poner orden a una economía desquiciada también deben incluirse dentro de sus logros políticos.

A Kirchner le tocó gobernar en un tiempo difícil y sus decisiones fueron y son controvertidas. El debate que de alguna manera él abrió acerca de los caminos para asegurar la gobernabilidad está abierto, y se acentuará en los próximos meses. Kirchner entendió a la política como un campo de batalla y en este sentido fue leal a cierta tradición populista que define a la política como un territorio de disputa entre enemigos. Hay una amplia bibliografía histórica que pretende justificar esa concepción, que además exacerba el rol de los caudillos y subestima a las instituciones. Pero más allá de los avatares de la teoría, lo que queda claro es que la acción política de Kirchner acentuó tendencias autoritarias que profundizaron la división de la sociedad.

Como se podrá apreciar, los personalismos tienen límites precisos, incluido el que impone la muerte. La sabiduría enseña -y la experiencia de los países civilizados lo confirma- que los sistemas son superiores a las personas, a los líderes excluyentes. Quienes defienden los valores de la cultura republicana, las libertades civiles y políticas, la división de poderes; en suma, el Estado de derecho, ven en las políticas promovidas por Kirchner un esbozo híbrido con elementos peligrosos para las instituciones aceptadas por la mayoría.

De aquí en adelante se abre una suerte de transición política sin Kirchner. Si bien desde el punto de vista institucional no hay razones para temer perturbaciones, queda claro que la herencia política de un poder tan concentrado habilita interrogantes cargados de inquietud. El luto respetado por oficialistas y opositores es tal vez la ocasión para iniciar una tregua política y meditar acerca de lo que más le conviene al país. Esta tarea compromete a todos, pero en primer lugar a los dirigentes del oficialismo, que tienen la responsabilidad del ejercicio directo y concreto del poder.