Una mirada extranjera

Entre el infierno y el purgatorio, un hombre de discurso frontal

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Frente de la Casa Rosada esta mañana, con militantes esperando para despedir los restos de Néstor Kirchner.

Foto:EFE

“Tenía un estilo directo y frontal”, lo define la corresponsal de la agencia de noticias española EFE.

 

Natalia Kidd - EFE

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“El 10 de diciembre de 2007, cuando termine mi mandato, espero decirle al pueblo que salimos del infierno y estamos entrando al purgatorio”, dijo hace cuatro años el entonces presidente argentino Néstor Kirchner.

Lo hizo mucho antes, cuando en ese 2006 canceló de un sopetón toda la deuda con el Fondo Monetario Internacional. No sólo dio a Argentina por exculpada del averno de la crisis de 2001. “¡Chau Fondo!”, exclamó, fiel a su estilo directo, frontal.

“Lupo” o el “Pingüino”, como lo llamaban sus más cercanos, hablaba sin rodeos, a veces exaltado y últimamente con un esforzado tono calmado, tal vez por recomendación de quienes lo asesoraban con vistas a las elecciones de 2011.

“No he venido a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada”, advirtió de entrada Kirchner en su discurso de asunción de la Presidencia el 25 de mayo de 2003.

Con esa frase, ya de entrada, dejó en claro que quien hasta entonces era un poco conocido gobernador de la provincia sureña de Santa Cruz vendría a Buenos Aires a construir un liderazgo en ciernes y a reconstruir un país avasallado por la debacle política y económica de finales de 2001.

Desde sus discursos, muchas veces se mostró combativo con otras esferas del poder, como las corporaciones empresarias, las Fuerzas Armadas y la Iglesia católica.

“Cuidado que el diablo les llega a todos, también a los que usan sotana”, dijo Kirchner en octubre de 2006 en respuesta a voces que desde el Arzobispado de Buenos Aires lo habían acusado de “alentar odios y divisiones”.

“Dividir a los argentinos es que haya impunidad”, replicó el entonces presidente, empeñado en impulsar los juicios contra los responsables de delitos de lesa humanidad durante la última dictadura (1976-1983).

Eran tiempos difíciles: Jorge Julio López, un testigo clave en los juicios a represores, había desaparecido. Los fantasmas del pasado reaparecían en la Argentina. En este contexto, Kirchner aseguró: “Va a haber justicia porque hay una decisión del gobierno y de un presidente que no tiene miedo”.

Sin embargo, su mensaje más impactante sobre la defensa de los derechos humanos no fue una palabra sino un gesto: el 24 de marzo de 2004, en el primer acto de aniversario del golpe de Estado de 1976 durante su presidencia, en la Escuela de Mecánica de la Armada, donde funcionó la mayor cárcel clandestina de la dictadura, Kirchner lloró.

Lloró en público y pidió perdón, en nombre del Estado por las “atrocidades” allí cometidas, un gesto sin precedentes desde el retorno de Argentina a la democracia.

“No soy mago ni Mandrake, pero soy un tipo honesto, decente, creo en la Justicia y les puedo asegurar que peleo contra toda la impunidad”, dijo en julio de 2006 saliendo al cruce de las críticas recibidas en un acto por el aniversario del ataque a la mutualista judía Amia en Buenos Aires.

Considerado como el ministro de Economía “en las sombras” durante su gobierno y el de su esposa y sucesora, Cristina Fernández, Kirchner desplegó un estilo confrontativo con las corporaciones económicas.

“Traje a rayas para los evasores”, “no vamos a pagar la deuda a costa del hambre del pueblo”, son algunas de sus promesas al asumir la presidencia.

Se peleó con casi todos: con las patronales industriales, los banqueros, las multinacionales, las entidades agrarias, los grandes medios de comunicación, el FMI... Y así y todo logró sacar a Argentina del bajón de 2001-2002 con un crecimiento económico que, durante su mandato, alcanzó un promedio de expansión anual del 9 por ciento.

“La clase media tiene que darse cuenta de que nunca va a encontrar la solidaridad de la oligarquía argentina”, sostuvo durante el conflicto del gobierno de Cristina Fernández con las patronales agrarias, a mediados de 2008.

Dos años antes, cuando aún era presidente, su imagen positiva era alta en las encuestas y se avecinaban las elecciones de 2007, jugó varias veces con el misterio de su postulación a la reelección: “El año que viene vamos a tener candidato o candidata. Pingüino o pingüina”.

Finalmente fue “pingüina”. Cristina ganó las presidenciales y se convirtió en la primera mujer en ser elegida por el voto popular para comandar Argentina.

“Este es tu tiempo”, le dijo Kirchner a su esposa en su último acto como presidente, antes de definirse como “un soldado de Cristina”.

Sobre su futuro tras dejar la Casa Rosada, bromeó con pasar sus días “a un café literario”.

Nada de eso ocurrió, claro está. Siguió frenéticamente manejando los hilos del poder en su país, obsesionado con los detractores de su “modelo”, obsesión que tal vez, al descuidar su salud, lo llevó a la muerte.

“Tomémonos de las manos, avancemos por las alamedas de la patria y construyamos un país para todos los argentinos”. Fue su último discurso público, el pasado 18, en la ciudad bonaerense de Lamadrid.

En sus últimas palabras habló “en nombre del amor y del encuentro de los argentinos”, él a quien tanto se criticó por su estilo crispado.