Domingo Ighina

“La integración no tiene retroceso”

El especialista sostuvo que el error tradicional fue pensar a Latinoamérica como una sola cosa, o separar procesos políticos y económicos. Pero considera que, con matices y discrepancias, la región se impone por razones históricas y estratégicas.

Emerio Agretti

De la redacción de El Litoral

—¿Es posible seguir hablando de Latinoamérica como unidad, o los procesos de integración sólo son posibles sobre la base de articular diferencias?

—Uno de los problemas principales que ha tenido la retórica latinoamericanista es pensar que Latinoamérica es una sola cosa. Sobre todo, pensar que es sólo latina; cuando también es africana, indígena, mestiza, en algunas regiones japonesa, china, sin contar el aporte europeo posterior a la independencia. En ese sentido, eso fue como una especie de barricada, que surgió primero para enfrentar a Europa, en el siglo XIX, y ya durante el siglo XX, fue una retórica defensiva frente a la expansión norteamericana.

—Pero esto ya no es así.

—A partir de la década del ‘50, esto se fue matizando bastante. Yo creo que el actual momento de la integración reconoce bastante esas diferencias. Uno puede decir hasta dónde sí y hasta dónde no, pero es evidente que esa retórica de integración de América Latina como una sola cosa ha retrocedido, y han ganado espacio otras propuestas, diversas, contradictorias, pero que ya apuntan a reconocer esa diversidad. Evidentemente, cuando aparecen esos proyectos de integración, por ejemplo el actual gobierno boliviano está planteando constitucionalmente incluso el “vivir bien”, como una filosofía económica fundamental, y que el resto de los países lo tengan en cuenta, da idea de una apertura a la diversidad. Estamos en un momento excepcional, que solamente se dio quizás al principio tan fuerte y tan claro, con Bolívar. Pero Bolívar no pensaba a los negros y los indios en la América que soñaba, sino a los criollos.

—¿Cuáles serían los ejes sobre los que debería estructurarse hoy la integración?

—Hay dos órdenes de ejes que van articulando toda esta diversidad. Por un lado el económico, y por otro el político. Ambas propuestas de integración han sido establecidas desde el comienzo, principios del siglo XIX. Sin embargo, siempre se han postulado de manera distinta: mientras el eje de unidad política pensó mucho, y constantemente, en defenderse contra agresiones de terceros o poder vincularse autónomamente y así ganar peso internacional, el eje económico siempre pensó en medidas aduaneras muy restringidas. Argentina siempre propuso uniones aduaneras regionales; por caso en los ‘50, con Alejandro Bunge. Pero la unión aduanera tenía que ser con Chile, porque eso le permitía ciertas ventajas. Nunca se pensó con Brasil, por ejemplo. Mientras que, en el mismo período, se pensaba el primer ABC, con Argentina-Brasil-Chile, con fuerte preponderancia política, para lograr una suerte de equilibrio continental y desarme, pero no un eje económico, porque con Brasil es muy difícil -todavía lo vemos- para los nacionalistas; un poco por lo de que el pez grande se come al chico.

Creo que por primera vez, estos ejes se cruzan a fines del siglo XX. Primero es un eje economicista, Sarney y Menem pensaban eso, pero se amplió muchísimo. Pasar del Mercosur a la Unasur es una buena muestra de eso. Y se advierte que, por primera vez, ambas circunstancias se aúnan. La idea de competencia entre los países se va reduciendo bastante. Las visiones son distintas, pero se busca coordinarlas. E influyen en el proyecto de Estado nación que cada país tiene para sí, inciden en la política interna.

—¿Sobre qué base?

—Bueno, ahí está lo interesante de esta visión continental nueva, y es que no nos unifica la religión, la lengua, o una esencia, sino la historia. Hemos atravesado procesos históricos muy similares. Ese dato fundamental, con la respuesta que dio cada uno, y la insuficiencia de esas respuestas, hace que la integración cobre una importancia fundamental. Esto lo ha asumido la mayor parte de la clase dirigente de nuestros países. Han hecho una lectura acertada de la situación internacional, que tiene que ver con cómo se van construyendo los ejes de discusión política en otros continentes. La emergencia de la Unión Europea llevó a pensar seriamente en la constitución de bloques regionales, en un futuro no tan lejano; porque es un proceso que tiene tropiezos, pero no creo que vaya para atrás. Estados Unidos tiende a eso. De hecho, el Tratado de Libre Comercio apunta a un bloque regional muy fuerte, con Canadá blanquea una situación histórica, y lo mismo con México. Esto parte de percibir que los mercados internos son insuficientes.

Esto es lo que queda también de toda la hojarasca del neoliberalismo de fines del siglo pasado, la idea de un mercado común, sin el cual no hay posibilidad de sostener una integración política. Lo interesante es que no se lo piensa en etapas, sino que al mismo tiempo que se consolida la integración económica, se avanza con la integración política.

—Aún así, los niveles de calidad institucional son muy disímiles, y hay orientaciones ideológicas diversas.

—Hay diferencias evidentes. La actitud es diferente; sigue habiendo reticencia y desconfianza en los países pequeños. A la vez, aparece muy fuerte en Venezuela, desde el momento en que toma el ideario bolivariano, incluso en la Constitución. El caso argentino-brasileño es el motor de la integración, por la ubicación, los recursos energéticos, estándares institucionales equiparables. Todo eso ha hecho que puedan generar una especie de puente entre distintas perspectivas y sentar las bases fundamentales.

—¿Los eventuales recambios de partidos de gobierno no podrían modificar eso?

—Creo que esto es algo que comparten en general todas las agrupaciones políticas en ambos países, aunque con distinto énfasis. Hay una conciencia clara de que la integración con Brasil, el Mercosur y el Unasur, no tiene regreso. Puede haber diferencias en hasta dónde se quiere profundizar, o en que plano se lo pone. Pero creo que la fuerza de las circunstancias hace que esto ya no se pueda eludir.

El otro aporte de los últimos años es pensar en América del Sur como espacio de construcción. Y creo que esto no va a variar, así como a pesar de todos los descalabros de los últimos años no lo hizo en todo este tiempo. Y en un contexto inédito, donde todo el subcontinente está inmerso y consolidando procesos democráticos.

Domingo Ighina

Es doctor en Letras Modernas y docente de Pensamiento Latinoamericano en la Universidad Nacional de Córdoba. Es miembro del Grupo de Estudios Interculturales y editor de las revistas académicas Silabario y Escribas. Participó como docente o expositor en instituciones y congresos internacionales. En nuestra ciudad, disertó en el marco del ciclo “Café Cultura Nación”, que coordina Daniel Vaschetto.

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“La idea de competencia entre los países se va reduciendo bastante. Las visiones son distintas, pero se busca coordinarlas”, sostuvo el especialista.

foto: amancio alem