Una benedictina visionaria

1.jpg

Nidya Mondino de Forni

“Sé como el sol en tu enseñanza, como la luna en la adaptación a tus oyentes, como el viento en la firmeza de tu magisterio, como una brisa gentil en tu mansedumbre, y como el fuego en la fulgurante e inspirada exposición de la doctrina. Todo debería comenzar con el primer resplandor de la temprana aurora y finalizar en la luz brillante, abrasadora”.

Expresiones éstas de Hildegard von Bingen (1098-1179) benedictina, entregada como diezmo a la Iglesia a los ocho años, muy pronto monja, luego abadesa en Disibodenberg. Fundó con sus religiosas la abadía de San Ruperto, una suerte de comunidad femenina en la que supo crear espacios de libertad, donde se podían desarrollar los talentos artísticos, se aprendía a cantar, a copiar e ilustrar manuscritos, hacer gimnasia y “beber cerveza”. Es uno de los espíritus curiosos y enciclopédicos de su tiempo: su gran piedad le dicta escritos teológicos y morales. Su cultura la impulsa hacia formas diversas: física, botánica, poesía y dramas. Sus poesías son puestas en música por ella misma. Se cartea con papas y príncipes, atreviéndose a discutir y reprenderlos. No se privó de dar por escrito sus opiniones políticas sobre el emperador Federico I Barbarroja y se atrevió a desafiar los preceptos eclesiásticos cuando dio sepultura en el cementerio de la abadía a un noble que había sido excomulgado. Única mujer que predica, promueve la igualdad de géneros. Abandona con frecuencia la celda para dialogar y aprender de la gente sencilla de las aldeas que rodean al convento...

La música es uno de los pilares de su obra. La considera un medio para comunicarse con Dios y una forma de alegrar el espíritu ante las penas de este mundo, recobrando la armonía perdida.

Heredera de los minnesänges (cantores del amor) quienes se caracterizan por su marcada similitud con el canto gregoriano, cuyo ritmo es el resultado de la acentuación natural de las palabras. La mayoría de sus composiciones son audaces, con disonancias no permitidas por entonces. Abarcan amplios registros, melodías muy elaboradas, donde la música es tan importante como la poesía, cosa realmente excepcional pues la música había quedado relegada a simple sierva del texto y por lo tanto, condenada sólo a acompañar la acción. Hildegard escribe un ciclo de canciones cuyo título es “Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales”, más de setenta obras, basadas la mayoría en textos sagrados: laudes, antífonas, responsorios, secuencias, himnos, salmos... una acción dramática religiosa “Ordo Virtutum” destinada a la lectura y no a la escena. Actualmente, musicólogos valoran su obra; existen grabaciones de su música y curiosas mezclas de sus melodías con ritmos techno y New Age, lo que demuestra la universalidad de su genio: “Soy una pluma en el aliento de Dios”.

Alrededor de la vida, las visiones y la notable música “de esta extraña cruza de Victoria Ocampo y Sor Juana” —en palabras de Alan Pauls— gira “Hildegard”, ópera de Marta Lambertini (música) y Elena Vinelli (libreto) y la regié de Pina Benedetto, estrenada en 2002 y surgida de un proyecto que se proponía trabajar sobre compositoras mujeres, cuyas historias están signadas por el desconocimiento. Ni sus vidas, ni sus obras fueron contadas; recién se las empieza a recuperar en el siglo XX. Pensaron para ello en Fanny Mendelssohn, Alma Mahler, Clara Schumann... mas luego de mucho investigar coincidieron que la abadesa Hildegard von Bingen era la más relevante, pues era la primera compositora de la que se tiene registro en la historia de Occidente y además un personaje digno de ser llevado a una acción dramática. Sin olvidar que su música, estilísticamente, está adelantada más de un siglo respecto de su época. En la ópera, estructurada en ocho escenas, se usan las visiones para construir una familia de compositoras mujeres que enmarca ocho siglos de historia. Las visiones de Hildegard profetizan la existencia de Alma, cuyo marido, Gustav Mahler le prohíbe componer, o Fanny, hermana de Felix Mendelssohn, que es obligada a firmar con seudónimo. Naturalmente, los colores del Medioevo y el Romanticismo le dan una pátina particular a la música de Lambertini que comienza con un coro inspirado en la música de la abadesa y termina con otro en el que resuenan las obras de las otras tres. Como si ocho siglos más tarde ellas también terminaran reconociéndola como su precursora. Merece destacarse un personaje que recoge ese gran arco histórico, se trata del “diavolus en música”, la disonancia. En la ópera funciona como un personaje transgresivo. Aparece en escena clamando por la presencia de Hildegard porque necesita su música para poder existir, encarnarse. Lucha contra la prohibición de componer que los monjes le imponen. Sabe que si ella no compone no podrá llegar al siglo XX: el siglo de la disonancia. Se crea así una zona conflictiva apropiada para la heroína que supo hacer del conflicto una verdadera pasión.

La ópera actualiza los signos de la música futura que, ya en el siglo XII, Hildegard profetizó: “La música futura va a hacer temblar al mundo”.

Clara Schumann, que como Hildegard von Bingen y tantas otras mujeres compositoras, estuvieron signadas por el desconocimiento. Foto: Archivo El Litoral