Panorámica del campo de batalla, con la cruz por los caídos.
Una batalla silenciada
En Vuelta de Obligado, la Argentina sostuvo un cruento combate frente a una flota de intervención anglofrancesa. Tras los barcos de guerra que subían hacia Corrientes, seguían 90 naves mercantes dispuestas a darle el verdadero sentido a la expedición: abrir los mercados y transformar al Paraná en un río internacional. San Martín consideró a la Guerra del Paraná como una “segunda” gesta de la Independencia. Sin embargo, buena parte de la historiografía argentina aún prefiere esquivar la incomodidad de memorar aquella jornada.
TEXTOS. DANIEL CICHERO. Foto. Daniel cichero y el litoral.
En 1845, el Sitio de Montevideo entraba en su tercer año. Por entonces, los defensores apenas lograban sostenerse merced a los exiliados argentinos, al generoso financiamiento francés y a una vasta red de legiones extranjeras, conducidas por el mercenario italiano Giuseppe Garibaldi.
De un lado, federales argentinos junto a blancos uruguayos. Del otro, nuestros unitarios abrazados a los colorados orientales resistiendo en su último reducto. En Montevideo, se resolvía -una vez más- un nuevo capítulo de las eternas guerras civiles platenses. El presagio rondaba un triunfo del cerco militar de Rosas, Oribe y Brown, salvo que -como ya había ocurrido en tiempos de Lavalle- mediara una intervención europea y la guerra civil se enroscase aún más con barcos, soldados y dinero llegados de Londres y París.
Y al cabo, éso fue lo que ocurrió. La llamada Guerra del Paraná formó parte de un conflicto interno, pero incrementado por la intervención directa de quienes portaban intereses políticos y económicos de alcance global.
RÍO CERRADO
En la segunda mitad del año, comenzaron a llegar a Montevideo vapores de guerra de Francia e Inglaterra. Y pronto la vieja Armada de la Confederación -al mando de Guillermo Brown- quedó rodeada y fue entregada a los europeos por orden directa de Rosas. La idea fue dejarlos venir, evacuar Montevideo, Colonia, Martín García y resistir el avance francoinglés a lo largo del Paraná.
En Vuelta de Obligado, cerca de San Pedro, el Paraná hace una curva pronunciada y se estrecha hasta tener apenas unos 800 metros de ancho. Ese fue el lugar que eligió Lucio Norberto Mansilla para “cerrar” el río con tres gruesas cadenas sostenidas por 24 lanchones y fortificar la posición con 4 baterías de cañones. Lo de “baterías” suena ampuloso, eran apenas 35 cañones de calibres en desuso. Viejos bronces de 30 años a los que las nuevas técnicas de artillería habían dejado en la prehistoria de la nueva guerra industrial. Los europeos traían barcos a vapor, cañones de precisión, cohetes explosivos y bombas con espoletas, ya probadas en cuanta aventura colonial protagonizaban alrededor del mundo.
Vuelta de Obligado estaba defendida por 220 artilleros y 780 combatientes del Regimiento de Patricios. Pero además, se habían preparado a unos 300 vecinos de San Pedro, armados de apuro. La flota europea se mantuvo anclada en las cercanías durante dos días, pero el 20 de noviembre se puso en marcha y a las ocho y media de la mañana comenzó el fuego. Para entonces, el General Mansilla había recitado una arenga que quedaría grabada en los corazones de todos: “¡Allá los tenéis! Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra Patria al navegar, sin más título que la fuerza, las aguas de un río que corre por el territorio de nuestro país. ¡Pero no lo conseguirán impunemente! ¡Tremola en el Paraná el pabellón azul y blanco y debemos morir todos antes que verlo bajar de donde flamea! ¡Viva la Patria!
Durante toda la mañana, una parte de la flota disparó sus cañones, tratando de neutralizar las baterías ubicadas más hacia el sur para facilitar el avance del resto de la fuerza hacia el cierre de cadenas. Lograron hacerlo, pero como resultado de esa acción, quedaron fuera de combate los bergantines Dolphin y Pandour. Mientras tanto, el único barco argentino presente -el Republicano- fue volado por su comandante Craig, luego de haberse quedado sin municiones.
Después de nueve horas de fuego, los lanchones encadenados fueron objeto de un furioso ataque, pero las baterías argentinas asestaron certeros disparos sobre la Comus y pusieron fuera de combate al San Martín, que fuera capturado en Montevideo y ahora navegaba para Francia. Al final de la jornada, se le contaron 156 impactos en su estructura.
ROTAS CADENAS
Los vapores ingleses Firebrand y Fulton recién lograron cortar las cadenas a media tarde. Luego también pasó la barrera el Gorgon, y entonces los tres vapores con sus poderosos cañones dirigieron su fuego a la Batería Manuelita, defendida por el coronel Thorne. Uno de esos cañonazos le estalló cerca al jefe, que desde entonces se ganó un mote que lo acompañaría el resto de su vida: el “sordo de Obligado”.
La defensa de las baterías fue denodada, pero hacia las cinco de la tarde las municiones se terminaron y entonces los europeos decidieron un desembarco para acabar con la última resistencia argentina. Fue el momento en que Mansilla se puso al frente de una una carga de infantería a bayoneta calada -él mismo resultó herido con la explosión de una granada- que logró hacer retroceder a los europeos hacia sus botes.
Al final del día todas las baterías habían sido silenciadas.
La escuadra anglofrancesa procedió a reparar provisoriamente sus navíos y a transportar sus heridos de regreso a Montevideo. Luego prosiguió río arriba, pero a principios de diciembre sufrió nuevamente ataques desde la orilla santafesina en el Paso del Tonelero, San Lorenzo y Angostura del Quebracho.
Al cabo, la escuadra francobritánica llegó a Corrientes, seguida de sus 90 buques mercantes. La prosperidad augurada fue un fiasco y muchos barcos volvieron con sus cargas casi intactas. A mediados de 1846, cuando la flota regresaba río abajo, otra vez se le obsequió bala. Pero para ese momento, a las potencias interventoras ya no les quedaba la convicción de sostener la idea de que el Paraná fuera un río internacional.
Vuelta de Obligado fue -desde el punto de vista técnico- una derrota militar. Sin embargo, sirvió para galvanizar a la Confederación y consolidar la perspectiva política de Rosas en su relación con las grandes potencias. Fue, al decir de San Martín, una “Segunda Guerra de la Independencia”. Desde su autoexilio francés, lo dejó por escrito en una carta a su amigo Tomás Guido: “Los interventores habrán visto por este échantillon que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca”. Y más tarde, le legaría su sable a Rosas
VICTORIA DULCE Y EFÍMERA
El triunfo diplomático argentino en la Guerra del Paraná se tradujo en los tratados que Gran Bretaña (Arana-Southern) y Francia (Arana-Lépredour) debieron firmar por separado. Allí se reconoció que la navegación del Paraná quedaba sujeta únicamente a las leyes y reglamentos de la Confederación. La flota argentina fue devuelta. La isla Martín García fue evacuada por los invasores y hasta se dispuso desagravios a la bandera argentina por parte de ambas armadas. Fue una capitulación en toda la línea para las potencias im