Técnicas para cazar mosquitos

Santa Fe es, por lo menos y entre otras cosas, sinónimo de mosquitos. No es exclusivo: compartimos el halago con medio mundo. No voy a abundar sobre la cuestión sino que nos vamos a meter de lleno en el asunto: cómo matar mosquitos, artesanal, urbanamente. Creo que cazaron la onda al vuelo. ¿No?

TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

 

Mi amigo Felipe, que es estudiante desde que yo tengo memoria, que milita de estudiante, que figura en los padrones como estudiante, que vive como estudiante y que va alquilando casas y pensiones como estudiante, tiene como principio y técnica la ejecución sumarísima de mosquitos sin juicio previo.

El les zampa un cachetazo o un alpargatazo o un librazo o un diarazo o algún otro azo y los estampa, propiamente dicho, contra la pared. Cuando le pregunté por su bárbara costumbre y el desagradable hecho de que la pared le quede manchada, Felipe me contesta con contundente bohemia estudiantil: “quiero estamparlos para que sirva de escarmiento. Los odio, son mis enemigos y así trato a mis enemigos”.

Yo cambio de tema, porque Felipe, la verdad, es un buen conversador excepto con el tema de los mosquitos donde suele ser más terminante y fundamentalista, al punto de concebir la idea de dejar los cadáveres de los levantiscos, como hicieron en todos los tiempos los crueles gobernantes, expuestos en la plaza pública como advertencia y escarmiento.

Quizás mi amigo Felipe cree que de esa manera los nuevos mosquitos que anden por la casa tendrán una imagen nada bucólica de lo que les espera si osan acercase a su piel o a su sangre. Y no le importa, cuando debe renovar el alquiler o dejar la casa, pintarla entera para tapar los cadáveres. El sostiene que un mosquito muerto antes de picarlo es guerra preventiva; y asegura también que el mosquito muerto ya cargado con sangre -una chanchada en la pared- es defensa propia.

Demás está aclarar que a mi amigo, si bien buenazo, no le cabe el dicho de que es incapaz de matar una mosca, algo que por otra parte no es tan fácil: la mosca es más jodida, más complicada, tiene un vuelo súbito y potente. El mosquito, que tiene lo suyo, por lo menos es artesanalmente “cazable”.

Pero en general los humanos tenemos mayores cuidados -lo que nos pone en otras figuras legales más complejas- a la hora de planear la muerte del mosquito apátrida.

Una de las técnicas, cuando el insecto se ha posado en una pared, es sopapearlo pero con el revés de la mano, con un golpe seco. La experiencia dice dos cosas: que la mayoría de las veces el cadáver queda pegado en la mano y no en la pared y que si calculás mal la fuerza te van a quedar los nudilos doloridos o pintados.

Mayor valor técnico adquiere la planificada intención de hacer despegar al mosquito para, en vuelo rasante paralelo a la pared y antes de que evolucione la fuga, cazarlo de un manotazo, con lo cual la chanchada queda en la propia mano, que es arma y mausoleo al mismo tiempo.

Con el mosquito ya en el aire, la cosa se complica, porque el bicho suele ir hacia arriba y hacia lo costados en un vuelo que no tiene ni dirección ni velocidad constante. En su furia persecutoria, doña Cata, por contar el caso de una vecina, se subió a la silla para alcanzar al maldito que trepaba en el aire lejos de su estatura y, en su afán de cazarlo, se cayó con dos consecuencias lamentables: doña Cata se quebró la cadera y, lo peor, el mosquito escapó para siempre. Doña Cata nunca más fue la misma.

Está también la técnica del señuelo o la inmolación controlada: uno deja arteramente que el mosquito se pose en la piel mientras calcula la fuerza, oportunidad, dirección y aplicación del tortazo asesino. El mosquito y su primera fresca extracción quedan así estampados en nuestro propio cuerpo y luego retiramos con aire satisfecho el cadáver y limpiamos -una delicatessen, lo sé- con un poquito de saliva el rastro de sangre. A los chambones, les digo que tengan cuidado con el sopapo, porque es difícil explicarle después a un médico que tenemos un ojo en compota o un oído tapado por un mal cálculo.

Por estos días, mucha gente parece ensayar pasos de danza moderna o antiguos ritos tribales para alcanzar a un mosquito esquivo. Mientras, a mí me intiman a terminar con la poesía y exigen que entregue de una vez el toco...y me voy. Siento que me exprimen, que me chupan la sangre. Quiero rebelarme y gritarles que no soy ningún mosquito muerto. Pero quedo para el cachetazo.

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